Por Francisco Pomares.- Con el calor absurdo y fuera de tiempo que está haciendo, lo más probable es que mañana domingo prefiera usted quedarse en casa, con los pies en remojo en un barreño. Si la estadística no falla y me han leído hoy más de tres, uno de ellos será parte de esa mayoría de españoles y de canarios que mañana no van a ir a votar, de ese partido de los abstencionistas que va a ganar de nuevo las elecciones, también en estos comicios que son -como siempre- los más importantes y decisivos y blablabla de la historia de España. Gente que sabe que las opciones se han multiplicado en la práctica, que hoy hay más donde elegir para votar, y aun así no les importa un carajo. Gente que cree que si se trata de decidir una vez más entre echar al PP de la Moncloa o evitar que otros se instalen en el Gobierno, con ellos que no cuenten.
Desinteresados, ignorantes o aburridos de tener que elegir entre lo que no les gusta y lo que detestan constituyen hoy la silenciosa mayoría en España, un ejército de personas que en gran parte no duda de las virtudes y ventajas del ejercicio de la democracia, pero que ha decidido no invertir ni cinco minutos de su domingo en ir a votar para que las cosas sigan igual de mal, y además todo mucho más liado e inseguro. Por eso, sabemos ya que se va a abstener un tercio de los votantes potenciales: lo que dicen todos los sondeos, y es en lo único que coinciden, porque, en lo demás, parece que unos los hicieron en Marte, otros en La Tierra y otros en la cocina del CIS.
Pero quizá sea usted uno de los que piensan darse mañana un salto a su colegio electoral, y votar. Si es así, me alegra decirle que es usted un espécimen en extinción, un fruto tardío y poco frecuente de la democracia española, una «rara avis» que conserva la fe en las virtudes y obligaciones de la ciudadanía, o quizá un rarito que colecciona elecciones como los numismáticos coleccionan monedas y los filatélicos sellos. A usted, que es de los menos, le confieso ser de su sindicato: aunque es más que probable que el sentido de mi voto -como el del suyo- no tenga nada que ver con los programas electorales que se presentan a estas elecciones, ni con la mercadotecnia en juego, o los debates de patio de monipodio que han retransmitido las teles. Quizá haya votado porque me gustan los que mejor ponen a caer de un burro a los otros en los programas de la tele, o porque me caen bien los ambiciosos, los profesores con coleta o los catalanes que creen en España. Incluso porque me inspira más confianza uno que se presenta que uno que está (o viceversa). O porque mi mujer es de izquierdas (o de derechas de toda la vida), y siempre que puedo le llevo la contraria. O porque no soporto la idea de cuatro años más de Rajoy, o porque estoy convencido de que el guaperas de Sánchez no da la talla. O porque soy de aquí y creo que ser de aquí es más importante que todo lo demás.
Da igual. Votar -incluso hacerlo en blanco- es uno de los gestos que definen al ciudadano. Y yo no voy a dejar de serlo porque lo que hay no me ilusione lo más mínimo… aunque solo sea porque pasado mañana, cuando llegue al bar donde me tomo el cortado al mediodía, quiero poder seguir quejándome de esta porquería de política, y decir que cuando tuve la oportunidad de expresar qué pienso y quiero para este país, yo lo hice.