Por Alba Marrero*.- Siempre creí que de mayor se perdían los miedos. Nos haríamos enormemente valientes porque los años dan ese tipo de cosas. Nos tiraríamos de un avión en paracaídas porque seríamos mayores y no seríamos cobardes. No obstante, nunca le he tenido tanto miedo a las curvas de La Gomera como con veintitrés. Con ocho años, no pasaba nada. Nunca nos despeñaríamos por un barranco porque con mamá y papá nunca pasarían esas cosas. Años más tarde, cuando a todos nos crece la vida, caemos en la cuenta de que fuimos y somos humanos y ni siquiera papá y mamá pueden evitar un volantazo en la carretera, una ola traicionera o a un flipado lleno de odio en una camioneta.
Tras los atentados de Barcelona y Cambrils hace unas semanas, llegó un desastre, quizá más desapercibido, que me hizo temer a la frivolidad con la que algunos se enfrentan al mundo. Mientras Barcelona se ponía en pie con distintos colores, distintos rasgos y distintos idiomas para gritar que no tenía miedo, empezaron a caer los primeros intereses y las maldades. Se desprendió el odio en su estado puro, las artimañas del politiqueo y las salvajadas de los cavernícolas de la red.
Señores, es frívolo tanto reproche cuando ya dieciséis personas han perdido su destino. Es repugnantemente frívolo responsabilizar de unos atentados -ISIS reivindicó su autoría, por cierto- al contricante político o al que, simplemente no nos cae bien. Señor Santiago Martín, párroco de la Iglesia María Virgen Madre de Madrid, y señor David Pérez, alcalde de Alcorcón, es repulsiva su intención de culpabilizar a Ada Colau por los atentados así como pretender que sea denunciada por ello. “¿Alguien puede explicarme de qué se ríe esta señora, después de no haber puesto los bolardos, allanando el recorrido de los asesinos?” se preguntaba usted, señor Pérez. Lamentable es que varios medios hayan tenido que perder tiempo en revelar que usted había hecho uso de la descontextualización para hacer daño. Caballero, hacer daño cuando hay familias a las que les han dañado la vida entera. Señores de la CUP, no es ni medio normal que entre tanto sufrimiento, crean que es el momento perfecto para responsabilizar de lo ocurrido al mismísimo Rey de España y al señor Rajoy. Señoras fuerzas policiales, es totalmente irracional que se desunan más de lo que ya lo están nuestros políticos.
No temo a salir a la calle ni a mi estilo de vida por si un día cualquiera, mientras paseo, me tomo una copa, me beso o me río, me encuentre con la mirada de odio de unos terroristas. Me uno al lema No tinc por! (¡No tengo miedo!) que se ha escuchado en las calles de Barcelona. Sin embargo, no puedo decir que en estos días no le haya tenido auténtico pavor a las migajas que están quedando de nuestra señora humanidad. Me alarma, me apena, me duele y, sinceramente, me da miedo.
No puedo llegar a entender que se haya tenido que escribir una barbaridad de columnas de opinión como esta porque algunos sentimos auténtica vergüenza del rumbo que ha tomado la vida sin apenas empatía; del politiqueo de baratija cuando existen víctimas mortales y familias rotas; del veneno racista de la red mientras hay un señor musulmán que se dedica a regalar abrazos en La Rambla de Barcelona; del escaparate mediático, tanto en redes como en medios, en los que se presenta a la sangre, la violencia y a las persecuciones policiales como si fuera una serie de Netflix.
De pequeña no tenía tanto miedo como ahora a que un día dejemos de encontrarnos como especie, de que no nos respetemos, de que no nos alabemos y de que solo nos dé por odiar porque la palabra hater esté de moda. Señor José Manuel Soto, yo prefiero el buen rollito y no pelear. Prefiero una justicia a golpe de bondad, palabra y corazón. Prefiero mil veces el Imagine de John Lennon que sus 140 caracteres llenos de frivolidad, apatía y miseria. Sólo me queda decirle esa frase de Miguel Hernández que tanto me gusta: “Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes”.
*Periodista