Rodríguez Fraga volvió ayer de Sevilla, donde fue a explicarle a Susana Díaz la operación que los socialistas canarios han diseñado en Canarias, que consiste en forzar a Clavijo a echarlos del Gobierno. Probablemente lo volverán a intentar hoy, presentando o apoyando en una comisión del Parlamento una propuesta de rechazo al decreto de reparto del Fdcan. Está claro que ya no quieren seguir en el Gobierno: mientras Coalición sigue con la cantinela de que este es el mejor pacto posible -cada vez con la boca más chica-, el PSOE ha renunciado ya a ese discurso. Lo que todo el mundo se pregunta es… ¿y por qué no dimiten los socialistas y abandonan el Gobierno? ¿Por qué ese empeño en que Clavijo los cese? ¿Por qué nadie quiere ser el primero en romper?
La respuesta es menos sencilla que la pregunta: Patricia Hernández está convencida de poder articular una nueva mayoría con el PP, apoyada desde fuera por Nueva Canarias, si Clavijo rompe el pacto. Cree la vicepresidenta que en ese caso, el PP se vería obligado a cumplir el compromiso adquirido con el PSOE nacional de garantizar la gobernabilidad y estabilidad de las instituciones regionales dónde gobierna el PSOE. Un compromiso adquirido también con Coalición, por cierto. Pero no es lo mismo que el PSOE pierda un gobierno porque lo ponen de patas en la calle, a que lo pierda por su propio capricho y decisión, con el básico objetivo de conseguir más poder. El PP, árbitro necesario en este dilema, juega a las dos partidas al mismo tiempo. El PP nacional se ha comprometido con Clavijo a no apoyar una censura contra él, pero no a incorporarse al Gobierno en caso de que Clavijo se quede solo. No quieren líos con el PSOE hasta -al menos- la aprobación de los presupuestos en el Congreso. No van a romper por un asunto local y doméstico el acuerdo global con los socialistas. En Canarias, alguna lumbrera del PSOE ha interpretado la garantía del PP de no incorporarse a un nuevo Gobierno con Coalición, como un apoyo cerrado a una moción de censura con Hernández como candidata alternativa a Clavijo. Para prosperar, la censura necesita 31 votos. Hernández sólo lograría esos 31 votos si la moción la apoyan -además de Nueva Canarias y Podemos- el PP o los gomeros de Curbelo. En el PSOE están convencidos de que esa opción es viable, y ya andan prometiendo a los suyos departamentos y plazas en el Gobierno.
Supongamos que -efectivamente- el PP o Curbelo decidieran apoyar la censura… ¿Qué Gobierno podría presidir Patricia Hernández? ¿Y con qué programa? ¿Cómo conciliaría las posiciones del PP o Curbelo con las de Nueva Canarias o Podemos? ¿Que haría un Gobierno PP-PSOE apoyado por Nueva Canarias con la Ley del Suelo? Y un Gobierno de toda la izquierda más Curbelo… ¿cómo se enfrentaría a la triple paridad? ¿Aceptaría el PP dar su apoyo al PSOE sin recuperar Las Palmas? Son muchas incógnitas.
Desde que la irrupción de los nuevos partidos cambió la situación política en toda España, en Canarias se ha modificado completamente el mapa del poder. Hasta la pasada legislatura, la política regional en Canarias era un juego de sillas a tres -con Nueva Canarias al margen-, en el que Coalición siempre ganaba. Hoy hay más partidos en el Parlamento, y el juego ha cambiado porque han cambiado los actores y la matemática parlamentaria se ha hecho más compleja. Es en ese escenario nuevo en el que el PSOE ha decidido modificar una decisión estratégica adoptada por su dirección hace cinco años, que fue la de frenar en Canarias el ascenso imparable del Partido Popular con Soria, asumiendo un acuerdo de largo recorrido con los nacionalistas. Fue fácil lograrlo, porque Rivero, un político de odios apasionados, acababa de cortar con Soria por problemas de protagonismo. Con ese acuerdo, diseñado por José Miguel Pérez, un político que eligió siempre el segundo plano, el PSOE recuperó posiciones y se convirtió en la primera fuerza política regional en las pasadas elecciones, resistiendo en Canarias el crecimiento espectacular de Podemos en todo el país.
Pero ahora la estrategia ha dado paso al tacticismo de lo inmediato. Es probable que una gestión ordenada y sensata de la gestión de los asuntos políticos hubiera permitido a Patricia Hernández -si su partido la mantiene como candidata en las próximas elecciones regionales- convertirse en presidenta en 2019, bien en un acuerdo con las fuerzas de izquierda más Curbelo, con el que ella mantiene buen trato, bien en un recambio dentro del pacto actual. Pero Patricia Hernández es una persona ambiciosa, ha visto que esta puede ser su oportunidad, y ha logrado convencer a su partido -le ha sido fácil hacerlo, todo el PSOE está harto de las deslealtades nacionalistas en los municipios- de que la posibilidad de desbancar por primera vez en 30 años a Coalición del Gobierno regional, bien vale asumir el riesgo de quedarse fuera. Eso es lo que probablemente ocurrirá, si Clavijo es capaz de aguantar las provocaciones de los socialistas, sin echarlos hasta que se aprueben los presupuestos nacionales y los de aquí.
Ocurra lo que ocurra, no va a tener tampoco demasiada importancia: el Gobierno está definitivamente roto, y cuanto antes se recomponga en cualquier formato capaz de gestionar los asuntos que nos afectan, mejor será para todos. Pero gobernar no es sólo hilvanar mayorías. Es definir un programa de actuaciones bien cosido y sin incoherencias. Justo lo que los conflictos en el pacto y el Gobierno han impedido. ¿Tendrá más posibilidades un Gobierno de aluvión?
Produce cierta desazón comprobar cómo -después de años de asfixiantes legislaturas aplicando el rodillo- el castigo a las mayorías y la mayor diversidad política no han logrado ofrecer como resultado una nueva voluntad de entendimiento y consenso en los grandes asuntos, sino este agobiante guirigay de improvisaciones, ambiciones personales, oportunismos e intereses mezquinos. La política se aleja cada vez más de los ciudadanos, sus necesidades y sus convicciones, y se convierte en un mero sistema de reparto de canonjías, un mecanismo de ocupación del poder a toda costa, en el que incluso las opciones más surrealistas -condenadas por la lógica al fracaso- cobran cuerpo y sustancia.