Al final, el esperpento vuelve a cobrar sustancia y los teóricos impulsores del cambio de nuestro sistema electoral se enzarzan en una teatralización insulsa de supuestas intenciones, sin aclarar lo que proponen. Da grima escuchar a los portavoces de los tres partidos que han venido bloqueando la reforma de la representación territorial en el Archipiélago, ahora cada uno más decidido que cualquier otro a cambiarlo todo para que nada cambie. Escuchar a María Australia Navarro encabezar el desfile de los agraviados por la triple paridad da risa. Quizá porque no hay mayor fe que la del converso, y esto se está convirtiendo en una cuestión de fe capaz de mover montañas… y es que en relación con este asunto, como en tantos otros en política, circulan sorprendentes mitologías, falsedades y exageraciones. La primera es la de que el sistema electoral canario es responsable de la pervivencia de Coalición en el poder. Eso no es cierto: Coalición se mantiene en el poder regional desde el año 1993 porque la incapacidad de los otros dos grandes partidos canarios -el PSOE y el PP- para entenderse sitúa a los nacionalistas en la centralidad política. Por eso -mientras hubo básicamente tres partidos, eso puede cambiar a partir de ahora- todos los gobiernos se construyeron en torno a Coalición, era la única novia para los dos pretendientes que meritaban. Es cierto que con un sistema estrictamente proporcional, Coalición no habría pasado nunca de ser la segunda fuerza e incluso la tercera, pero eso no ha modificado tampoco con el actual sistema su papel de única novia en todos los pactos y -por tanto- de clave en todos los Gobiernos regionales.
En todos los Parlamentos del mundo se prima más a las circunscripciones pequeñas, sin que eso implique una merma de democracia.
La segunda mitología es la idea de que un sistema estrictamente proporcional es viable en Canarias a estas alturas de la película: un sistema en el que un diputado de El Hierro costara en votos lo mismo que uno de Tenerife o de Gran Canaria, y en el que El Hierro mantuviera sus actuales tres diputados en el Parlamento, requeriría que se eligieran 75 diputados por Tenerife y otros 75 por Gran Canaria, y daría lugar a un Parlamento canario que sobrepasaría con creces los 200 escaños. En todos los Parlamentos del mundo se prima más a las circunscripciones pequeñas, sin que eso implique una merma de democracia. El verdadero problema de la representación en Canarias es que el peso del territorio no se equilibra con el de la representación política. Y eso no se soluciona redistribuyendo los diputados posibles por las siete circunscripciones existentes, sino creando una circunscripción electoral nueva, la circunscripción canaria. Porque la idea de dar más diputados a las islas más pobladas no resuelve nada, y crea problemas nuevos.
De momento, lo que puede hacerse con carácter inmediato es acabar con el abusivo sistema de topes, que perjudica a los partidos pequeños y refuerza el sistema actual. Ya puestos, sin miedo a resultar heterodoxo, yo avanzaría justo en la dirección contraria: reconstruiría el discurso de la representación en una nueva paridad basada en el compromiso entre el peso de las islas y el peso de la región: que todas las islas tengan exactamente la misma representación (5 diputados por isla) y que la suma de todas ellas (35 diputados) sea la misma que la de una única lista regional de 35 en un parlamento de 70. Es un sistema simple que iguala a todas las islas, permite más democracia en las más pequeñas y desarrolla inevitablemente liderazgos regionales de los que hoy carecemos.