No será el fin del mundo, aunque algunos lo esperen, casi ahogándose en su propia saliva. No será el apocalipsis, pacte el Partido Socialista con Podemos o haya nuevas elecciones o se dé cualquier otro pacto. Podrá ser malo, pero no tanto como algunos quieren transmitir.
Puede ser que muchos vaticinen el final de la democracia si se cierra un pacto de gobierno Partido Socialista – Podemos, pero ya existen esos pactos en otras administraciones, y como cualquier otro pacto, según el caso, algunos funcionan mejor o peor. Hay buenos, malos, peores y mejores políticos o gestores, pero no se ha rasgado el tejido del espacio-tiempo. Y si se rompe, se resolverá tan fácilmente como volviendo a votar.
Es muy frecuente oír quejas sobre lo perjudicial o vergonzoso que es lo que está costando llegar a acuerdos. Hablamos de un pacto de gobierno. Debe ser un acuerdo serio y comprometido y eso cuesta. Eso se trabaja. Y debe motivarnos que a los partidos les cueste renunciar a puntos de sus programas para llegar a acuerdos. Si ocurriera lo contrario, también podrían oírse opiniones críticas por lo fácil que les resulta renunciar a lo que sea por el hecho de gobernar.
Puede que haya nuevas elecciones pero tampoco eso hará que caigan pedazos de cielo o estrellas ardientes se precipiten sobre el país. La ciudadanía volverá a ejercer su derecho a opinar y, esta vez, sabiendo qué cosas antepone cada uno como prioridad a la hora de negociar. Seremos un electorado más informado. Unas elecciones a cara descubierta. Incluso a los agoreros que vaticinan una victoria del Partido Popular se les podría plantear que si eso ocurre, con la que está cayendo, será tristemente porque la ciudadanía así lo prefiere.
Como resultado más probable tendremos un escenario también de pactos, pero con la lección aprendida para los partidos y la ciudadanía. El panorama político español ha cambiado, el tablero ha evolucionado y todos deberemos acostúmbranos y asumirlo. No siempre podemos estar de acuerdo, no estarlo no significa la guerra. No estaremos conformes con algunas de las características de los pactos, pero es lo que hemos decidido y habrá que buscar más acuerdos y puntos en común que diferencias y límites.
Las líneas rojas están bien, las dificultades para alcanzar un pacto también. Deberíamos interpretarlo como que no se está dispuesto a todo con tal de tocar poder. Sin embargo, no puede haber más líneas rojas que puertas abiertas. No puede haber más condiciones que propuestas, más declaraciones en prensa que reuniones.
Los políticos deberán aprender a no ir a los pactos con dos piedras en la mano, diciendo en una rueda de prensa que su posible socio es el demonio y a la siguiente pregunta que hay que pactar. El respeto por las otras formaciones deberá imponerse. La ciudadanía deberá aprender, acostumbrarse a no demonizar las opciones que no son de su gusto, a comprender que es imposible que sus opciones no renuncien a algunos puntos, asumiendo los de sus socios.
Bajar la tensión debe ser prioritario. Es evidente que la política tampoco puede convertirse en la utopía de los falsos piropos o la hipocresía, pero el respeto ante otras opciones debe ser la tónica habitual o nadie entenderá cómo se puede maldecir al futuro socio durante meses y al día siguiente querer mantener un gobierno estable.
Durante demasiado tiempo hemos premiado la risa fácil, el falso consenso, la hipocresía del acuerdo por el acuerdo, o por el contrario, el sectarismo y la definición por el enfrentamiento (yo soy solamente lo contrario de mi rival). Ya es hora de aprender a debatir con respeto, confrontar con firmeza pero con argumentos, y cuando se pueda llegar a acuerdo, hacerlo por principios, con el deseo real de hacerlo y no de cara a la galería.
En estos momentos en los que parece que todo es malo hay que conservar la calma y mirar un poco el lado bueno de las situaciones. Cualquiera de estos panoramas servirá para hacer madurar nuestra democracia, hacernos ver que no pasa nada por no estar de acuerdo, ni pasa nada por llegar a un pacto. Por desgracia, estamos acostumbrados a convertir la falta de acuerdo en algo personal e irreparable, lo que provoca que se cierren acuerdos y consensos basados no en un deseo real, sino en la obligación, o tirarnos el templo encima si llegamos a un acuerdo con alguien que no es de nuestro gusto.
Sea cual sea la conclusión de estos días, no hagamos caso a los agoreros, a los que no entienden la verdadera esencia del debate. Si hay acuerdo, debe ser honesto o será un parche, eso lo dirá el tiempo. Si no hay acuerdo habrá que volver a votar. En ambos casos no será el fin de todo lo conocido, ni la batalla final de los dioses,solamente una lección más de la responsabilidad de vivir en una democracia que entre todos debemos siempre mejorar.