No lo hemos logrado. Se convocan nuevas elecciones, apenas cuatro meses después de los anteriores comicios, en un escenario inédito en la España democrática. No lo hemos logrado porque, a pesar del empeño puesto por algunas fuerzas políticas como Coalición Canaria, desde el principio hubo dos formaciones –Podemos y el Partido Popular– que en lugar de centrar sus esfuerzos en negociar, en pactar, acatando el mandato ciudadano, se dedicaron a colocar, a un extremo y otro, todas las piedras posibles para que no hubiera otra salida.
Y en esas estamos. Preparándonos para explicar a la ciudadanía que, mientras otros interpretaban un vodevil, por momentos casi un culebrón, ante las cámaras -siempre ante las cámaras- esta diputada presentaba, en nombre de CC-PNC, más de 30 iniciativas, además de las intervenciones en comisiones y Plenos que no se han retransmitido, pero en cuyas actas queda constancia de nuestra permanente actividad.
En estos meses, los grandes partidos se han estado enredando, en los programas de mayor audiencia, en eternos bailes de salón con cambio de parejas. Y mientras, en el mundo real, en las diferentes salas del Congreso se aprobaban nuestras propuestas por unanimidad (y, en algunos casos, con la negativa del PP). Propuestas tan beneficiosas para Canarias como la aplicación de la tarifa plana de vuelos entre islas, la mejora de la cuota del atún rojo, el impulso a nuestro sector industrial, la reactivación del Plan Integral de Empleo de Canarias o el Plan de Empleo de Infraestructura Educativa, entre otras muchas.
Ahora, por esa falta absoluta de generosidad, por esas líneas rojas infranqueables e inasumibles, nos vemos abocados a tener que ir a unos nuevos comicios en los que, una vez más, los partidos pequeños tenemos que multiplicar esfuerzos para llegar a la ciudadanía.
Bien es verdad que lo hacemos con la tranquilidad del trabajo realizado, de que hemos cumplido aquello para lo que los ciudadanos nos votaron; de que hemos defendido los asuntos inaplazables para Canarias, logrando un consenso impensable en los últimos años, con resoluciones que, necesariamente, deben ser asumidas por el Gobierno que se forme tras la nueva cita electoral.
Sin embargo, esto que debería producirnos satisfacción, contiene el poso amargo de vernos obligados a celebrar unas elecciones tras las cuales, cambiará todo para que todo siga igual, como se decía en ‘El Gatopardo’, porque parece que no hemos asumido que, como ocurre en otras democracias sólidas, más pluralidad no debe significar imposibilidad de gobernar.
Incluso el New York Times ha publicado un durísimo y sonrojante editorial en el que tilda esta breve legislatura nuestra de “circo” y habla de las “ambiciones personales” de los líderes como causa principal de la falta de entendimiento. Yo añado otra: el punto de no retorno al que se llega cuando se tiñe la rivalidad política de desprecio, cuando no odio, al adversario.
Por eso es necesaria una campaña limpia y mesurada, donde el rival político no sea tratado jamás como enemigo; donde no se inventen historias para tratar de anular al contrincante; donde no se cuenten anécdotas espurias ni se apliquen calificativos rudos. Una campaña donde lo que se diga se pueda seguir manteniendo en una o muchas mesas de negociación tras las elecciones del 26 de junio. Porque tendremos que sentarnos en ellas y mirarnos a la cara. Y hablar. Y ceder. Y pactar. Sobre todo, pactar.
Canarias y este país no pueden seguir esperando. Los ciudadanos se merecen tener el Gobierno que elijan con su voto.Y se merecen, además, respeto a sus decisiones y a aquellos en quienes han depositado su confianza, sean estos del color político que sean.
Ana María Oramas González-Moro
Diputada de Coalición Canaria en el Congreso