Carlos Tarife, jefe de gabinete de la concejala chicharrera Zaida González, ha protagonizado un curioso episodio, al censurar agriamente el que un grupo de militantes de las Juventudes Socialistas, identificados por sus camisetas coloradas, hicieran el pasado lunes proselitismo político a las puertas del Instituto Teobaldo Power. Al parecer, lo que ha incomodado al señor Tarife es que la campaña de propaganda y captación de afiliados de la organización juvenil del PSOE se produjera a las puertas de un centro escolar, intentando captar a jóvenes menores de edad. Ayer comenzó a circular por las redes el comentario casposillo de que además de captar militantes, los jóvenes socialistas repartían condones como reclamo. Muy bueno.
Yo soy un antiguo, ya saben; quizá por eso (a pesar de haberme esforzado) no logro entender el motivo del escándalo de Tarife: las organizaciones juveniles de los partidos políticos están reconocidas legalmente y en sus estatutos y reglamentos se contempla la afiliación de menores de edad, lo que nunca ha discutido ni cuestionado nadie, probablemente porque cualquier organización juvenil -los scouts, los clubs de rol, los de fans de Lady Gaga- tienen todos su propia base ideológica. Todo en esta vida es política, y no he escuchado nunca que para tener una ideología sea necesario o siquiera conveniente haber cumplido los dieciocho. Personalmente, me sentiría satisfecho y hasta orgulloso de que a mi hijo de catorce años le interesaran más los asuntos públicos o sociales que engancharse al «Call of Duty», versión «Black OPS III», y decidiera incorporarse a alguna organización de cualquier tipo, en la que se hablara de lo que fuera. No tengo especial interés por nada en particular: me da igual que se apunte a un cinefórum, a Greenpeace, a una asociación colombófila, a un grupo catequista o filatélico, o a la organización juvenil de cualquier partido político que no justifique el odio o el uso de la violencia. No sólo no temo que a mi hijo menor de edad pueda interesarle el compromiso ideológico o social, lo cierto es que lo deseo. El problema de Tarife es que -a pesar de ser militante de un partido, o quizá por eso- el hombre tiene una visión pedestre de la política: cree probablemente que el compromiso ideológico es una forma aberrante de sometimiento sin revisión ni caducidad, del que hay que proteger a nuestros tiernos infantes. Chicos y chicas de 16 años, con edad para convertirse en delincuentes, manejar dispositivos adocenantes, conducir vehículos de motor, mantener relaciones sexuales (y las chicas quedarse embarazadas y abortar si lo estiman oportuno), manejar dinero, viajar solos al extranjero y consumir alcohol y drogas, deben ser protegidos (vaya usted a saber por quién, aparte de sus padres) de la terrible influencia de otros chicos que les reparten propaganda política. O Tarife no sabe en qué mundo viven hoy nuestros jóvenes, o realmente le asusta mucho lo que ha visto en política, que también pudiera ser.
De todo esto, yo me quedo con la probable inutilidad del esfuerzo de quienes todavía hoy dedican unas horas de su tiempo a hacer proselitismo entre los jóvenes sobre cualquier cosa: combaten contra el poder brutal de las redes en las que nuestros hijos andan de verdad enganchados. Son como héroes llegados del pasado para recordar a estos chicos perdidos en la fiesta de lo virtual, que hay otras vidas reales, y otros mundos posibles.