La doble insularidad supone una pesada losa para los habitantes de las Islas no capitalinas que se deja notar en casi todos los aspectos de la vida: la cesta de la compra, el impulso de empresas, sanidad o educación, entre otros. Pocos sectores o aspectos del quehacer diario escapan de la presión que supone vivir en un territorio dos veces alejado.
El saldo final es un precio que se convierte en muchas ocasiones en inasumible y acaba condicionando la existencia de quienes residen en islas como La Gomera. En este complicado escenario las administraciones públicas han ejercido sus funciones dentro del marco de sus competencias y posibilidades con mejor o peor suerte. En el caso del Cabildo de La Gomera durante años se han dado ayudas a los estudiantes, para hacer frente a gastos médicos de carácter extraordinario o de apoyo los sectores agrícola, pesca, ganadería, apicultura o guarapeo y a las iniciativas empresariales.
El factor que condiciona con mayor fuerza la vida económica de las islas periféricas es, sin duda, el transporte de productos. La cooperativa Agricultura de La Gomera, está radicada en San Sebastián y aglutina a alrededor de doscientos socios, la mayoría de este municipio. Todos y cada uno de ellos son consciente del peso que la doble insularidad tiene en la actividad diaria. Principalmente en lo que se refiere al transporte, con un incremento medio del gasto que se cifra en un 15% con respecto a lo que abona un agricultor de Tenerife o Gran Canaria.
No es un dato obtenido de un sesudo estudio estadístico, sino de la práctica diaria ejercida durante años. Los costes no sólo se refieren al transporte por mar sino también por carretera, aunque no sean tramos especialmente largos. Sin embargo, las subvenciones apenas contemplan el 50% de lo desembolsado.
Por lo tanto, situándose en el mejor de los escenarios, un agricultor gomero verá como el Gobierno canario le paga la mitad del coste del transporte dos años después de haberlo desembolsado él mismo, dados los trámites burocráticos a los que debe enfrentarse. O lo que es lo mismo, hoy se compra una mercancía, al año siguiente se solicita la subvención al transporte y otros doce meses más tarde el dinero entra en la cuenta corriente del agricultor. Aunque en más de una ocasión el ingreso jamás se materializa. No es raro, por lo tanto, que muchos abandonen la actividad y tiren la toalla.
Desde la cooperativa se llama la atención, por ejemplo, al elevado número de paqueterías que se han implantado en la Isla, probablemente superior a la media del resto del territorio nacional. Y es que en muchas ocasiones se llega al punto de que los vecinos tienen que recurrir a este tipo de empresas para recibir mercancía de primera necesidad.
La situación de los pescadores profesionales tampoco es para lanzar cohetes de alegría. En estos momentos el litro de combustible en La Gomera y El Hierro cuesta 0,69 euros, más del doble que en Tenerife, donde se paga 0,33. Tras una iniciativa de la Agrupación Socialista Gomera (ASG), el consejero de Agricultura y Pesca, Narvay Quintero, se ha comprometido a eliminar esta diferencia.
El debate sobre la doble insularidad ha saltado a los medios de comunicación en gran parte debido a la presión que se viene ejerciendo desde La Gomera a lo largo de esta legislatura. El portavoz de ASG, Casimiro Curbelo Curbelo, dice que una nueva «sensibilidad» ha hecho acto de presencia en el hemiciclo del Parlamento canario. Durante el último año han sido múltiples las iniciativas para hacer frente a los efectos que trae consigo la lejanía, entre ellos la conocida como Canarias a dos velocidades. Una la representan las Islas más pobladas y con un desarrollo económico sólido y la otra las conocidas como islas no capitalinas, con menos habitantes y una frágil economía. «En Tenerife y Gran Canaria están los hospitales de referencia, los principales centros de formación e instituciones… el desequilibrio es evidente», indica Curbelo.
Los emprendedores de la Isla comprueban en carne propia como la doble insularidad implica multiplicar el esfuerzo y el coste. Adrián Vera, tiene a su cargo dos supermercados, y por lo tanto diariamente tiene que hacer frente a una carrera de obstáculos para que la mercancía llegue a las tiendas. “Si en Tenerife un producto cuesta un euro, aquí tenemos que pagar un euro veinte y si en Tenerife el consumidor paga un euro veinte, el de aquí tiene que pagar un euro sesenta”. Vera considera que la cuestión fundamental se centra en los actuales destinatarios de las subvenciones. Cree que en vez de otorgarlas a las navieras, se les debe hacer efectivas a quienes pagan por la mercancía: los propios empresarios. Este promotor no está muy seguro de que sea cierto que en la actualidad La Gomera tenga la cesta de la compra más cara.
“La doble insularidad se refleja de forma clarísima en la cuenta de resultados de una empresa: son los beneficios que debemos restar para que los consumidores puedan disfrutar de precios competitivos”. En la medida de lo posible estos empresarios intentan apoyar a los productores de La Gomera adquiriendo sus productos. Coincide en que la cifra del 15% de incremento a causa de esta desventaja no es en absoluto desmesurada.
Begoña Acevedo Brito se dedica al sector de la venta de piensos. Una materia prima que debe traer desde la Península. Por lo tanto, su enemigo diario son los costes del transporte que debe abonar en tres tramos distintos: Hasta Cádiz, de aquí hasta Tenerife y finalmente hasta La Gomera. El resultado es que cada contenedor suma los mil euros de precio. “Los clientes lógicamente se quejan de que en Tenerife el pienso es más barato y es verdad. Pero es que el problema es traerlo luego a La Gomera”.
Acevedo sabe poco de subvenciones, básicamente porque jamás ha recibido ninguna y tampoco cree que sean la solución de los problemas. Todos los gastos los tiene que asumir de su propio bolsillo y además hacerlo sobre la marcha o incluso por adelantado. En su negocio no se permiten los créditos. La conclusión a la que ha llegado es que resulta muy difícil atajar las consecuencias derivadas de la doble insularidad. Coincide en que este factor trae consigo un incremento que se puede elevar al 15% o incluso el 20%.
Uno de los problemas históricos que han sufrido los habitantes de La Gomera es sin duda el calvario que supone enfrentarse a una enfermedad cuyo tratamiento debe ser atendido fuera de la Isla. Es entonces cuando más complicado resulta para una familia hacer frente a toda una serie de gastos, entre los que se incluye no sólo el traslado del paciente sino también de un familiar que lo acompañe. Es rara la familia de La Gomera que no ha se ha visto en tan complicado trance. Por nombrar un caso entre miles, está Sara Barrera Arteaga, quien desde que su hijo era pequeño ha tenido que asumir multitud de gastos para tratarle una rara dolencia en el riñón.
Finalmente, consiguió que la Seguridad Social lo declarase inválido cuando tenía doce años. Desde entonces la carga se ha hecho más ligera. Su hijo recibe una pensión y los caros medicamentos le salen gratis. Ya no es necesario que viaje con tanta frecuencia al Hospital de La Candelaria en Tenerife, ni pagar las estancias en esta Isla. “Me he dejado el dinero de toda una vida en un constante ‘ir y venir’ para tratar a mi hijo”, señala. Precisamente, las enfermedades de riñón tienen una extraña incidencia en La Gomera, de manera que cuando se da el caso de que un paciente debe someterse a la diálisis con mucha frecuencia, no le queda más remedio que irse a vivir de forma permanente a Tenerife o a Gran Canaria.
Si resulta difícil atender a un enfermo imagínense lo que puede ocurrir cuando son varios, una eventualidad que no es tan complicado que se repita en La Gomera. Con la construcción del Hospital insular la situación se relajó un tanto pero aún son numerosas las enfermedades que sólo se pueden tratar en los hospitales de otros lugares.
Cuando se da la triste circunstancia de que la enfermedad resulta especialmente grave y requiere estancias del enfermo y su acompañante en Tenerife o Gran Canaria, los gastos se dejan notar de forma inmediata. En el entorno de los centros sanitarios tinerfeños existen una serie de pisos de alquiler que se han ido implantando para estos fines. Carmen Chinea vivió esta triste experiencia cuando su padre enfermó y tuvieron que trasladarlo al Hospital Universitario de Canarias (HUC).
Recuerda que cada mes tenía que desembolsar 500 euros tan sólo por el piso, curiosamente propiedad de unos gomeros que vivían en Tenerife. A esta cantidad habría que sumarle la comida y todo lo que implica vivir fuera del hogar. En estos casos las ayudas estipuladas son mínimas, se limitan al transporte y nunca incluyen al acompañante. Este cúmulo de circunstancias hace que la experiencia se convierta en un doloroso calvario. Tal vez sea ésta una de las consecuencias más desafortunadas de vivir en las Islas periféricas.
Culminar los estudios es otro de los ejemplos de la pesada losa que significa la doble insularidad. David Morales empezó en 1994 la carrera de Psicología y la acabó en el año 2000 en la Universidad de La Laguna (ULL). A lo largo de este tiempo sus padres corrieron con todos los gastos. La única ayuda con la que contó fue la beca que cada año otorga el Cabildo. Pero de resto le negaron cualquier otra alegando que sus padres eran autónomos. La consecuencia fue un desembolso mensual de casi 500 euros, un gasto que lógicamente se notaba en la economía familiar.
Pero dentro de lo malo se considera un afortunado. Peor lo han pasado muchos compañeros suyos que, o bien no pudieron estudiar, o no pudieron concluir la carrera por motivos económicos o lo hicieron a base de pasar todo tipo de estrecheces. Morales cuenta que incluso sabe de casos de familias que como sólo podían pagar los estudios de un único hijo, elegían al varón frente a la mujer, aunque ésta tuviera mejores notas. Por suerte, eso ocurría hace años. Pero sirve como ejemplo de las enrevesadas consecuencias que a veces trae consigo vivir doblemente alejando.