Las campanas de la iglesia de San Marcos de Agulo volverán a resonar estos días como lo hacía ya en aquel lejano siglo XVIII cuando pasó de ser ermita a parroquia. Por entonces, este pequeño pueblo vivía de una fértil tierra que tenía la suerte de poseer abundante agua para sus cultivos. En aquellas calles empedradas dio sus primeros pasos un niño llamado a convertirse en cura y testigo fiel de la devoción a la Virgen de las Mercedes: Manuel Rodríguez Casanova.
Aquella pequeña ermita (aún no elevada a iglesia parroquial) contaba con varios nichos donde se encontraban las imágenes del patrón de la localidad, San Marcos, y de la Virgen María bajo la advocación mercedaria. Allí, seguramente a los pies de la efigie, fue forjando nuestro personaje su huella y su fe que le llevaría, apenas unas décadas después a ordenarse sacerdote. Tenía 24 años y debía desplazarse a Gran Canaria para cumplir con sus votos. Sin embargo, tal y como nos cuenta don Julio Sánchez –a la sazón, probablemente el mayor historiador de a Iglesia en Canarias-, el viaje se truncó y lo que hubo de ser un viaje a la entonces capital de la Diócesis, se tornó por un temporal en una odisea con un terrible final: la costa de la Berbería donde sería apresado como esclavo durante nada más y nada menos que cuatro años.
Las crónicas y su testamento confirman este hecho y lo sitúan en aquellos años en la ciudad de Mequínez, al norte de Marruecos. Él, tan devoto de la Virgen de las Mercedes en Agulo, no hacía más que encomendarse a Ella buscando una salida a su cautiverio. Imaginen aquella estampa: una ciudad de altos palacios de adobe, de mezquitas y minaretes recubiertos de cerámica, de amplios mercados de especias y otros lujos. Y cientos de esclavos trabajando a destajo para saciar la voluntad de unos reyes que habían hecho de aquella ciudad su obra para la eternidad.
Sin embargo, suponemos que gracias a la propia orden mercedaria –a la sazón, conocida por su faceta como redentora de cautivos- consiguió su libertad y pudo, tras regresar a las Islas, completar su ordenación. El Obispo, con acierto, le envió como párroco a su pueblo natal, a Agulo, que bajo su sacerdocio consiguió emanciparse de Hermigua y tener su propia parroquia. Sin embargo, aún le quedaba una última cosa que hacer.
Él, tan devoto de aquella pequeña talla que de niño contemplaba en San Marcos, decidió construir una capilla para dar culto como se merecía a la Virgen de las Mercedes, a San Juan y al patrón de Agulo. Enterrado a sus pies, una placa recuerda que allí yace un cura envuelto en leyenda que dio su vida por esta efigie mariana. Y fue su pueblo el que lo vio morir en 1787 tras despeñarse por un risco.
230 años después, volverán a sonar las campanas por las Mercedes. Y 230 años después recordarán que hubo un párroco que gracias a Ella pudo salvarse de su cautiverio en Marruecos.
Pablo Jerez Sabater. Profesor de Historia del Arte | EA Pancho Lasso, Lanzarote