El lunes en la madrugada, en una reacción inmediata tras el primer boletín oficial sobre los resultados de las legislativas, que mostraba una dura derrota de oficialismo, Nicolás Maduro se dijo “tranquilo de conciencia y de alma”. Sin embargo, los resultados abren un complicado escenario para el debilitado líder, en el que jugarán un papel los militares, que en una inusual comparecencia llamaron ayer a la calma mientras las autoridades tardaban en dar el recuento.
El mandatario venezolano reunió en un salón del Palacio de Miraflores de Caracas a la plana mayor del bando bolivariano, para dar en la transmisión televisada una imagen de unidad ante la adversidad. “Hemos hecho lo que había que hacer para proteger al pueblo y para ser leales a Hugo Chávez”, dijo Maduro, quien atribuyó la abultada derrota a la “guerra económica”, la escasez crónica de productos de consumo básico, como quien habla de una fatalidad: se hizo lo mejor que se pudo en esas condiciones.
Pero el rey había quedado desnudo. En manos de Maduro no solo se ha dilapidado el caudal electoral del chavismo, su más importante fuente de legitimidad. También el propio Maduro, en lo personal, se ha visto despojado en poco menos de tres años del aura casi mística que le había otorgado el propio Hugo Chávez al elegirlo públicamente como su sucesor en diciembre de 2012. Con el 78% de participación en las urnas, no cabe duda de que votantes consuetudinarios del chavismo, en vez de abstenerse, votaron en contra de la propuesta bolivariana.
El chavismo sabe poco de perder. En 19 elecciones, su única derrota por un margen milimétrico se había registrado en 2007, con el revés de la reforma constitucional propuesta por Chávez, que el propio comandante calificó como una “victoria de mierda” de la oposición. Su primer cataclismo electoral se produce justo el día en que se cumplían 17 años de la victoria original de Chávez en las urnas, en diciembre de 1998. Con excepción de Maduro, la alta dirigencia revolucionaria ni siquiera atinaba a tomarse a mal la derrota. Inusual comparecencia.
Lejos de este tablero de ajedrez, durante la jornada del domingo también parece haber quedado resentido un soporte fundamental de la autodenominada Revolución Bolivariana: la incondicionalidad de las Fuerzas Armadas. El ministro de Defensa y jefe del Comando Estratégico Operacional (CEO), general Vladimir Padrino López, hizo una inusual aparición en las pantallas de televisión la noche del domingo, cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE) tardaba en informar sobre los resultados y los rumores sobre fraude y arreglos tras bastidores hervían en las redes sociales.
En compañía del alto mando militar, todos en uniforme de campaña, Padrino López pidió a los venezolanos esperar con tranquilidad los resultados.
Según versiones sin confirmar, la alta oficialidad dio, durante esa tensa noche del domingo, señales de que no contestaría ninguna emisión de resultados que reflejara algo distinto a la realidad de los votos. Habría sido la primera señal de que los militares ya no están dispuestos a acompañar al Gobierno chavista en cualquier escenario.
En el plano internacional, los medios oficialistas destacaban ayer una carta del presidente cubano, Raúl Castro, en la que augura a Maduro “nuevas victorias (…) bajo tu dirección”. Puede tomarse como un espaldarazo de la influyente jerarquía cubana al presidente venezolano. Pero el liderazgo de Maduro queda tocado.
El chavismo dejó de ser imbatible y algunas figuras alternativas pueden sentir no una oportunidad, sino un deber, el disputar la conducción del movimiento para recuperar esa condición. En el Estado de Barinas (llanos suroccidentales de Venezuela), la cuna geográfica de la dinastía Chávez y baluarte oficialista, los candidatos de oposición ganaron en todos los circuitos. Tal es la magnitud del descalabro electoral.