Por Antonio Víctor Suárez Vera.- Revista Revista Eseken Nº 24 (La Gomera, 2º semestre del 2004).
La revista digital EZEKEN publicaba en el año 2004, un artículo del escritor autodidacta recientemente fallecido, Antonio Víctor Suárez Vera, que trataba sobre algunos aspectos relacionados con viejas costumbres y celebraciones con motivo del Carnaval en San Sebastián de La Gomera. Quizá uno de los pocos documento escritos que quedan de estas fiestas antaño.
El autor, hizo una mención especial al conocido como ‘Carnaval del Polvo’, una costumbre perdida en el tiempo, que no hace muchos años el Ayuntamiento de San Sebastián ha vuelto a recuperar, convirtiéndolo quizá e uno de los actos más concurridos y divertidos de esta fiestas, que en estos momentos se están celebrando en la capital de La Gomera.
Por el interés del contenido de este trabajo periodístico y como pequeño homenaje de Gomeranoticias a Antonio Víctor Suárez, que siempre estuvo en disposición de este medio de comunicación ante cualquier consulta que se le hacía relacionada con las tradiciones o antiguas costumbre de su Villa, pasamos a publicar íntegramente este texto, al objeto de que las nuevas generaciones conozcan un poco más de lo que fue la utilización del añil o la haría en un evento de estas características por parte de nuestros abuelos.
El Carnaval Del «Polvo» De San Sebastián De La Gomera
En todo el mundo occidental, y también en Canarias, es de sobra conocido el Carnaval, una fiesta un tanto pagana. Dicen que los romanos la celebraban en honor a su dios Baco. Este pueblo, tan dado a las fiestas, destinaba su expresión particular que a cada de sus muchos dioses.
En el mundo cristiano, adaptando un tanto las celebraciones, se sitúa la fiesta cuarenta días antes de la Semana Santa. Es decir, que desde el miércoles de Ceniza último día del Carnaval, en expiación de aquellos libertinajes, se entraba en un tiempo de oración, meditación, arrepentimiento y conversión para celebrar la Pascua del Señor.
En esta fiesta “loca” del Carnaval encontramos tantas formas de celebrarlo como pueblos en los que se hace. En Canarias, aunque algunos pueblos están interrelacionados entre sí, también hay distintas y peculiares formas de celebrarlo, todas como es de suponer con disparatadas expresiones.
La Gomera, y en particular la Villa y Puerto de San Sebastián, siempre fue notable en estas celebraciones, pues en aquellos tiempos de menos medios y ninguna ayuda, el pueblo se las ingeniaba para demostrar su capacidad e ingenio, manteniendo algunas tradiciones tan antiguas como propias, que fueron admiradas y hasta imitadas en otros lugares.
La chanza, la broma, ridiculizar todo aquello que se consideraba de orden público y que fallaba en algo. Rondallas, agrupaciones musicales, murgas y comparsas, cada asociación se esmeraba en mejorar e innovar cada año en lucidez, esmero y calidad. Teniendo en cuenta que San Sebastián no es un pueblo muy grande, existían varias asociaciones tanto culturales como deportivas y artísticas: el Casino Principal, El Casinillo, Escuela de Artes y Oficios, Asociación Obrero, Asociación Deportiva Tres Copas, Asociación El Terrestre, El Marino y otros grupos de vecinos que se formaban cada año con espontaneidad. Gomeros de otros pueblos o que se encontraban en otras islas iban a la Villa “a correr los carnavales”.
Esta fiesta servía de expansión y alivio después de un año de trabajos y preocupaciones. Los días principales eran sábado, domingo, lunes y martes de Carnaval. A pesar de ser días de trabajo, aquellas esperadas tardes se abarrotaban las calles y plazas de toda un mezcla viva de imaginación, ingenio y “locura”.
Murga «Los Farfulleros» de La Gomera, 1971
El pueblo era tan carnavalero que desde el 21 de enero, pasado San Sebastián, muchas noches salían máscaras entre familiares y vecinos, quizás en acción de ir animando a la gente y así ir preparando el camino para cuando llegara la verdadera fiesta. Se intimidaba a los visitados y se esperaba no ser reconocidos, aunque después se hacían conocer y tomaban mistela juntos.
No podemos olvidar la dieta especial de esos días, las tortillas de huevos y azúcar, las rebanadas y torrijas, el arroz con leche, el frangollo, los célebres dulces gomeros, la mistela para las mujeres y el vino y el aguardiente para los hombres, el potaje de ñames y el de trigo (éste ya hoy ni se conoce), así como otros manjares.
Esos días era costumbre tirar agua por las mañanas, mojando inesperadamente a cualquier transeúnte. A pesar de estar prevenidos, siempre se alcanzaba algún remojón. Las féminas siempre eran las más perseguidas, pues los enamorados entre sí ya se buscaban para “enchumbarse”. Eran tiempos de invierno, y precisamente de las cosechas de tomates, con lo que se aprovechaba para mojar a las mujeres que tenían que ir a trabajar a los talleres de empaquetado. El tizne y el añil eran otros elementos para poder ridiculizar tanto a las mujeres como a los hombres.
Todo eso, el agua, el añil y el tizne, se usaba por la mañana. Las tardes eran muy especiales y reservadas para otras modalidades carnavalescas. Se lucían los distintos disfraces, máscaras y cada agrupación su innovada indumentaria. Por más que cada año las agrupaciones renovaban sus atuendos, no faltaban nunca los tradicionales y casi obligados disfraces de arlequines, pieles rojas, indianos (con traje blanco, corbata de lacito roja, reloj y leontina notable y el sombrero pajizo, así como una varita y fino bastón), aldeanos gallegos y asturianos, lagarteranos, andaluces, madrileños y tantos otros que luego se lucían en los respectivos bailes que se hacían tanto en las asociaciones como en la plaza pública.
Algo que no podía fallar esas alegres tardes eran las batallas de huevos, tanto enteros como rellenos de confeti, que se rompían luego en las cabezas del más próximo, formándose algarabías y risas.
Los polvos de talco o la harina, usados desde tiempos inmemoriales, eran también muy entrañables, siendo el martes de Carnaval un día dedicado casi en exclusiva a esta modalidad. Quien salía a la calle ya sabía lo que le esperaba, la “empolvada”. Algunos señores más pudientes, que tenían coche y si no lo alquilaban, cargaban en sus largas carrocerías descapotables, tanto cestas con huevos como talegas de harina que venían de afuera llamadas balas de harina y cantidad de tarros con polvos talco. Todo esto resultaba de gran diversión y con doble intención a este día se le denominaba “el día de los polvos”. Esta peculiar costumbre era muy apreciada por propios y foráneos.
Como colofón, el miércoles de Ceniza se celebraba el gran cortejo fúnebre de entierro de la sardina. Entre burlas, mojigaterías risas y caras largas, pero con gran sentido de fineza artística, se parodiaba a los ministros de la Iglesia. Casi siempre eran los mismos individuos los que se prestaban para este menester. Sus atuendos eran unos batilones negros y largos pero de hechura ridícula, que parecieran sotanas talares pero desaliñadas, unas camisas blancas pero ajadas que pareciesen roquetes, en la cabeza algún gorro que simulara un bonete y un libro viejo pero grande (casi siempre un libro de cuentas pasadas de los talleres de empaquetado).
El cortejo de la sardina lo formaba un grupo bastante desproporcionado de tamaño. El que hacía de cura casi siempre era alto y desgarbado. El sacristán y los monaguillos unos altos y otros flacos, vestidos por tanto de forma ridícula. Era costumbre que este grupo caminase solo, mientras el pueblo lo observaba desde las aceras. Con acento latino, con voz lastimera y con entonación casi litúrgica cantaban la pérdida del Carnaval que se fue y cuándo volverá. Se llevaba delante una sardina ensatada en un palo que era la supuesta desaparecida.
Algo esencial en esta estrafalaria procesión era que el sacristán portaba un balde que contenía un líquido con supuestos orines que se rociaba con una escoba a los curiosos cuando menos se los esperaban. Entretanto no se dejaban de cantar críticas, cancaburriadas y tonterías:
Jo, jo, jo… la sardina se murioooó…
Y la fueron a enterrar jo, jo, jo.
Veinticinco palanquines jo, jo, jo.
Un cura y un sacristán jo, jo, jo.
El cortejo seguía calle abajo gasta llegar a la playa, donde hacían sus últimos asperges del oloroso líquido, pues, mientras la chiquillería se acercaba, los más prudentes guardaban la distancia por si acaso. En estas fechas todo era admitido, pero durante la cuaresma y Semana Santa se cumplía todo con devoción.
Antonio Víctor Suárez Vera
Revista Eseken Nº 24 (La Gomera, 2º semestre del 2004)
GALERÍA DE IMÁGENES DE ARCHIVO DE ‘LA EMPOLVADA’ DE GOMERANOTICIAS