En apenas dos meses, Tomasa Carolina Méndez Mendoza, Elina, hubiese cumplido 108 años de edad. Esta mujer que siempre vivió y residió en San Sebastián de La Gomera es una especie de milagro de la naturaleza. Pocos precedentes se puede encontrar en Canarias como el suyo. Por ejemplo, el de la palmera, María Dolores Cleofé Mederos, quien el pasado mes de mayo murió a los 108 años. Pero en general se calcula que en todas las Islas en estos momentos apenas son tres las personas que rondan esa edad.
El presidente del Cabildo, Casimiro Curbelo Curbelo, destaca de Tomasa su incansable trabajo y valía. Una mujer que a la que tuvo el placer de conocer y compartir con ella reflexiones sobre la vida y el devenir de La Gomera. “Creo que representaba un reflejo perfecto de una sociedad en la que la mujer desempeñó un papel relevante en el porvenir de muchas familias de esta tierra”. Elina para el presidente del Cabildo forma parte de ese importante segmento de una población envejecida que en La Gomera alcanza un tanto por ciento superior al resto del territorio nacional.
“Por ello, en nuestra Isla los mayores nos demandan una atención específica a sus necesidades y la obligación del Cabildo es seguir llevando a cabo un trabajo incansable a favor de este segmento de la sociedad. Reforzar la apuesta para que puedan recibir atención diaria en los centros dependientes de esta institución o en su domicilio, como ocurrió con Tomasa”.
Y en este contexto entraría el proyecto que “desde el Cabildo se impulsa a favor del nuevo centro sociosanitario como espacio de referencia para que los mayores reciban servicios integrales y de primera línea. Hablamos de la inversión más importante para nuestros mayores que se ha llevado a cabo jamás en la Isla”, indica el presidente. El también diputado regional por la Agrupación Socialista Gomera (ASG) señala que uno de los motivos por las que apoyan en la Cámara autonómica los presupuestos para el próximo ejercicio es la inclusión de una partida de 99 millones de euros para estos fines.
La razón por la que Elina sobrepasó la barrera de los cien años y el estado de lucidez y bienestar con el que lo hizo, lo explica su nieta, Rosy Trujillo Cabrera: “porque era un angelito. Una persona que siempre estaba agradecida con todo y jamás se quejaba”. Elina nunca estuvo enferma ni tomó medicación. Al menos hasta los últimos años de su vida cuando ya resultó inevitable que recurriera a alguna que otra pastilla. Su única dolencia fue una rotura de cadera cuando tenía 102 años. El don de la longevidad parece ser bastante habitual en la familia. Rosy relata que su otra abuela, que en la actualidad vive en Adeje, tiene 101 años. Pero todos los hermanos de Elina superaron los ochenta y su madre los cien. Su propio hijo tiene 82, aunque su otra hija murió con apenas 33.
Pese a que la leyenda enfrenta a las nueras y a las suegras, lo cierto es que en este caso ocurrió todo lo contrario; la madre de Rosy la cuidó con extremo cariño hasta que, al final, fue ella la primera en abandonar este mundo. Su suegra jamás se enteró. Nunca se lo dijeron y cuando preguntaba por ella le decían que se había tenido que ir a Tenerife porque estaba un poco mal. Pero resultaba difícil engañar a Elina porque su cabeza funcionó casi a la perfección hasta el último momento. Nunca usó gafas si bien es cierto que al final perdió bastante audición. “Pero nosotros sabíamos como hablar con ella y siempre supimos que nos entendía perfectamente”.
Su nieta recuerda que hasta los 102 años se hacía su propio café y que fue entonces a raíz de la rotura de la cadera cuando visitó a los médicos por primera vez. Rosy rememora que en el Hospital de Tenerife en el que la operaron la trataron como si fuera una celebridad. Desde ese momento, sin embargo, ya tuvo que permanecer todo el tiempo en la cama.
Otro de los recuerdos que guarda de ella su nieta es como se cuidaba. Era una auténtica aficionada a las cremas, a los perfumes y a las joyas. Nunca le gustó tomar el sol y tal vez por ello su piel era muy blanca y prácticamente no tenía ni arrugas. Siempre llevaba consigo un espejito que guardaba cuidadosamente y sacaba de vez en cuando para verse reflejada y saber cómo la veía el resto del mundo. Sobre todo si iba a recibir visitas o cuando tenía que salir al hospital. Nunca perdió el interés por resultar agradable a los demás, tanto en lo físico como en el trato.
Dentro de la tristeza que causó su desaparición el pasado 19 de octubre, la familia está en paz porque saben que hicieron lo posible para que sus últimos días los pasara lo mejor posible. Además, se cumplió su deseo: morir en la casa, no en una residencia o en el hospital. Fue una muerte dulce. Durante los últimos días el sueño iba ganando terreno, a veces costaba despertarla hasta que finalmente resultó imposible. Se marchó sin dolor y en paz. Un poco antes la había visitado el médico y entonces certificó que esta mujer centenaria se estaba apagando lentamente.
Para demostrar el buen estado en el que se encontró hasta prácticamente el final, su nieta dice que ella misma tomaba los batidos con los que se alimentaba, sin ni siquiera mancharse. También ayudaba en lo posible cuando tenían que asearla, seguramente con la intención de causar las menores molestias posibles. Cada vez que anualmente cumplía años se llevaba a cabo algún tipo de homenaje. Sus regalos preferidos eran las cremas y hasta el último momento sabía distinguir cuál era para la mañana, cuál para la noche, cuál para la cara, las manos o para el resto del cuerpo. Y si alguien se equivocaba, rápidamente aclaraba el error. De una manera suave pero firme. A lo largo de su vida tuvo dos hijos, cinco nietos y nueve bisnietos. En el último cumpleaños les dijo medio en broma y medio en serio que aquel iba a ser el último. Y la prueba es que cada vez venían más familiares a la fiesta para disfrutarla con ella.
Toda su vida se dedicó a las tareas del hogar y a cuidar de la familia, mientras que su marido fue ganadero. Vivieron en La Laja hasta que él se puso malo y entonces los trajeron a los dos para la casa de San Sebastián. Rosy indica que pese a lo que se dice de la leche, lo cierto es que junto con el queso tierno era el alimento preferido de su abuela, “así que no debe ser una comida tan mala”, apostilla.
Sus familiares creen que el secreto de su longevidad puede muy bien residir en la alimentación sana, su buen carácter y en lo bien que la cuidaron hasta el final. “Fue una mujer a la que jamás se le escuchó una mala palabra. Por eso tuvo una muerte feliz; por lo buena que siempre ha sido”. Su familia se desvivió hasta el último momento para que fuera así. “La verdad es que la echamos de menos. Todavía me extraña pasar delante de su cuarto y no verla en la cama. Pero lo cierto es que también estamos contentos porque sabemos que murió feliz, como un angelito”. El cura y las monjas solían visitarla de vez en cuando y por eso la misa de despedida fue especialmente emotiva.