ANA MARÍA ORTIZ .- Aeropuerto de Los Rodeos, Tenerife. Sobre las 15.00 horas del domingo 27 de marzo de 1977. Faltan dos horas, seis minutos y 50 segundos para que se produzca el accidente más letal de la historia de la aviación mundial. Dos Boeing 747, uno procedente de Holanda y otro de EEUU, van a chocar con el resultado de 583 personas fallecidas.
Nos hemos situado un poco antes del siniestro, a las tres de la tarde, porque es en torno a esa hora cuando aparece en escena nuestra protagonista. Robina van Lanschot, 24 años, holandesa rubia y espigada, guía turística con trabajo y residencia en España, se dirige al mostrador de la compañía KLM y le traslada al empleado lo que se dispone a hacer, aunque vaya en contra de las normas. Va a comunicarle la decisión que le salvará la vida.
-Disculpe, mire, yo no voy a subir otra vez en el avión, me voy a quedar aquí, en Tenerife.
-Lo siento, señorita, no puede hacer eso. Usted está en la lista de pasajeros, sus maletas están a bordo, tiene que volar hasta el destino, tiene que embarcar de nuevo.
-No voy a embarcar, ya le digo, no voy a ir a Gran Canaria.
Pese a las protestas del trabajador de KLM, Robina deja en el mostrador la tarjeta de salida temporal del avión que le han facilitado, abandona su maleta en el Boeing 747, y sale del aeropuerto en dirección contraria a la muerte.
Según se lee en el billete que 40 años después conserva intacto y que reproducimos junto a estas líneas, Robina ha partido a las 10.00 horas de Amsterdam, en el vuelo KLM 4805 y en dirección al aeropuerto de Gando, en Las Palmas de Gran Canaria. Con ella viajan otras 234 personas y 14 miembros de la tripulación. Todos los pasajeros y todo el personal del avión fallecerán en el accidente. Todos menos ella.
«Estábamos volando a Las Palmas y entonces el capitán anunció que no podíamos aterrizar allí. Dijo: «Vamos a Tenerife»», comienza Robina el relato de lo sucedido cuatro décadas atrás. Habla desde su casa en Noordwijkerhout, la pequeña localidad a 40 kilómetros al sureste de Amsterdam donde vive.
Un aviso similar se escucha en el interior del vuelo PAA 1736 que la Pan Am ha fletado desde Los Ángeles, con escala en Nueva York y destino final en Las Palmas de Gran Canaria: 378 pasajeros y 19 tripulantes de los que fallecerán 326 y nueve, respectivamente.
Ninguno de los comandantes, ni el holandés Jacob van Zanten ni el americano Victor Grubbs, comunica a sus pasajeros por qué están siendo obligados a desviarse a Tenerife. Quizás ni lo sepan. Una pequeña bomba, reivindicada por los independentistas del MPAIAC (Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario), ha estallado en la terminal del aeropuerto de Las Palmas y el grupo ha amenazado con la explosión de un segundo artefacto, así que Gando se ha cerrado. Todos los aviones están siendo redireccionados momentáneamente a Los Rodeos. Allí deberán aguardar hasta que se reabra el aeropuerto grancanario y puedan aterrizar donde tenían previsto. El KLM en el que viaja Robina llega a Tenerife a las 13.38 horas y a los pasajeros se les permite bajar para estirar las piernas mientras esperan, encontrando así Robina su oportunidad para burlar a la muerte. A los de la Pan Am, que han aterrizado a las 14.15 horas en Tenerife, no se les da la opción de salir del avión sin embargo.
-¿Por qué me empeñé en no subir al avión? -repite Robina la pregunta que le formulamos-. Yo entonces vivía en Puerto de la Cruz, [una localidad del norte de la isla de Tenerife], y quería irme a casa, con mi novio y con mi perro. Pensé: «Bien, yo ya estoy en Tenerife, vivo aquí, no quiero ir a Gran Canaria y regresar con el barco». Porque ese era el plan, volar a Gran Canaria y coger el barco a Tenerife…
-Y aquella decisión fue la más importante que ha tomado nunca…
-Sí. Tuve esa idea, se me ocurrió no embarcar y realmente no sé por qué. Simplemente no quería ir. Y esa decisión tuvo un impacto enorme en mi vida, especialmente los primeros años tras el accidente: perdí a mis amigos, mi vida cambió completamente.
Entre los seres queridos a los que dijo adiós figura Yvonne Wessels, la hermana de aquel novio que esperaba a Robina en casa y que hoy es su marido: Paul Wessels. Con él ha tenido tres hijos: Christiaan (33), Tobias (30) y Benjamin (27). Tras el accidente Robina entró en estado de shock y se negó a hablar de lo sucedido con nadie, salvo con Paul.
Un día, 20 años después de la tragedia, sus hijos, que entonces tendrían 13, 10, y siete años señalaron el retrato de aquella mujer rubia que ocupaba un lugar privilegiado en el salón y preguntaron: «¿Quién es?».
«Es Yvonne, la hermana de papá, y falleció en un accidente de avión», les contó Robina sin mencionar ni que ella iba sentada a su lado en aquel vuelo ni que antes de escoger el camino de la salvación intentó que Yvonne la acompañara: «Le dije: «Ey, Yvonne, ¿por qué no te quedas en Tenerife conmigo? No tienes por qué ir a Las Palmas, ya recuperaremos las maletas». Pero ella decidió seguir».
Años de silencio
En 2002, coincidiendo con el 25 aniversario de la catástrofe, Robina se prestó a contar por primera vez su historia en un libro: Tragedia en Tenerife, de Ene Reijnoudt y Niek Fuerte, publicado en Holanda. Como no quería que Christiaan, Tobias y Benjamin se enteraran por sus páginas de que su madre era la única superviviente del vuelo KLM 4805, ella misma les desveló por primera vez la historia completa antes de que llegara a las librerías. Cuatro años después, en 2006, intervino brevemente en el documental estadounidense The Deadliest Plane Crash -«El accidente de avión más mortífero»-. Y esas dos han sido las únicas veces que ha divulgado su testimonio hasta ahora.
-¿Por qué, tras años de silencio, se ha prestado a esta entrevista?
-Ha pasado tanto tiempo que ahora puedo hablar de ello sin tener que llorar o emocionarme demasiado. Nunca he visto fotografías del accidente, siempre he procurado tenerlas lejos, muy lejos. Y si mi marido y yo veíamos alguna sin querer era tan sobrecogedor que dijimos: «Hablamos del tema el uno con el otro y con eso es suficiente». Y ahora estoy emocionada de nuevo al hablar con usted así que para mí no es bueno recordar aquello.
Robina Van Lanschot llegó a Tenerife en septiembre de 1976 para trabajar como guía turística de Holland Internacional. Otra empleada de la compañía, Yvonne Wessels, le hizo un hueco en su apartamento en Puerto de la Cruz y le enseñó cómo moverse por la isla. Robina recogía a los turistas en el aeropuerto, los acompañaba a los hoteles, reservaba excursiones, los llevaba al médico si enfermaban…
En diciembre de 1976, tres meses antes del accidente, Paul Wessels llegó a Tenerife para visitar a su hermana Yvonne, conoció a su compañera de piso, Robina, y los dos jóvenesse enamoraron. En el citado documental The Deadliest Plane Crash se dice que Robina fue «salvada por el amor», puesto que fue la presencia de Paul en la isla lo que la empujó a querer bajarse en Tenerife a toda costa.
«Volvíamos de hacer un curso en Holanda», se retrotrae nuestra protagonista a aquel vuelo del 27 de marzo de 1977. «Habíamos estado unos días en la sede de la compañía y visitando a nuestras familias. La noche antes de partir dormí en la casa de los padres de mi marido y de Yvonne, los conocí por primera vez. Un hermano de Yvonne nos llevó al aeropuerto. En el avión íbamos sentadas juntas con otros colegas de la compañía, éramos cinco».
Cuando a las 17 horas 06 minutos 50 segundos el KLM -que estaba despegando sin el pertinente permiso de la torre de control- chocó con el Pan Am -que aún circulaba por la única pista de Los Rodeos-, Robina van Lanschot se encontraba tranquilamente sentada en el jardín de su casa con Paul. No recuerda si llegó allí en taxi o en autobús y tiene otras grandes lagunas en los meses que siguieron al accidente, fruto del enorme shock. Sí sabe que aquella romántica tarde la quebró abruptamente la llamada de uno de los jefes de Robina. Paul descolgó el teléfono.
-¿Están Robina e Yvonne?
-Robina está aquí, pero Yvonne está yendo a Gran Canaria.
-Algo terrible ha sucedido.
«Dijo que algo terrible había sucedido pero no sabía exactamente qué», cuenta Robina. «No era como ahora que hay internet, email… Mi español no era muy bueno, pero una de mis colegas lo hablaba bien así que ella llamó a los hospitales a ver si los encontrábamos. Al final mi marido llamó a su casa a Holanda y su padre le dijo que no había supervivientes en el KLM. En Holanda lo supieron antes que nosotros».
Al día siguiente, lunes 28, responsables de Holland Internacional, la empresa de Robina, llegaron a Tenerife: «Regresas con nosotros a Holanda», dijeron. Antes de aterrizar en el aeropuerto de Schiphol, en Amsterdam, a Robina le colocaron el uniforme de una de las azafatas de Transavia, la compañía con la que volaba, para que pudiera despistar a la prensa, que esperaba ansiosa a la «única superviviente».
Todo el mundo no deja de repetirle que era una chica muy afortunada. «Pero yo no me sentía así. Yo me sentía fatal. Me preguntaba: ¿por qué estoy viva? No debería estarlo. Todo el mundo ha perdido familia y amigos. Los padres de mi marido han perdido a su hija. Y yo, ¿por qué no estoy muerta? No podía entenderlo y no me sentía feliz».
Los primeros días no podía comer ni conciliar el sueño; tuvo pesadillas; perdió 20 kilos en sólo dos meses. De su lado no se separaba Paul, para quien la situación era realmente desconcertante: sentía una infinita tristeza por la pérdida de su hermana y a la vez una inmensa alegría porque Robina viviera. «Lloramos mucho por su hermana y entonces él dijo: «Pero estoy tan contento de que tú estés aquí». Nunca él ni sus padres me han hecho sentir que yo debería estar muerta en lugar de ella».
Cuando el foco mediático se apartó un poco, Robina comenzó a trabajar de nuevo, esta vez en Fuengirola, en la Costa del Sol. «La empresa contrató también a mi esposo y pudimos estar juntos. Nos quedamos allí hasta 1978».
A Tenerife, Robina y Paul regresaron 30 años después, en 2007, por la inauguración de un monumento en recuerdo de los fallecidos. En 2011, con motivo de su 30 aniversario de boda, hicieron una segunda visita, esta vez acompañados de sus hijos: «Ellos querían ver dónde nos conocimos y visitar el monumento a las víctimas», cuenta Robina, quien asiduamente viaja a España, la última vez a la costa alicantina.
Nunca ha tenido contacto con otros supervivientes o familiares de las víctimas salvo en una ocasión, en 2002, cuando se encontró con Maritte van Zanten, la hija del comandante del KLM, al que se señaló como el gran responsable de la tragedia. «Ella tenía miedo de verme, temía que yo estuviera enojada, pero nosotros nunca hemos estado enfadados con ella. Las cosas ocurren sin más. Fue un error de su padre en gran parte, pero él no quería morir. El desastre sólo tuvo perdedores».