Valencia conmemora esta semana uno de los acontecimientos más trascendentales de su breve experiencia como capital de España: el nombramiento como presidente del Gobierno de Juan Negrín, el científico que convenció a República para resistir, seguro de que se avecinaba otra guerra.
«Mi abuelo nunca hablaba de la guerra como la Guerra Civil. Mi abuelo hablaba de la Guerra de España. Era la primera batalla de lo que luego fue la Guerra Mundial, por eso era crucial resistir», relata Carmen Negrín, presidenta de honor de la Fundación que custodia el legado del político en Las Palmas de Gran Canaria.
La Generalitat Valenciana acoge en su sede este miércoles, 17 de mayo, el acto que conmemora los 80 años exactos del día en que el presidente de la República, Manuel Azaña, aceptó la dimisión de Francisco Largo Caballero como jefe de Gobierno y nombró en su lugar al que hasta entonces era su ministro de Hacienda, Negrín.
El acto contará con intervenciones del presidente de la comunidad autónoma, Ximo Puig, de Carmen Negrín, del historiador Ángel Viñas y de Patricio Azcárate, testigo de los primeros años de exilio de Juan Negrín en el Reino Unido, gracias a la amistad que el político siempre mantuvo con su padre, embajador de la República en Londres.
«Negrín es el personaje más odiado, más vilipendiado, más tergiversado y manipulado de la historia contemporánea de España. El franquismo lo trituró», asegura Ángel Viñas, catedrático emérito de la Universidad Complutense, que ha dedicado buena parte de su carrera al político grancanario, un personaje al que llegó cuando Fuentes Quintana le encargó investigar «el oro de Moscú».
Viñas subraya que el político que toma las riendas de la República el 17 de mayo de 1937 «es una rara avis en la historia española», un científico formado en Alemania, con una curiosidad casi enciclopédica, con dominio de varios idiomas y que no se va de España a EEUU porque se lo pide personalmente Santiago Ramón y Cajal. «Y alguien como Negrín jamás le diría ‘no’ a un Nobel».
«Negrín se hizo un hombre fuera… Y veía a España desde fuera», apunta este historiador. A su juicio, esa visión global llevó a Negrín defender en el Gobierno que la guerra se libraba también en las embajadas, en persuadir al Reino Unido y a Francia de que, si no intervenían, al menos «impusieran a Franco una negociación». «Por eso su empeño en resistir. Sabía que toda alternativa era peor».
Viñas subraya que los escritos de la época de Azaña revelan que el presidente de la República «daba por perdida la guerra» en septiembre de 1936 (en el tercer mes de la contienda), porque sabía que no podía oponerse «a Franco, a Alemania y a Italia» sin ayuda.
En cambio, añade, el médico grancanario se reveló como «el hombre que la República necesitaba en guerra» y no solo fue capaz de prolongar la resistencia, sino de armar el último intento serio del Ejército Popular por cambiar las tornas: la Batalla del Ebro.
Perdida la guerra, dice Viñas, Negrín se instaló en Londres porque seguía creyendo que podría convencer al Reino Unido de que restaurara la República en España cuando acabara la Guerra Mundial, un empeñó en el que no cejó hasta que fue destituido desde México por las Cortes en el exilio. A ese golpe le siguió su expulsión del PSOE, alentada por su gran rival interno, Indalecio Prieto, que le acusaba de estar subordinado al Partido Comunista.
Sin embargo, su nieta Carmen, que vivió con él hasta su muerte en 1956, asegura que el revés que le condujo casi «a la depresión» fue la decisión de Naciones Unidas de admitir a la España de Franco. «Yo fui varias veces con él a la ONU en Ginebra y Nueva York. Él confiaba mucho en las Naciones Unidas, había contribuido a crearlas y se sintió traicionado. Aquello fue la última gota», relata.
¿Qué queda hoy de la leyenda negra de Negrín? Viñas cree que la izquierda ya la ha enterrado, aunque haya tardado en hacerlo (el PSOE lo rehabilitó como militante hace solo nueve años, en 2008) y que, entre la derecha, solo sobrevive «en el ala más cerril».
A Carmen Negrín no le preocupa tanto la rehabilitación del nombre de su abuelo, como el de la II República en su conjunto. «Todo va unido: Él fue el que fue por las circunstancias que le tocó vivir».
Y sugiere empezar por referirse a la guerra como la llamaba el último presidente del Gobierno republicano: «la guerra de España».
A muchos kilómetros de distancia (Carmen Negrín reside en París, Viñas en Bruselas y él en Alicante), Patricio Azcárate lo corrobora: «Él siempre pensó aquello no era una guerra civil, sino la primera batalla de una Guerra Mundial que estaba por llegar».
A sus 96 años, el hijo del embajador republicano recuerda que su exilio en Londres «Negrín siempre intentó que los Aliados le reconocieran como uno de los suyos», pero en vano. «Todos sabían que sin la URSS no podían ganar la guerra, pero eran anticomunistas y consideraban a Negrín un colaborador de los soviéticos».
Azcárate no solo se precia de haber sido amigo del «político español más grande del siglo XX», sino que es además uno de los pocos combatientes de la Batalla del Ebro que siguen vivos para recordar el discurso de Negrín dio el 25 de octubre de 1938 en Espluga de Francolí, para despedir los brigadistas internacionales.
«A todos les concedió allí mismo la nacionalidad española. Fue muy emocionante, muchos de ellos ya no tenían patria», dice.
La República aguantó seis meses más, hasta abril de 1939, en parte por la determinación de Negrín («resistir es vencer», dijo en varios discursos). Algunos historiadores, como Ángel Viñas, creen que, paradójicamente, su empeño acabó beneficiando a Franco, «que necesitaba una guerra larga para asentarse entre sus generales».