¿Quién podía pensar que en La Gomera se iba a encontrar el eslabón perdido de uno de los romances inmortales de la literatura hispánica; el que tiene al Cid Campeador como protagonista principal? Pues así ocurrió. En la década de los años ochenta el investigador y catedrático de Filología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Maximiano Trapero, no podía creer lo que estaba escuchando de boca de un anciano nacido los altos de La Gomera: “Por las vegas de Granada baja el Cid al mediodía / con su caballo Babieco que al par que el viento corría / y doscientos caballeros que lleva en su compañía”. Este era el principio del romance que hasta entonces había permanecido perdido.
Trapero percibió inmediatamente que se encontraba frente a un legado etnográfico y cultural de incalculable importancia. Incluso hasta el punto de que años después en un congreso celebrado en la Isla en el que participaron los principales expertos en romances del mundo hispánico se propuso que este legado recibiera el título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Al igual que el silbo gomero.
Ahora el Cabildo de La Gomera ha dado un paso en este sentido y ha iniciado los trámites para que sea declarado Bien de Interés Cultural (BIC). El presidente de la institución insular, Casimiro Curbelo Curbelo, justifica esta decisión en cuanto que “estamos hablando de un bien patrimonial de incalculable valor que se ha transmitido de forma casi milagrosa generación tras generación. No tenemos ninguna duda de que hablamos de una herencia que merece ser conservada y además hacerlo no sólo para la Isla sino también para que sea conocida en el resto del mundo”. Sobre la posibilidad de iniciar los trámites para ser declarado bien inmaterial Patrimonio de la Humanidad, el presidente del Cabildo, indica que en absoluto lo descartan pero que son pasos que se irán dando en su momento oportuno. Hay que tener en cuenta que se trata de procedimientos muy complicados y que requieren de un un esfuerzo y dedicación específica.
Por su parte, Trapero considera “un poco exagerado” que se le atribuya ser “el descubridor” del romancero de La Gomera porque en realidad cree que se limitó a llevar a cabo de una investigación o trabajo de campo que permitió sacar a la luz un tesoro histórico que hasta entonces era en la práctica desconocido. Porque efectivamente existían algunos textos ya publicados, aunque eran realmente muy escasos y no mostraban el interés excepcional que el legado romancístico de La Gomera tenía. Este no es exclusivo de La Gomera pero en la Isla ha alcanzado una notoriedad e importancia inédita y muy superior al resto del mundo de habla castellana y que en este caso comprende a la América hispana.
Durante su labor de campo, plasmada en varios libros, aparecieron romances desconocidos, “pero lo más importante fue comprobar la funcionalidad que el canto tenía en La Gomera, al convertirse en el centro y principal motivo del baile del tambor”. Una danza que este catedrático califica de “romancesca y única en el resto de España, incluida Canarias”. Precisamente, esa estrecha relación entre el baile y el romance ha garantizado su supervivencia y que en la actualidad ambos disfruten de una estupenda salud. Al respecto, indica que aún hoy en día, “no hay fiesta en La Gomera en la que no se canten los romances. Seguramente alguno se habrá perdido pero también se han podido salvar muchos de ellos”. Eso sí, Trapero está de acuerdo con algunas voces que advierten de que se está sustituyendo el género del romance por “coplas inventadas y creadas por cantadores”.
No obstante, indica que tampoco se debe rechazar de plano que surja una nueva tradición, porque en el fondo así se demostraría que se está ante una manifestación cultural viva y en constante evolución. Trapero llegó a recopilar hasta cuatrocientas versiones que en general giran entorno a alrededor de 180 temas romancísticos. Un repertorio que califica de “riquísimo” y en el que se pueden encontrar desde romances de temática mitológica a hechos históricos que tuvieron lugar en la España peninsular en la edad media, incluso anteriores a la conquista de Canarias, sobre mitología griega o romana, de acontecimientos novelescos, de amores desgraciados o felices e incluso de hechos modernos. Entre ellos, cita por ejemplo el romance sobre el hundimiento del Valbanera o unas devastadoras lluvias torrenciales que tuvieron lugar a mitad del pasado siglo en La Gomera.
Trapero muestra su satisfacción por el hecho de que el Cabildo esté dando pasos para declarar BIC a este legado. Aunque considera que el título se queda incluso corto y reitera que se merece el de Patrimonio de la Humanidad. “La declaración como Bien de Interés Cultural me parece bien, y estoy de acuerdo, porque tiene méritos de sobra para ello. Un reconocimiento como éste supone una apuesta decidida por mantener esta tradición en los términos más fieles posibles”, indicó.
Eduardo Duque es un joven graduado en Historia del Arte por la Universidad de La Laguna. Su interés por el romancero viene sobre todo de haberlo vivido en primera persona desde su infancia en el barrio de Pastrana en San Sebastián. Aún recuerda a la gente mayor entonando estos romances, las historias que en ellos se contaban y la magia creada a su alrededor. Un mundo fascinante al que ha dedicado gran parte de su tiempo en recuperar y en intentar que sea reconocido en su justa medida. Por ello, durante años ha llevado a cabo una paciente y cuidadosa labor de recopilación y estudio de lo que considera “un fenómeno relacionado en muchos aspectos con el entramado etnográfico de La Gomera, de carácter devocional, de piedad popular y que se manifiesta sobre todo en las procesiones o fiestas”.
A lo largo de este tiempo ha recopilado varios romances que hasta entonces eran desconocidos y los ha plasmado en el papel. Mejor manera de garantizar su supervivencia. Por suerte, estudiosos como Trapero o como el propio Duque han permitido que esta tradición se mantenga viva en el tiempo. Y además que lo haya hecho en el momento en el que estaba a punto de desaparecer. “Los últimos cincuenta años han traído consigo unos cambios tan drásticos que este tipo de manifestaciones carece de sentido. El romance ya no tiene el peso social o de relación familiar de antes. Tristemente el testigo generacional se interrumpió en la década de los años setenta y ochenta del pasado siglo. Hay que tener en cuenta también que mucha gente salió de La Gomera y emigró”.
La última generación de auténticos romanceros roza ya los noventa años. En concreto, se puede decir que son tres sus máximos exponentes: Cheo Porro de Arure, Isidro Ortiz de Chipude y Ángel Cruz Clemente de Hermigua. No obstante, también se pueden encontrar algunos baluartes de esta tradición como María Lucía Conrado o Domingo Trusco, que residen en Tenerife. Pero realmente en activo tan sólo estarían los dos primeros.
Duque no cree que sea exagerado afirmar que hasta hace apenas treinta años La Gomera fue la principal reserva del romancero de todo el mundo hispánico. “No existe otro territorio con tal cantidad y calidad de romances”, señala. La insularidad garantizó su conservación y pureza a lo largo de los siglos de una forma que es imposible encontrar en otro punto del planeta. Fue entonces cuando apareció Maximiano Trapero y realizó el trabajo de campo que luego ha quedado plasmado en varios libros, que son de consulta obligada para quienes quieran adentrarse en este mundo.
Duque se lamenta de que algunos de los romanceros, hoy fallecidos, eludieron hablar en su día con el investigador y no se dieron a conocer por “vergüenza, apuro o lo que sea”. O quizás porque no eran conscientes de la importancia del legado que tenían en sus manos. O mejor dicho en su memoria. Pero el romancero no es nada sin el baile del tambor y el baile del tambor no es nada sin el romancero. La simbiosis es perfecta y uno garantiza la supervivencia del otro. A partir de aquí las fiestas, juergas o procesiones en las que se interpretan ambos han hecho el resto.
Muchas de las piezas fueron traídas por los castellanos durante los tiempos de la conquista y otros vienen de los siglos XVII y XVIII. Por ello, no es raro que su temática gire en torno a la figura del Cid Campeador, o de historias que en principio poco o nada tendrían que ver con La Gomera. Pero de ahí se deriva otra de sus grandezas y principales valores; la Isla actuó como un santuario o reserva que conservó esta tradición en toda su pureza.
Duque cree que el título BIC será positivo en cuanto que garantizará la conservación de este bien y significa un reconocimiento a su importancia y valor. Hay que tener en cuenta que, bajo su punto de vista, el deterioro sufrido durante las últimas décadas ha sido “grandísimo” y al romperse la cadena generacional se ha caído en una “cierta adulteración”. Por ello sostiene, que debates aparte, la declaración “será positiva porque estaremos hablando de un reconocimiento de mucho peso y de una puesta en valor que además se hace especialmente necesaria en estos momentos. Pero hay que hilar muy fino y velar para que se delimiten bien las fronteras entre lo artificial y lo genuino”.
Isidro Ortiz, el último romancero
Isidro Ortiz es una leyenda viva del romance y uno de sus últimos representantes más genuinos. Lleva sumido en este mundo desde que nació en Chipude. En este pueblo estuvo siempre rodeado del sonido de los tambores, las chácaras y estas historias entonadas en forma de cantos. Recuerda que cuando las oía recitar a las personas mayores inmediatamente las apuntaba y luego se las aprendía de memoria. Dice que cuando Trapero vino a la Isla a realizar sus estudios tuvo una sensación agridulce: Por un lado, se alegraba de que por fin se reconociera a este legado, pero por otro le entristecía que tuvieran que ser personas de fuera de la Isla las que mostraran interés por esta tradición. Y es que según indica en La Gomera el romancero “no se valoraba, incluso se despreciaba”.
Él por su parte, asegura haber sido siempre consciente de la importancia de esta herencia, “porque estamos hablando de los valores de mi tierra y porque he conocido otros mundos y sé muy bien lo que hay fuera y lo que tenemos aquí”. El repertorio de romances que viven en La Gomera es tan largo que hasta en el caso de Ortiz sólo puede recordar dos o tres en su totalidad.
Antiguamente cuando no había televisión, ni radio, ni teléfonos móviles, ni ordenadores, la gente los recitaba constantemente, en todos y cada uno de los momentos de su vida. Estaban presentes en el nacimiento, bautizo, boda, trabajo, reuniones, fiestas, acontecimientos felices y no tanto como los entierros. Ortiz se muestra muy crítico con la evolución de este fenómeno cultural y está de acuerdo con Trapero en que no se está perdiendo pero tampoco le gusta la forma que ha adoptado para sobrevivir.
“El romancero no necesita de innovaciones, es un ancestro y lo que se está haciendo ahora es ponerle brochazos”. Sobre la declaración BIC dice que está de acuerdo y que incluso debería haberse promovido antes. “Todo lo que sea que las instituciones reconozcan nuestros valores me parece muy bien”, indica. En cuanto a la posibilidad de que se imparta en las escuelas se muestra pesimista. “Recitar un romance es algo que se aprende en las fiestas, en el pueblo, no en los colegios”, señala por último.