Por Salvador García.- Las cianobacterias y los ahogamientos en las costas han salpicado el estío. Hay que convivir con las primeras, resignada conclusión. Entre el cambio climático y las disfunciones de los dispositivos para paliar el comportamiento de los humanos, hay que irse acostumbrando. Lo peor será que, detectados los problemas y agotado el endeble malestar, no se haga nada: ni correcciones ni pedagogía. Lo peor es que todo siga igual… hasta el año que viene.
Y los ahogamientos. De poco está sirviendo el esfuerzo del periodista grancanario, Sebastián Quintana, con tal de sensibilizar, con el fin de reducir los registros que ya el pasado mes de abril, cuando inició su cruzada, ya eran elevados. Habrá que repetirlo: las playas canarias no pueden ser sinónimo de inseguridad. Es raro el día que no hay una noticia sobre pérdida de vidas humanas.
Recordamos a Quintana en el Parlamento de Canarias hablando de una cultura de la seguridad acuática como base indispensable para prevenir accidentes fatales. Habrá que insistir con tal de evitar que la desinformación y las imprudencias sigan causando estragos hasta ser la causa de un noventa por ciento de los fallecimientos.
Tenía razón el periodista cuando afirmaba que muchísimos turistas desconocen que estamos en medio del Atlántico y que cada punto de la costa tiene su personalidad. La prevención, por consiguiente, es primordial. La seguridad en el litoral canario requiere de información y de dotaciones.
Un hecho son los fenómenos naturales y otro el mal funcionamiento de infraestructuras, responsabilidad de administraciones públicas. Acostumbrarse, sí; pero no a permanecer indiferentes ni indolentes con aquello que se puede mejorar. Una cosa es brindar la costa como elemento casi esencial de la oferta vacacional y otra no suministrar los elementos básicos para que esa cultura de la seguridad acuática sea un hecho fehaciente.
Y el verano, sin terminar.