La iniciativa que promueve declarar como Bien de Interés Cultural (BIC) al Baile del Tambor y al romancero gomero por parte del Cabildo Insular tiene un doble objetivo: Preservar esta manifestación musical única y reconocer su indudable valor etnográfico. La institución pretende que el Gobierno canario otorgue la máxima protección a esta tradición sin tener que esperar a que exista un peligro inminente de que vaya a desaparecer.
El presidente del Cabildo, Casimiro Curbelo Curbelo, destaca la oportunidad que se presenta para hacer un homenaje a esta manifestación musical, reconociendo sus valores ancestrales e históricos. «El Baile del Tambor es uno de los signos más identificativos de La Gomera en el exterior y de mayor tradición y arraigo en el interior de la Isla. Desde el Cabildo nos sentíamos obligados a promover esta declaración BIC con el fin de avanzar también en su conservación y pureza y hacerlo además lo antes posible, pese a tratarse de una tradición tan estrechamente ligada a nuestro acervo que su pervivencia está garantizada durante muchas generaciones».
Curbelo indica que la iniciativa se enmarca también en una serie de reconocimientos que se han llevado a cabo en los últimos tiempos a la figura de Lucas José Ortiz Mendoza El Mago, uno de los principales baluartes de las costumbres de La Gomera, entre las que está precisamente este Baile. La declaración BIC no sólo está sustentado por el valor que otorgan a las tradiciones que han llegado a nosotros a través de los siglos, sino también por la obra de prestigiosos estudiosos como es el caso del catedrático de Filología Española de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Maximiano Trapero o del musicólogo, José Ángel López Viera.
Trapero incluso sitúa a La Gomera como el lugar más importante del mundo en cuanto conservación y pervivencia del romancero tradicional que sirve de letra al toque del tambor. López Viera destaca el carácter hipnótico de esta manifestación cultural y como los participantes, «al poco tiempo de entrar en el proceso del Tambor, dejaban atrás las palabras y todo lo que sea su entendimiento racional, los pensamientos se van canalizando hacia regiones de irracionalidad, hacia algo que se presentaba como una fuerza instintiva de atracción y encuentro con el ritmo candente de los tambores».
Viera define este género como «un sistema coreo-musical y poético complejo, debido en parte a su estructura rítmica y melódica, muy difícil de reproducir. Musicalmente, el Baile del Tambor emplea un mecanismo responsorial, de llamada y respuesta en el canto, que funciona como un prolongador del tiempo, lo que hace posible tocar y cantar muchas horas seguidas sin que exista un final preciso.
Con el toque de tambores y chácaras se establece un proceso rítmico muy intenso en el que los participantes alcanzan un estado físico y psíquico muy particular». No será el primer reconocimiento del que es acreedor el Baile. Isidro Ortiz recibió en su momento la medalla de oro de Canarias por los vínculos que siempre ha mantenido con esta tradición y con el silbo gomero.
«Desde que nací he oído el Baile del Tambor y los romances. La gente mayor la tocaba en Chipude, de donde soy», indica. Precisamente, gracias a los habitantes de la meseta de la Isla, se logró conservar el Baile. No hace demasiado tiempo el esta danza era la banda sonora de casi todas las actividades diarias y estaba presente en los momentos más importante en la vida de los gomeros. Sonaba en el bautizo, boda o entierros. A través de sus distintas modalidades se podía escuchar mientras se trabajaba, acabada la jornada laboral y por supuesto en las fiestas.
Sobre la oportunidad de la declaración BIC, Ortiz no esconde su satisfacción pero también se lamenta de que con el discurrir del tiempo se ha perdido parte de la pureza del Baile. Por ejemplo, defiende que se debe mantener la tradición de que sólo los hombres toquen las chácaras mientras que ambos cantan y tocan el tambor. Y además hacerlo en grupos pequeños, huyendo de las aglomeraciones. «Debemos hacer lo posible para que el Baile sea una manifestación popular no un espectáculo. Esperemos que con la declaración todo esto se reconduzca», señala.
El licenciado en Historia, Arón Morales Pérez es un admirador de esta manifestación cultural y considera que estamos ante un ejemplo claro de que «el folklore es, más que una pieza de museo, y se convierte en una forma de expresión que se adapta a las circunstancias y realidades de un pueblo. El Baile del Tambor, lo ha hecho para conservarse como una de las manifestaciones no teatralizadas de expresión cultural. Ha resistido, a pesar de varios intentos de espectacularización la tendencia a la que sí han sucumbido otros muchos géneros. Sin embargo, en este caso se ha mantenido como forma de expresión de la espiritualidad y de las emociones de una sociedad que, ahora, se siente orgullosa de sus orígenes y exporta símbolos de identidad, como ha sucedido con el silbo y la gastronomía».
La insularidad y la complicada orografía de La Gomera, que ha supuesto una dificultad histórica para los gomeros, ha traído como inesperada y afortunada consecuencia la pervivencia de tradiciones, algunas de las cuales, como el silbo tienen un origen ancestral. El Baile del Tambor también ha llegado a nuestros días gracias al aislamiento. «Cuando por todas partes no hay sino abandono y olvido, en la Isla Colombina siguen cantando y bailando los romances con tal pujanza y con tanta asiduidad como si en el siglo XV y XVI vivieran», indica Trapero.
Prueba de su origen remoto es la temática de los romances. Historias que tienen al Cid Campeador, la reconquista de Granada o la España árabe como protagonistas… pero por supuesto también al acontecer de la Isla, de sus glorias y miserias, como no podía ser menos en una tradición viva y arraigada en el devenir diario de los gomeros. Durante siglos el Baile del Tambor era conocida como una danza típica pero poco más y de ahí la falta de estudios que documenten su historia. Habría que esperar al año 1969 para que obras como La flor de la marafiuela recogiera algunos de estos romances.
En cualquier caso siempre se reparó más en su vertiente folclórica que en la riqueza de sus textos. Como ejemplo, citar que el propio Trapero recopiló en 1983 una colección de 402 versiones correspondientes a 144 temas romancísticos. Por su parte el musicólogo Lothar Siemens, considerado el mayor conoceder de las tradiciones musicales canarias, dedicó un estudio en el que recoge: «En La Gomera hay que destacar una peculiar agrupación tradicional en el acompañamiento de su típico baile del tambor, danza de marcadas concomitancias astúricas: el tambor de cilindro corto y unas enormes y barrigudas castañuelas, que son repiqueteadas enérgicamente por hombres danzantes. Otro baile de filas enfrentadas de hombres y mujeres que ha llegado con gran pujanza hasta nuestros días en la Isla de La Gomera es el baile del tambor, llamado también tajaraste gomero».
Otros estudiosos que mencionarían esta tradición en menor o mayor medida serían Talio Noda, Elfidio Alonso, Concepción González Casarrubios, Crivillé y Bargallo. Pero por desgracia, la lista no se extiende mucho más. La declaración BIC precisamente puede servir para llamar la atención sobre esta manifestación musical y supondrá una oportunidad de investigar sobre sus orígenes e indudable riqueza.