La opinión no es periodismo. Pero un periodista puede opinar. En el periodismo anglosajón hay una diferencia en el uso de la opinión por parte de los periodistas: allí la opinión se sustancia en información, no en deducciones. Los periodistas que publican análisis (así se llaman) escriben sobre hechos de los que tienen constancia. Aparte hay profesionales de otras ramas, incluida la política, que emiten sus opiniones sobre hechos o circunstancias que atañen a la vida cotidiana, a la ciencia, a los debates públicos, en los que ellos, como profesionales, tienen algo específico que decir.
Entre los periodistas hay también personas que intervienen en debates políticos en las televisiones; pero su papel es secundario, pues van allí a preguntar a personajes públicos, van como periodistas que intervienen en función de lo que son, periodistas.
En España hubo un intento de hacerlo así, pero diversas circunstancias lo hicieron fracasar. Una de las circunstancias fue la crisis económica de los medios, a los que es más fácil pagar a un periodista para que opine en el plató que llevar a especialistas a los que, además, habría que seleccionar y buscar de acuerdo con el tema que se vaya a tratar.
Por esa razón tenemos ahora en nuestras televisiones y en nuestras radios y en nuestros periódicos a periodistas hablando del incendio de La Palma, de la crisis gallega de Podemos, de los tiburones que duran cinco siglos o sobre el hambre en África. Como si supieran de todo, como si supiéramos de todo, porque yo he incurrido en el pasado en esos atrevimientos sobre los que ahora reflexiono.
La situación es la siguiente: el periodista llega al plató, tiene una idea básica de lo que ocurrido en el día, y aporta ahí sus opiniones, porque es muy difícil que de todo sepa instantáneamente. El resultado es atrayente, porque los periodistas generalmente se expresan bien y tienen ingenio y oficio; pero lo que en el fondo le late al espectador o al radioyente es que quien habla improvisa como se improvisa en las sobremesas de casa o en las tertulias de los bares.
Así pues la tertulia española se ha convertido en un género televisado, como los «reality shows» o las discusiones sociales de programas como «Sálvame», donde se habla de la vida de los otros como si todo el mundo que allí dice algo viniera de las alcobas ajenas. Como género triunfa, y los periodistas que intervienen allí están muy contentos de ser reconocidos por la calle, aunque generalmente la gente que los jalea (y les dice «¡da más caña!») no sabe realmente de qué han hablado.
En un encuentro que tuve este jueves en Madrid con mi amigo Teddy Bautista, que ha sufrido a esos periodistas que disparan en seguida que creen saber algo como si lo supieran todo, estuvimos hablando de periodistas. Yo me permití hacerle una distinción: periodista es el que contrasta hasta el final una información delicada (o no) que luego firma. No es periodista, aunque tenga carnet y vaya por el mundo de periodista, el que dice a bote pronto cualquier cosa. ¿Y en los periódicos? Lo mismo: periodista es el que busca información, la contrasta con los afectados y con los que saben de ello, y después le pone la garantía de su firma. ¿Y los que opinan? Los que opinan, legítimamente, de lo que saben y dicen qué saben realmente de lo que están diciendo, son analistas. Ahora bien, los que opinan por opinar, los que dejan sus ideas propias, sin más información que la que viene de su intuición o de sus deducciones, son escritores de periódicos. No son periodistas. Así que, le dije, no es periodismo todo lo que reluce.
Para corroborar lo que digo, o para desmentirlo, aconsejo un libro fundamental: «Los elementos del periodismo. Todo lo que los periodistas deben saber y los ciudadanos esperar», de Bill Kovach y Tom Ronsenstiel (Aguilar). No se dejen engañar por nosotros.