Por Miguel A. Martín González*.- En la misma cúspide de la isla de La Gomera, en el mítico y legendario Alto de Garajonay (1487 m s n m), los primeros gomeros manipularon el entorno para dotarlo de ciertas características que sirvieran para el desempeño de una determinada función, edificando un doble recinto ritual de trazas complejas de aras de sacrificio o pireos.
Al ser afectadas con posterioridad por la construcción de una pista y otros trabajos de desmonte, en la actualidad no se conserva allí más que un conjunto compuesto y parte de otro oculto bajo un pavimento reciente. Según informaciones orales, pudieran haber existido más estructuras compartiendo esta misma unidad de acogida, ya que la realización de diversas obras para dotar al Alto de una variada infraestructura, ha modificado notablemente el entorno. En tal caso, pudiera tratarse de un conjunto de estructuras complejas (1).
Fueron reveladas, en 1974, por Juan F. Navarro y poco después, confirmadas en diversas publicaciones. En 1994 se inicia un nuevo proyecto con el sugerente título de Garajonay: arqueología de las montañas. Además de este tipo de yacimientos, desde la perspectiva de un estudio integral de la arqueología gomera, se pretende analizar todas aquellas evidencias que pudieran estar explícitamente vinculadas con el ámbito ideológico de los antiguos gomeros (necrópolis, grabados rupestres, cazoletas y canales, litófonos, aras de sacrificio, etc.), buscando los nexos entre todas ellas y, a su vez, con el resto de manifestaciones arqueológicas (2).
Las aras de sacrificio son construcciones muy elementales de piedra seca, cuya parte esencial está constituida por unas pequeñas cavidades, donde se concentran evidencias arqueológicas relacionadas con el fuego y la incineración de animales. Aunque a veces aparecen aisladas, lo más frecuente es que formen conjuntos más o menos amplios ubicados en lugares elevados (3). Las del Alto de Garajonay representan una insólita tipología en la isla caracterizada por una construcción más sólida, laboriosa y complicada que las del resto de conjuntos. El grupo superior fue construido mediante un perímetro de grandes rocas que envuelve otro de menores dimensiones y en cuyo interior se crearon pequeñas estructuras de combustión. El conjunto inferior es más austero, se fabricó con piedras más pequeñas. Ambas estructuras apenas las separan unos 40 m de distancia.
En ellas tiene lugar la celebración de prácticas rituales a partir de la cremación de diversos productos, garantes de la subsistencia, que son elevados a la categoría de ofrendas donde se quemaban animales tipo ovicápridos, cerdos y peces, así como vegetales de granos de cebada, dátiles y gramíneas silvestres (4). Los ritos son, al fin y al cabo, modelos simbólicos de estados anímicos y devotos que se repiten continuamente. A través de un acto religioso dentro de una conciencia colectiva trascendente -ritual de comunión-, los antiguos gomeros podían acceder de una manera práctica (presentando, consagrando, invocando y sacrificando un animal) al dominio de los dioses para revertir un beneficio a la comunidad, así como también un acto de gratitud.
El objetivo central de este artículo es ir más allá de la mera descripción y presentar una explicación metodológica de cómo interpretaban el mundo (su sentido) los aborígenes gomeros a través de estas expresiones arquitectónicas (pireos) como catalizadores de una organización cultural. Los indígenas canarios construyeron sus templos al aire libre. Su único techo es el cosmos infinito, precisamente porque allí es donde buscaban las respuestas a su existencia. De este modo, establecieron diversos vínculos directos con algunos astros del cielo para armonizar los diferentes períodos temporales. Los indígenas canarios no tenían el poder de gobernar los fenómenos que ocurrían en la naturaleza; sin embargo, creían que ordenando el espacio podían controlar el tiempo. Desarrollaron un sentido de la orientación extraordinario y antropizaron el espacio en aquellos lugares significativos que preparaban para sustentar una conexión directa entre los humanos en la naturaleza y los espíritus de los cuerpos celestes. En este caso, la montaña es venerada, alberga la facultad de lugar de culto y de lo sagrado, representa uno de los soportes del cosmos. Es todo un hito a partir del cual se construye el orden del mundo y del cosmos. “la cosmovisión indígena, en lo que se refiere a la religión, no era solamente un sistema de creencias acerca de un conjunto de divinidades, sino un concepto mucho más profundo, era un esquema cosmogónico que regía todas las facetas vitales” (Bolívar Piña, http://www.eltelegrafo.com).
Alto de Garajonay era un lugar adecuado para construir un puente entre la realidad y la espiritualidad. Aquí el humano se vincula y se relaciona con algún tipo de manifestación reveladora que forma parte importante de su cosmovisión. Pone en contacto la tierra con el cielo a través de la orografía y de los cuerpos celestes.
Desde la estructura superior la vista es imponente, abierta al infinito y con las referencias permanentes de las islas de Tenerife, La Palma y El Hierro. Ahora bien ¿qué determinó la presencia de estos armazones en el techo de la Isla? Levantando la mirada, los recién llegados descubrieron un universo eterno con diferentes acontecimientos astronómicos míticamente significativos en su cosmovisión “Gobernábanse por el sol de día y de noche por algunas estrellas, según que tenían experiencia de cuando salían y se ponían; ó á la prima ó la media noche ó á la madrugada” (Fray José de Sosa, 1678). Asimismo, al existir estos pequeños santuarios, también denota un sentido religioso dirigido a los dioses o espíritus rectores del ritmo cósmico.
El sistema de vida o actividades vitales de aquellas poblaciones pretéritas brota de la propia experiencia, siendo capaces de conectar con el significado y el sentido del mundo. Esa manera de ver el mundo (cosmovisión) conceptúa una identidad que repite patrones de comportamiento cósmico mediante el movimiento que estructura el espacio y el tiempo en la más perfecta armonía. Los antiguos gomeros reconocieron, en la posición de determinadas estrellas y su vínculo con la topografía, una doble señal para ajustar el tiempo. Así, desde Alto de Garajonay la aparición de las Pléyades (el Siete o las Cabrillas) se producía por detrás del Pico Teide en los primeros siglos antes y después de Cristo, desplazándose por la silueta montañosa del Norte de la Isla de Tenerife con el paso de las centurias, siendo la diferencia actual de unos 8º de azimut y unos 15 días. Su orto helíaco sucedía a mediados de octubre al oscurecer y a mediados de mayo al amanecer, coincidiendo con el período de lluvias y el calendario agrícola del cereal en Canarias, siendo una de las llaves simbólicas de la subsistencia. El sacrificio de un animal en el Alto de Garajonay era un acto de petición de lluvia dirigido claramente a las Pléyades.
Otras religaciones alegóricas muy significativas muestran un horizonte lleno de señales reveladoras. Así, en la segunda semana de mayo durante el crepúsculo, coinciden sobre el horizonte un muestrario de estrellas significativas, un diálogo de contrarios, de opuestos complementarios: los ortos de Vega y Rigel Kent y los ocasos de Sirio y Capella (por las cumbres de La Caldera de Taburiente, isla de La Palma), momento del orto helíaco de Las Pléyades y del inicio de la campaña de la siega del cereal.
Por último, el Sol y La Luna también tienen sus propias referencias enfáticas. En el solsticio de invierno, el Sol se oculta por detrás de la isla de El Hierro, mientras que el Lunasticio de Invierno Menor Norte se produce cuando la Luna llena surge por la base del Teide, hecho que acontece cada 18 años.
Y ¿qué sucede desde la estructura inferior situada a unos 40 m de distancia hacia el Sur? Se puede observar perfectamente una doble sincronía muy precisa, la Osa Mayor (el Cazo) entrando por la esquina de la propia montaña de Garajonay y Las Pléyades despuntando por el Pico Teide a la vez, durante el crepúsculo a mediados de octubre. Esta causalidad es lo que explica la presencia de esta segunda estructura en ese lugar tan preciso y a priori desconcertante de la ladera.
La primera de las fechas expresadas (mediados de octubre) anuncia la pronta llegada de las precipitaciones más abundantes en Canarias que regará los campos y hará brotar la nutritiva hierba alimento del ganado y dará el arranque de la temporada de la sementera. “Después de las primeras aguas del invierno se juntaban a arar la tierra con palos engastados en cuernos de cabra levantando céspedes y terrones hasiendo hoios cantando endechas y dando gritos todos a una, y ellos araban y sembraban…” (Marín de Cubas, siglo XVII). En estos momentos, desde el Alto de Garajonay se procedía a la combustión de algún animal o vegetal como parte de un rito consensuado con los dioses.
La segunda fecha (mediados de mayo) coincide con el final del período de lluvias en Canarias y el inicio de la recolección del cereal. En estos momentos de conexión sagrada, de reciprocidad y de armonía con la naturaleza, los indígenas gomeros agradecían la protección de sus pastos y cultivos a los espíritus de las deidades.
En numerosos lugares del mundo, las Pléyades simbolizan el resurgimiento de la vida en la naturaleza al relacionarse con la llegada de las lluvias. Así, para los maoríes de Nueva Zelanda, Matariki (las Pléyades) vigila y protege sus cosechas. Los Masai de África oriental las denominan “las estrellas de la lluvia”, mientras que los Zulues de África del Sur las mencionaban como “las estrellas cavadoras”, puesto que hacían su aparición al comienzo de la estación lluviosa e indicaban el momento para arar la tierra(5).
Apunta Josué Cabrera(6) que para la antigua población amazighe de una gran parte de la Tamazgha, la llegada del periodo seco del año era anunciado con la desaparición en el firmamento del cúmulo estelar de las Pléyades a finales de abril, precedida, apenas unos días, por la puesta helíaca de Canopo, conocida como Wayyaarmenna por los antiguos canarios. La celebración de un sacrificio animal que sirve para hermanar a la comunidad con sus Benefactores Invisibles aún es costumbre entre algunos pueblos bereberes del Continente. Se trata del recordatorio, y a su vez pago anticipado, del pacto establecido durante el sacrificio de otoño con los Poderes de la Fertilidad. La intención es la de captar su atención y propiciar las cosechas de las que la población humana dependerá para su subsistencia durante el próximo ciclo agrícola.
En definitiva, la observación sistemática de los astros originó un calendario preciso íntimamente asociado a la fertilidad con las primeras lluvias intensas, la germinación de la hierba y la agricultura ensamblado a la arquitectura ritual y el paisaje.
(1) Navarro, J.F. et al (2001): El diezmo a Orahan: pireos o aras de sacrificio en la prehistoria de La Gomera (Islas Canarias). Revista Tabona Nº. 10, pp 91-126
(2) Navarro, et al. (Idem)
(3) Navarro, et al (Ibidem)
(4) Alberto, V. et al (2015). http://dx.doi.org/10.14201/zephyrus201576159179
(5) Heifetz, M. y Tirion, W. (2008): Un paseo por las estrellas. AKAL
(6) Josué Cabrera https://www.facebook.com/ayushireg.tameksat/posts/1730131363923069
*Historiador, profesor, fundador y director de la revista Iruene