«La inflación no existe en la vida real y se trata del correlato económico del fascismo político». La doble afirmación es de Luis Salas, uno de los cuatro vicepresidentes económicos de Nicolás Maduro en lo que va de año. Y pese a que el sociólogo radical sólo se mantuvo 40 días al frente de la peor economía del mundo con las mayores reservas de petróleo del planeta, su diagnóstico es recordado a diario en Venezuela, mentado entre dientes, maldecido con amargura.
«Sobrevivir, eso es lo que hago», contesta Giancarlo Laguna, de 34 años, al preguntarle cómo combate la descomunal inflación que azota su vida y a su país. Desde hace unas semanas este joven se ha instalado junto a un kiosco en la avenida de las Ciencias, cerca de la Universidad Bolivariana, en Caracas. Su amigo William le hizo el favor. Además de echar una mano al vendedor de periódicos, Giancarlo ofrece negrito (café expreso) a 80 bolívares, hecho en su casa y que porta en un termo, y perrarina (pienso para perros).
La comida para estos animales merece un tratado sociológico en la Venezuela del siglo XXI. Durante años, Hugo Chávezla manoseó en sus discursos, asegurando que antes de llegar la revolución al poder «las madres, pobres y desesperadas, lo que podían comprar era perrarina para darle de comer a sus hijos y que no se murieran de hambre».
Hoy, en la Venezuela de Nicolás Maduro, la perrarina está tan cara que Giancarlo no logra venderla pese a que siempre tiene una sonrisa triste para los que se atreven a preguntar. Al menos el café tiene su clientela, porque en la cafetería de al lado lo venden a 250 bolívares. «Conduje un taxi durante dos años, pero me robaron el carro en la puerta de mi casa. Luego estuve en una licorería, pero el salario mínimo no da para vivir«, confiesa Giancarlo, que ha engrosado las filas de la economía informal para sobrevivir.
Caracas y Venezuela viven una explosión del todo vale para vender lo que sea y pagar así las subidas descomunales de los precios, que se producen casi a diario. La avenida de las Ciencias es un ejemplo: puestos improvisados aparecidos en los últimos meses ofrecen aguacates, sandías, aceite de carro a granel, DVD, maíz molido al instante, ropa de segunda mano, pan andino, pasteles, muebles viejos, lámparas… Incluso los vendedores ambulantes te van a casa a tapizar un mueble, a oxigenar la computadora o a limpiar las alfombras. Varios vehículos exhiben carteles de se vende y las informaciones sobre la llegada a la ciudad de alimentos y ofertas vuelan de calle en calle.
Ricardo pasea por la misma vía porque quiere vender el anillo de oro de su madre, eso sí, sin que se vea. A un general revolucionario le mataron a pocos metros por portar una joya parecida en su dedo. A Junior no le da ni tiempo para pasear: por la mañana «pule» (limpia, abrillanta…) coches, por la noche es «camarero en un restaurante» y los fines de semana «mototaxea«. Quiere comprar un cigarrillo pero ahora cuesta 100 bolívares, tras la subida de esta semana. Emite una especie de silbido y prosigue su camino con las ganas en el bolsillo.
Dayana Figueroa es una enfermera de 29 años, graduada en la Universidad Central de Venezuela y con un posgrado, que ahora pasa las horas sentada en una esquina de la misma calle. «Por aquí casi todos somos profesionales. De uno de mis trabajos me despidieron por la crisis y en otro me querían pagar un poquito más del salario mínimo, que no da para vivir», explica mientras atiende a un anciano, que tarda en sacar un fajo de billetes que lleva escondido entre su pantalón y la cazadora. La moneda está tan devaluada que la fotocopia del billete de más valor (100 bolívares) cuesta más que el propio billete original.
La joven caraqueña vende «desde hace dos meses y pico» desodorante, jabón líquido y en polvo, productos muy demandados que aparecen y desaparecen en los anaqueles y que ella consigue a través de un amigo mayorista. «Casi no hay empleo y están muy mal pagados, esta es la única forma de subsistir de forma honrada», detalla. «Estoy atrapada, ni te puedes ir ni te puedes quedar», se lamenta.
Iván Zambrano ha decidido irse a Argentina. Al precio que sea, que para él es desorbitado. «No lo quiero hacer, pero siento que me están botando. Siento que este es un país en el que uno no vive, uno sólo existe», confiesa el periodista de 27 años.
Zambrano cobra en su diario un salario base de 20.000 bolívares, entre 30 y 20 dólares según el cambio. «Para sobrevivir a la mayor inflación del planeta con este sueldo he tenido que aprender a comer menos y también a enamorarme menos», resume con amargura mientras calcula cómo conseguir el dinero del pasaje: vendiendo dos Play Station, su ropa, una cotufera para hacer palomitas y su ordenador. «Hace poco gané 100 euros por haber escrito una crónica acerca de una cola de 11 horas que hice para comprar dos paquetes de harina y un aceite, la cola más rentable de mi vida. Ese dinero también es para el pasaje».
La supervivencia de Iván es además un asunto de magia. «La quincena me alcanza para comprar un kilo de carne picada, dos paquetes de espagueti, un pimiento y una cabeza de ajo para que mi mamá nos rinda eso en el almuerzo de media semana: pasta boloñesa por cuatro días para cuatro personas. Esa es la comida que tenemos garantizada en mi casa, las otras las hacemos cada uno por nuestra cuenta. Yo, para el desayuno, tomo un batido de avena y en la noche dos huevos con galletas de soda o el carbohidrato que haya en casa».
No es el fin del mundo, es Venezuela.«El país sufre un deterioro tremendo de la calidad de vida», diagnostica Henkel García, director de Econométrica y analista en finanzas. Según los últimos estudios de su firma, la inflación acumulada en lo que va de año llega al 274% y la interanual es de 576,5%. El FMI teme que supere los 700 puntos a final de diciembre y para el año que viene los más pesimistas calculan que puede acercarse al 2.000%.
Más inflación que Sudán y Siria
«Venezuela se cae a pedazos», asegura la revista «imperialista» Time. El ránking mundial de la subida de precios apoya la tesis del medio estadounidense. Tras el «campeón» latinoamericano se situaba el año pasado Sudán del Sur, con una inflación del 109%. En tercer puesto, Ucrania, con 43,3%, y en cuarto Siria, con 39,7%. Países todos ellos golpeados por conflictos bélicos y no por imaginarias conspiraciones.
Econométrica calcula que los venezolanos emplean entre el 70% y 80% de sus ingresos en comprar en el supermercado, cuando la media mundial es del 30%. «Sacrifica todo lo que no es imprescindible, utiliza el endeudamiento, no asegura los carros, no come fuera de casa, va al cine con mucha menos frecuencia. El venezolano está sufriendo un cambio drástico y yo me incluyo», asegura García. Toca rellenar la «brecha» entre ingresos y gastos «quemando ahorros, pidiendo créditos y vendiendo todo lo que se pueda».
Ni para vivir, ni para comer ni para el amor. «Una tarde de cine con entradas y palomitas significa no salir el resto del mes con esa persona. Una noche de hotel son 10 dólares, la otra mitad de mi sueldo«, se queja Zambrano, con un agravante: «La convención reza que el hombre debe pagar todo en las primeras citas».
Calcular el precio de las cosas en Venezuela es tan complejo como el propio país. El dólar preferente para alimentos y medicinas se cambia por 10 bolívares, pero la tasa flotante para el resto de la economía cerró el viernes a 645 bolívares por billete verde americano. El dólar negro o paralelo, estancado desde hace meses, cotiza a 1.000 bolívares. Por lo tanto, el cafecito de la esquina de 250 bolívares supone 25 dólares. Siempre queda la opción de beber el del Giancarlo, a sólo 8 dólares.
El salario mínimo, establecido por Nicolás Maduro en 15.051 bolívares, más los 18.585 del cesta ticket (bonos alimenticios), se ha convertido en el principal comparativo. Las redes sociales están llenas de ejemplos: una caja de cervezas equivale a una semana de salario mínimo más bonos (el que cobra la mayoría de los empleados), un kilo de plátanos a un día, un paquete de cuatro galletas a día y medio y un litro de leche «hecha en socialismo» (la marca Los Andes acaba de reaparecer) supone medio día de salario.
«El 80% sufre pobreza de ingresos»
«Un trabajador gana poco más de 30 dólares y la canasta básica está en 300», calcula el dirigente opositor Henrique Capriles. Según la Unidad Democrática, el 80% de sus compatriotas sufre «pobreza de ingresos».
La situación de deterioro va más allá de la pelea partidista. Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas, insistió el miércoles en que Venezuela vive una crisis humanitaria donde «las necesidades básicas como la comida, el agua, la sanidad y la ropa no pueden ser cubiertas».
Más ejemplos. El precio del pollo se dispara en el supermercado de la esquina de la misma Avenida de las Ciencias que recorre este reportaje, camino de Santa Mónica: dos kilos más 15 huevos cuestan 8.750 bolívares. La merluza sube a 5.400 por kilo y la carne de res, a 4.500 bolívares.
Millones de Giancarlos, Dayanas e Ivanes han adaptado su vida a los nuevos tiempos de inflación, que ni siquiera son románticos. El sueldo no llega y la gente «resuelve», como hicieron y hacen los cubanos en su Periodo Especial. Pequeños mercados surgen por todos lados, con productos más caros si los hay, porque la escasez sigue superando el 50%. La tormenta perfecta. «Con este régimen de planificación central, el poder de compra de salario seguirá cayendo», sentencia García.
«Un amigo que se fue a Australia gana en un día cargando muebles lo que a mí me toma ocho meses», se quejó en las redes sociales otro periodista tras conversar con el antiguo compañero que se atrevió a empezar una vida en otro lado, como losdos millones de emigrantes desde el comienzo del chavismo. Y no exagera. Él sobrevive «matando tigres» (escribiendo encargos para varios medios), cazando ofertas, adelantando compras de bienes necesarios y siguiendo las recomendaciones de los expertos, como «adquirir activos que se revaloricen a la par de la inflación, incluso asociándose con otros para hacerlo», según el Instituto de Finanzas y Empresas.
«Yo no me cuento entre los venezolanos que comieron perrarina en la Cuarta República, pero ya tengo cuatro o cinco meses acudiendo al arroz picado en este supervivir que es la fase madurista, entiéndase de destruir con los pies lo que se hizo con la manos«, escribió el articulista Antonio Sandy en la web crítica chavistaAporrea. Unas horas antes, el «hijo de Chávez» había vuelto a decretar la «Felicidad Permanente» en Venezuela.