“Sin mí no son nada”, nos canta una y mil veces la solitaria diputada, parafraseando a Amaral. Afincada desde siempre en la cosa pública, Ana Oramas lleva muchos años atrincherada en la capital del reino, desde donde se traslada a las ínsulas de vez en vez coincidiendo, eso sí, con convocatorias electorales, qué casualidad. Una vez aquí, con ensayada voz de radionovela, repite su discurso sobreactuado, pretendidamente emotivo. Entre desayunos pagados por los barrios, ante cualquier micrófono, la diputada se da golpes en el pecho, cual murguera, para repetirnos, erre que erre, que Canarias es ella, que es su voz, que su ausencia nos dejará afónicas y no nos escuchará nadie.
Hasta el agotamiento, sí. Agotamiento como el que padece su partido. O peor, el que sufre la ciudadanía de las Islas de su formación, Coalición Canaria, que en estas últimas elecciones cosechó los peores resultados de su historia. Y ya sabemos que en las Generales no les valen los antidemocráticos repartos del sistema electoral canario, ése que los convierte siempre en bisagra y les da los primeros sillones, aunque sean la tercera fuerza en votos y la que impone en los pactos que la triple paridad no se toca. Con las cosas de `su´ comer no se juega.
Esta vez no hubo valla publicitaria capaz de tapar los niveles de desempleo, pobreza, emigración juvenil forzosa… que colocan a Canarias a la cabeza de las peores clasificaciones europeas y estatales. No hay Photoshop que nos haga creer que sus 9 años en el Congreso, los 23 que lleva su partido en la Presidencia canaria, gane quien gane las elecciones, con esa promiscuidad política que les caracteriza, con responsabilidades en ayuntamientos y cabildos… no tienen nada que ver con lo que pasa en este archipiélago. Muy difícil vender que “de aquí en adelante” sí van a solucionar los problemas.
El propósito se les complica aún más cuando, autodenominándose nacionalistas, siguen basando sus argumentos en pedir dineritos a Madrid, al mismo lugar al que echan todas las culpas de lo que va mal. Todavía peor cuando llevan una bandera con siete estrellas en una mano y, con la otra, rechazan el derecho de los pueblos a decidir.
Pero llegó el 20D y la ciudadanía colocó a cada cual en su lugar, aunque haya quien necesite su tiempo para asimilarlo. Al menos eso es lo que aparenta la solitaria diputada Oramas que, con todo el respeto a las casi 60.000 personas que la reenviaron a Madrid (34.000 menos que Alberto Rodríguez, diputado de Podemos por Santa Cruz de Tenerife) agita su único voto en llamativos titulares, como si estuviera en su mano un pacto u otro del Gobierno central. Y vaya por delante que en Podemos estamos por sumar, por aglutinar voluntades por un cambio real de este país, aunque sea una a una. Pero oiga, hay quienes se dan tanta importancia… Sobre todo cuando hasta los suyos le bajan el labio para recordarle que no, que no solo no es la “voz de Canarias”, como se empeña. El asunto empeora, pues le vienen a decir que ni siquiera es la voz de Coalición Canaria.
Así las cosas, como ya dije estos días, Coalición Canaria me recuerda a El Sexto Sentido, aquella película con personajes muertos que, pobres, todavía no lo saben. Todo se andará.
Noemí Santana
Portavoz de Podemos en el Parlamento de Canarias