Mariano Rajoy tiene un alma de metepatas indestructible. Sus gazapos y errores, y su extraordinaria capacidad de sortearlos como quien oye llover, como si no tuvieran nada que ver con él, es más que mítica. Ayer protagonizó la más monumental metedura de pata en las votaciones a las enmiendas a los Presupuestos Generales del Estado, votando en contra de las enmiendas 5.900 y 5.902, del capítulo de Fomento, sobre inversiones por un total de 6,3 millones de euros para vivienda pública en Canarias. El presidente Rajoy se equivocó al pulsar el botón y se cargó dos de las enmiendas pactadas con Nueva Canarias por su Gobierno. Por suerte, más allá de certificar la ya probada capacidad para el despiste de don Mariano, el error no ha tenido trascendencia alguna: como ocurre en muchas de las enmiendas que se han tramitado estos días, estas dos contaban con el voto de la mayoría. Porque en el debate de las enmiendas parciales al Presupuesto, el voto 176 no es el que inclina la mayoría en una dirección o en otra, es más bien la garantía de que los Presupuestos no serán devueltos al Gobierno por un asunto de menor enjundia.
De hecho, el de don Mariano fue ayer el único voto en contra de las enmiendas 5.900 y 5.902, votadas unánimemente, con la excepción mariana y la abstención de otras 19 señorías. En total, 328 diputados las apoyaron y las dos enmiendas salieron adelante, como todas las que Nueva Canarias logró incorporar a los Presupuestos. La lectura de los resultados de la votación y el punto rojo de haber votado «no», perfectamente colocado sobre el escaño de Rajoy en los marcadores de seguimiento del voto, provocaron generalizada rechifla en los presentes, que ovacionaron al presidente por haberse equivocado. El día que acierte lo sacan a hombros o lo canonizan.
Aunque es verdad que no fue Rajoy el único en meter la pata: después de partirse de risa con el despiste, los socialistas se liaron con otra enmienda de Nueva Canarias, la 5.901, votada inmediatamente después de que Rajoy la pifiara. La mitad del PSOE votó a favor y la otra mitad se abstuvo, sin que -en esta ocasión- la división fuera cuestión de sensibilidades, familias o mafias diversas.
El pleno de votación de las enmiendas es uno de los más aburridos que jalonan la ya de por sí tristona dinámica parlamentaria. En un tiempo en el que los diputados responden como un solo hombre (sin contar a Rajoy) en las votaciones, lo de las enmiendas es un trance aburrido y sin interés alguno. Normalmente, los diputados se lo pasan leyendo algo interesante, consultando sus dispositivos y chateando como posesos. En esta ocasión, el empate era tan pero tan justo, que no se ausentó nadie. Hasta la pobre Ana Oramas, cuyo padre falleció el mismo martes, asistió a todas las sesiones. Y acudió incluso un diputado enfermo, Antonio Roldán, de Ciudadanos. Tuvo la mala suerte de que se le rompiera el escaño en plena votación, lo que provocó nuevas risas. A pesar de algunas décimas de fiebre, Roldán estuvo rápido al explicar lo ocurrido: «Es que en mi partido no tenemos ningún apego a los sillones», dijo. Más risas. Y al rato más risas aún y una llamada al orden de la muy formal Ana Pastor, ante el general jolgorio, cuando se le rompió también el escaño al diputado pepero Jesús Postigo. No es frecuente que se rompan tan fácilmente los escaños. Y menos de dos en dos.
Aunque puede tener su explicación: votar miles de enmiendas se hace tan pesado que no hay ni escaño que lo resista, ni Mariano Rajoy que no se confunda…