Querido compañero A..-
Creo que ni tú, ni tus compañeros, merecemos que intentes construir tu hipotética victoria sobre nuestro deshonor. Por eso, si me prestas atención, te contaré una historia menos conocida, pero verdadera. La historia que cuenta cómo el anterior secretario general, después de dos severas derrotas, fue incapaz de afrontar el dilema en el que se encontraban el partido y el país, y dejó que otros asumiéramos la responsabilidad que él no quiso asumir.
En efecto, el día 29 de octubre, como la gran mayoría de los diputados socialistas, me abstuve en la segunda votación de la investidura de Mariano Rajoy. En mi modesta opinión, un diputado no debe justificar la orientación de su voto diciendo que lo hizo por disciplina, porque una decisión de esa gravedad sólo se puede tomar en conciencia. Así lo exige, además, nuestra Constitución. Por supuesto la disciplina y la conciencia pueden entrar en contradicción, y en ese caso, la forma de resolver esa contradicción no es sacrificar la conciencia a la disciplina, sino abandonar el escaño.
Hay una izquierda que pone grandes esperanzas en el sufrimiento como catalizador de la revolución. Para esa izquierda Rajoy es una bendición, y con una mayoría más amplia, más bendición. Los socialistas, sin embargo, somos una izquierda que conoce el valor de una aspirina. Y, de los dos Rajoy posibles, el que tiene menos escaños, y por tanto más necesidad de negociar con más grupos parlamentarios, es el menos malo. Es más, si hubiera podido elegir, me hubiera quedado con el Rajoy de diciembre, con 123 escaños y sin la presidencia del Congreso, en lugar del que en junio sacó 137 escaños y recuperó la presidencia del Congreso. Y como no soy un adicto al juego, decidí no jugarme el margen de poder que nos habían dado los electores no fuera a ser que en unas terceras elecciones desapareciera para darle una cómoda mayoría a Rajoy. Así que, pensando en el interés general de España, para aclararnos, en los golpes que podía evitarle a los sectores sociales más vulnerables con un Rajoy en minoría, elegí mi conciencia en lugar de mi reputación izquierdista, y me abstuve.
Sí, ya sé, me dices que cómo llegamos, divididos y sin liderazgo, a esa situación en la que estábamos el 29 de octubre, al borde de la convocatoria automática de las terceras elecciones. Es ahí donde viene esa otra falsedad, la de que el 1 de octubre el aparato derrocó al secretario general. Lo cierto es que nadie derrocó al secretario general, sino que dimitió tras perder una votación en el máximo órgano político democrático del partido. Me he encontrado a compañeros y compañeras que están convencidos de que la votación que perdió el secretario general era sobre si nos absteníamos o íbamos a terceras elecciones. Esa es otra falsedad. Si nos absteníamos o íbamos a terceras elecciones era la cuestión urgente que teníamos los socialistas encima de nuestra mesa, precisamente la que no quiso afrontar el secretario general. Es así como el secretario general perdió su liderazgo incluso antes de dimitir, lo perdió por no ejercerlo, porque si no tomas una decisión cuando la debes tomar, has perdido el liderazgo, aunque sigas teniendo el puesto. Tampoco le planteó la cuestión al Comité Federal, ni siquiera pensó en ofrecerle la decisión a la militancia. Lo que planteó al Comité Federal fue hacer un Congreso en el plazo de 23 días, para, después, en una semana, intentar ser investido al frente de un gobierno del cambio.
El Comité Federal es el máximo órgano político del partido, y en él suelen estar compañeros y compañeras con gran experiencia. No hacía falta, sin embargo, gran experiencia política para ser conscientes de que en una semana no se podía articular un gobierno de cambio, como le replicó a nuestro secretario general el líder de Podemos al conocer su propuesta, y como ya habíamos constatado el 26 de junio por la noche después de ver como empeoraban los resultados de la izquierda. Si desde el 26 de junio al 1 de octubre no habíamos sido capaces de conseguirlo, ¿cómo lo íbamos a conseguir en la última semana? No había que ser un lince para darse cuenta de que el 23 de octubre, fuera quien fuera el nuevo secretario general del PSOE, los socialistas nos veríamos abocados a tener que elegir entre las dos opciones que el secretario general se negaba a admitir: abstenernos o ir a terceras elecciones.
¿Podíamos haber hecho algo diferente de lo que hicimos hasta llegar al 1 de octubre? Creo que hicimos bien votando dos veces no en la primera investidura de Rajoy, pero luego ya no hicimos nada que nos ayudara. El día 2 de septiembre el líder de la derecha estaba debilitado, y nosotros estábamos legitimados para plantear algunas exigencias. Ese mismo día algunos planteamos una abstención a escote de todas las fuerzas políticas a cambio de que el PP retirara a Rajoy, otros propusieron una negociación con el PP a cambio de determinadas conquistas sociales y políticas. En los periódicos, claro. Porque el secretario general, en lugar de buscar una solución al problema en el que se encontraba la democracia española, y proponerla al partido y al país, se fue a cosechar grandes aplausos, y grandes derrotas, en las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco. El 25 de septiembre nuestra capacidad de negociación había menguado considerablemente, con un PP reforzado en Galicia y un PSOE severamente derrotado en Galicia y el País Vasco, y eso a pesar del no es no en la investidura de Rajoy.
En esas condiciones fue en las que el secretario general, en lugar de consultar directamente a la militancia que tanto invoca ahora, o convocar un Comité Federal para ver qué hacíamos ante la situación en la que estaba España, lo convocó para organizar un Congreso, y como en el Comité Federal le dijeron que no era el momento de hacer un Congreso, dimitió para que los demás resolvieran el dilema que él no quiso resolver y asumieran el coste que él no quiso asumir. En el siguiente Comité Federal, que tuvo lugar, precisamente, el 23 de octubre, 235 compañeros y compañeras, miraron de frente el dilema ante el que nos encontrábamos y, sin engañarse, previa deliberación, por 139 votos a favor y 96 en contra tomaron la decisión que él no fue capaz de tomar, ni compartir con nadie.
Ahora, tomada aquella decisión, puesta en marcha la legislatura, desbloqueadas las instituciones de nuestra democracia, nuestro último secretario general quiere ser de nuevo secretario general. Para conseguirlo muchos compañeros nos insultan en las redes y nos llaman traidores. En esa lista de traidores aparecen los dos presidentes del Gobierno y los cuatro secretarios generales que ha tenido el PSOE en democracia. También aparecen cinco de los seis presidentes autonómicos. También, para esos que nos insultan, es traidor el Comité Federal, que de máximo órgano de representación democrática ha pasado a tener la consideración de aparato, y el Grupo Parlamentario Socialista. Todos corruptos. Todos manchados para que, limpio y refulgente, nuestro último secretario general sea nuestro próximo secretario general.
Compañero, ¿te imaginas los mítines de la próxima campaña a la presidencia del Gobierno, hablando de los logros de los gobiernos socialistas, pero sin la presencia de Felipe González ni José Luis Rodríguez Zapatero? Seremos un partido sin historia. Si los compañeros y compañeras convalidan el cuento de que los presidentes socialistas de Andalucía, Asturias, Castilla la Mancha, Extremadura y la Comunidad Valenciana, quisieron entregar caprichosamente el gobierno de España a la derecha, ¿los invitaréis a subir a la tribuna a alabar la grandeza de nuestro candidato a la presidencia del gobierno? ¿Esperas que los ciudadanos les den crédito a quienes una mayoría de los propios socialistas habría desacreditado? Todos ellos acusados de entregar el gobierno de España a la derecha, gratis, por un capricho, por una traición. Seremos un partido sin historia y sin presente. Con el mismo nombre, ciertamente, pero sólo eso. La historia que nos contáis es una historia bien triste, pero falsa, y eso es, precisamente, lo más triste.
José Andrés Torres Mora es diputado socialista por Málaga