Las apuestas son el ¿penútimo? fenómeno en la sociedad española de nuestros días. Los británicos apuestan por todo, decían no hace mucho tiempo. Pues, venga, interpretando al pie de la letra, empiezan a abundar las opciones en medios audiovisuales y redes sociales. Se apuesta, por citar ejemplos, quién marcará primero antes del minuto veinte en determinado encuentro de fútbol; qué número de estatuillas obtendrá cierta película nominada; qué candidata ganará el concurso de belleza y cuál será el color del modelo que lucirá tal artista en la gala de entrega de los premios.
Desde que fue legalizado, allá en los albores de la democracia, el juego fue penetrando en este país. Casinos, bingos, loterías, tragaperras, quinielas, sorteos, rifas… distintas modalidades para probar fortuna y para ingresar por una vía fácil y rápida. Las penurias económicas extendidas y la crisis que no termina de marcharse han sido factores propicios para aumentar el interés, a ver si sale, porque en el bombo está. Ese interés conduce a la adicción, naturalmente. Y con la adicción, germinan las ludopatías. Las innovaciones tecnológicas y las facilidades para acceder al universo digital han hecho que se disparen hasta niveles insospechados.
Tal es así que sus señorías se han esmerado para intentar frenar el fenómeno. Por lo menos, han logrado inicialmente -ya se verá cómo deriva- un acuerdo unánime para solicitar al Gobierno un plan específico de prevención tanto de la ciberadicción como de la ludopatía por el juego on line. En efecto, una proposición no de ley en el Congreso de los Diputados ha significado el primer paso para atajar un problema que precisa un tratamiento eficaz basado en criterios profesionales, sociales, educativos y sanitarios.
El diputado socialista, portavoz en la comisión de Sanidad, licenciado en medicina y cirugía, especialista en salud pública y medicina preventiva, José Martínez Olmos, además de expresar su satisfacción por la unanimidad del acuerdo -teóricamente, eso significa que hay convergencia de sensibilidades y deseos de acometer soluciones eficaces-, ha sido muy revelador a la hora de explicar que uno de los aspectos específicos de las ciberadicciones que afectan a un número de personas cada vez mayor, como es el caso de las ludopatías generadas en las opciones de juego on line, produce unas consecuencias preocupantes para la propia salud de las personas: se reflejan en cuadros de sintomatología propia de las situaciones de dependencia, como la ansiedad, el insomnio, la depresión y la falta de concentración. Martínez Olmos abunda en los perniciosos resultados del ciberacoso o la promoción de conductas autodestructivas como la anorexia y la bulimia ya hasta de episodios que puedan favorecer la pederastia.
Por eso, abunda en la necesidad de que los poderes públicos, las organizaciones profesionales y los actores sociales acometan cuanto antes un estudio minucioso que sirva de diagnóstico para luego desarrollar ese plan específico que consigne estrategias de prevención y asistencia. Naturalmente, hacen falta indicadores y recursos para que la actuación no se agote en una mera declaración de intenciones. Tiene que servir, incluso, la experiencia del Plan Nacional sobre Drogas, puesto en marcha hace ya más de tres décadas.
Lo importante es que hay voluntad política y un punto de partida coincidente en tiempos que no abundan las unanimidades. Esa conciencia es positiva para emprender soluciones a un fenómeno social preocupante que se mueve, además, entre facilidades y cómoda accesibilidad desde los más variados soportes. Esa conciencia tiene que servir para rescatar a una sociedad que no puede hacer depender del azar y de las apuestas sus condiciones de vida y sus avances.