engo a veces la impresión de haber vuelto a la Tierra después de un viaje de veinte años por los confines del espacio sideral. Y es que hay veces que no entiendo absolutamente nada de nada de lo que sucede a mi alrededor… Los colegas de El Día Televisión me mandaron un vídeo de Pedro Jorge Rodríguez Zaragoza, viceconsejero de Relaciones Exteriores del Gobierno, jugando al solitario durante una reunión, creo que en Madrid. Me pareció divertido. La sorpresa es que la anécdota, amplificada por las redes y recogida en los telediarios nacionales, se ha convertido en asunto político. En internet -y en algunos despachos de Canarias- se discute apasionadamente si el viceconsejero Zaragoza debería dimitir (o ser cesado) por lo que se define como una extraordinaria falta de respeto a sus interlocutores, incluso por dedicar el tiempo que debe a los contribuyentes a entretenerse jugando al solitario en su tableta. He leído en Twitter invectivas inquisitoriales, razonamientos dignos de una tesis doctoral y adjetivos que en otros tiempos se dejaban para los asesinos en serie.
En realidad, no entiendo qué diablos nos ocurre, qué suerte de banalidad contagiosa e iracunda domina casi todos nuestros juicios y actos, cómo hemos convertido este asunto intrascendente en un escándalo que ocupa páginas de los periódicos y espacio en los informativos, antes reservados a asuntos de alguna enjundia. Siento que este país -con este planeta- se ha dado un golpe muy muy fuerte en la cabeza, y andamos conmocionados y perdidos. Ese golpe es el ruido constante de los medios, contaminados por la banalidad e inmediatez de las redes, y por el espíritu de odio anónimo y destructivo que las recorre.
En fin, volvamos al asunto: a Rodríguez Zaragoza le pillan en una reunión matando el aburrimiento entre varios discursos de circunstancias (es posible que incluso el suyo) jugándose unas partidas al solitario. Los medios se toman la molestia de preguntarle por su horrible falta, y el pobre hombre reconoce que sí, que se aburría, e intenta quitar importancia: «Fueron un par de minutos», dice, implorando un poco de clemencia. Pues no, se «investiga» el asunto y resulta que no fueron dos minutos. Quizá el doble, el triple, diez veces más. Al pecado de desprecio a sus interlocutores se suma ahora el de mentir a la opinión pública. Linchemos al mentiroso.
De memoria intento recordar el currículo político de Rodríguez Zaragoza: fue jefe de Gabinete del presidente Hermoso, consejero de Agricultura, presidente de la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife y ahora -funcionario ya jubilado- ejerce de viceconsejero de Acción Exterior… No recuerdo que se le haya siquiera acusado nunca de robar, de dilapidar el dinero de la administración, gastárselo en jolgorios, o de abusar de nadie. Fue un discreto y competente consejero de Agricultura, modernizó la Autoridad Portuaria, hasta que decidieron aparcar allí a Ricardo Melchior. Y después de 30 años -o más- de servicio público, cobrando su pensión y trabajando de gratis para Canarias, vamos a liársela porque se aburría en una reunión muy aburrida y se dedicó a matar marcianos o hacerse un solitario.
Las cámaras graban ya todo lo que hacemos y las redes condenan inapelablemente: Errejón y Pablo Iglesias gesticulan en sus escaños, y eso es noticia política. Pronto lincharemos mediáticamente a quien bostece en público. Y quemaremos en la hoguera digital a quien se saque un moco.