Hace algunas fechas el Cabildo de La Gomera y el Servicio Canario de Salud (SCS) organizaron un acto en reconocimiento de la labor desarrollada por medio centenar de profesionales de la sanidad hoy por hoy jubilados. Todos ellos prestaron sus servicios durante la época más dura, en la que escaseaban medios pero sobraba dedicación y entrega a los enfermos. El homenaje abarcó a personas de diferentes categorías, desde médicos y enfermeros hasta personal de cocina, limpieza o lavandería del antiguo Hospital. Como no podía ser menos también se reconoció la labor a título póstumo de los profesionales que en su día ayudaron a que La Gomera cuente hoy con una sanidad más avanzada. Fue la ocasión para recordar la dureza de aquellos tiempos y los avances que se han llevado a cabo durante los últimos años en este servicio básico, en los que tuvieron un papel predominante los homenajeados.
El presidente del Cabildo de La Gomera, Casimiro Curbelo Curbelo, fue uno de los participantes en el acto y recalca que en aquellos tiempos los vecinos veían a los profesionales como una especie de “salvadores” y éstos a su vez les respondían con una “familiaridad y cercanía” que hacía mucho más agradable la estancia en el hospital. Recuerda que la dedicación del personal sanitario era total y abarcaba las 24 horas del día. “Siempre estaban dispuestos a echar una mano cuando surgiera cualquier incidente o emergencia, aunque estuvieran ya en su casa descansando”. Durante un considerable período de tiempo estos profesionales dependieron del Cabildo y por ello cree que desde esta Institución insular se debe ratificar la gratitud por haber sido “piezas claves y fundamentales”, en conseguir una sanidad mejor para los gomeros.
Entre las personas a las que se reconoció su labor estuvo, por ejemplo, Berta Rivero Quintana, Sor Berta quien pertenece a la orden de las hijas de la caridad de San Vicente de Paula. Es natural de Las Palmas de Gran Canaria y tras formarse como enfermera fue destinada a La Gomera donde permaneció nada menos que 19 años. En este tiempo trabajó en el antiguo Hospital Insular y en la Residencia de Ancianos. Los recuerdos que guarda de aquella época es contar con muy pocos medios pero muchísimo compañerismo, lo que sin duda ayudó a salvar un elevado número de vidas y a curar a los pacientes.
En aquel entonces se utilizaba para salvar a los enfermos más graves el helicóptero de la guardia civil y el ferry que tuvo que partir en más de una ocasión a medianoche exclusivamente para salvar alguna vida. Ocurría así cuando había mal tiempo y era imposible viajar en el helicóptero. Sor Berta recuerda que una vez a través de este último medio de transporte tuvieron que llevar juntos a un turista que había sufrido un infarto y a una persona que ingirió foferno. A mitad de camino el que había tomado veneno empezó a sentirse cada vez peor hasta el punto de que al día siguiente volvió a la Isla pero ya sin vida. Sor Berta aún rememora con tristeza lo ocurrido.
De aquella época le viene a la mente tanto las cosas positivas como las negativas, las agradables como las desagradables. Dice que en más de una ocasión vio cómo las mujeres tenían que dar a luz en taxis o en los coches que las llevaban desde algún punto remoto de la Isla al hospital. Pero sobre todo tiene palabras muy especiales para el equipo con el que trabajó al que califica de “personas muy eficientes”. La falta de medios la compensaba con este compañerismo, “porque éramos una piña. Ahora está todo más diferenciado en áreas y especialidades pero en aquel entonces nuestra principal ayuda era la alegría y la ilusión. Lo que uno no sabía lo explicaba el otro”, indica.
Sor Berta señala que el homenaje realizado recientemente supuso la ocasión “de oro” para encontrarse todos, recordar anécdotas, demostrar el cariño que siempre se tuvieron y revivir aquellos tiempos heroicos. “Para mi fue una alegría inmensa porque éramos una familia. Ese tipo de actos se deberían llevar a cabo en todas las Islas porque fue una gozada, la oportunidad para reencontrarnos gente con la que convivimos durante muchos años”. No pudo evitar sentir tristeza al ver como el antiguo hospital tiene que ser demolido porque allí pasó muchos años de su vida. Pero esta pena se compensa al saber que sobre sus cimientos se levantará uno de los mejores centros de la tercera edad en el ámbito nacional.
Su dedicación a la sanidad la justifica como una vocación porque según dice “todos estamos llamados a hacer algo especial. Unos a casarse, otros a seguir solteros… y en mi caso fue consagrar la vida a los demás, al trabajo social, a los enfermos y a quienes lo estaban pasando peor”. La religiosa rechaza la idea de que no se le debe coger cariño a los pacientes porque de los contrario cuando muere, el cuidador va a estar continuamente sufriendo. Ella por el contrario indica que aunque el enfermo fallezca, “siempre seguirá vivo en nuestro interior. Debemos empatizar con el paciente, sentirnos parte de él”. Otra cosa, según indica, es llevar a casa este dolor pero sí tiene claro es que es obligatorio, “sentirse cerca del enfermo, estar con él y que él lo sienta así”.
Sor Berta recuerda que cuando estudió enfermería ésta era una carrera muy fácil, frente a la complejidad que ha adquirido ahora. “Hoy la gente está mucho más preparada”, apunta. En la actualidad reside en Lanzarote, después de haberse jubilado de estas labores sanitarias.
El doctor Ángel Noguerales de La Obra es otro de los pioneros de la sanidad en la Isla de La Gomera. Por esta razón participó en el reciente acto que califica de “muy emotivo”, en cuanto se pudo encontrar con personas a las que hacía cuatro décadas que no veía y con las que en su momento sostuvo una estrecha amistad. La verdad es que todas ellas eran mujeres que nada más verlo lo reconocieron y se pusieron a llorar, “lo que sin duda me llegó al alma”, dice.
En realidad su estancia en La Gomera se extendió por apenas nueve meses. En aquel momento el Hospital precisaba de un cirujano, un ginecólogo y un anestesista, labor esta última en la que se había especializado. El entonces presidente del Cabildo se dirigió a la institución insular de Tenerife que era la que gestionaba el Hospital Universitario de Canarias (HUC) para ver si podían enviar a algún profesional de este área. “Resulta que como yo era el único soltero, al final acepté el ofrecimiento. Entonces me dijeron que iba a estar poco tiempo y que tenía todos los gastos pagados”. Su sorpresa fue que cuando llegó al muelle se lo encontró repleto de vecinos que querían comprobar si efectivamente les habían enviado un médico porque de lo contrario estaban decididos a manifestarse. Y es que se daba la coincidencia de que en breve el entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez iba a ofrecer en la Isla el primer mitin de la democracia. Y esa era la ocasión que los gomeros querían aprovechar para plantear sus reivindicaciones en materia sanitaria.
La sorpresa de Noguerales es que en contra de lo que le habían asegurado al día siguiente no le dejaban irse de la Isla e incluso le amenazaban con rescindirle el contrato que tenía en Tenerife. El tiempo lo aprovechó en arreglar la máquina de anestesia que llevaba años sin funcionar y estaba llena de cucarachas y arañas, “pero como yo soy un manitas la desarmé y limpié”. Entonces el problema era que no había anestesia y tenía que ir a Tenerife a comprarla, lo que sólo podía hacer un profesional. Desde el Cabildo le pusieron como condición que debía estar acompañado en todo momento por el chófer de la ambulancia para que no aprovechara la ocasión para irse de La Gomera definitivamente.
Recuerda que al final se quedó a vivir en una habitación del propio hospital y que una señora llamada Esperanza se encargaba de hacerle la comida. Precisamente, el otro día la volvió a ver y ninguno de los dos pudo disimular la emoción. El hecho de que residiera en el propio Hospital y que La Gomera en aquellos tiempos no ofrecía demasiadas distracciones dio lugar a que se dedicara en cuerpo y alma durante las veinticuatro horas del día a atender pacientes. Y todo ello sin cobrar dinero alguno durante los primeros cinco meses.
Finalmente, convenció a los responsables sanitarios de que debía volver a Tenerife donde también atendía a consultas privadas. Su sustituta fue Concepción Miller.
Recuerda este doctor que durante los nueves meses en los que permaneció en La Gomera llegaron a operar hasta a cabras. Y lo más importante aún, no había lista de espera porque su dedicación era plena. En aquellos tiempos sólo se tuvo que trasladar a dos personas fuera de la Isla, mientras que antes de su llegada lo tenían que hacer todas las semanas. También rememora que durante un tiempo fue médico en Vallehermoso y que en aquellos momentos aunque la carretera desde San Sebastián era la única que contaba con asfaltado, lo cierto es que éste apenas cubría medio kilómetro.
Durante el tiempo que estuvo en el Hospital sólo había tres camas que estaban ocupadas por ancianos con enfermedades crónicas y que carecían de familias porque en aquel entonces no había centros de la tercera edad. El cariño de la gente fue tal que en aquellas navidades del año 1976-77 llegaron a llenar dos contenedores con todos los regalos que le hacían los pacientes y que básicamente consistían en conejos, cabritos o gallinas. “Hay que tener en cuenta que como nosotros vivíamos allí cuando llegaba alguien con una apendicitis le hacíamos las pruebas sobre la marcha y poco después ya estaba en el quirófano. Eso es algo impensable hoy en día”.
Precisamente, en La Gomera conoció a Suárez con el que sostuvo una gran amistad. Tal vez por ello el expresidente del Gobierno canario, Fernando Fernández, del mismo partido lo designó como director general de Servicios Sociales, en el que se englobaba la atención a la mujer maltratada, tercera edad o niños con medidas judiciales. Después de que Fernández perdiera una cuestión de confianza y fuera sustituido por Lorenzo Olarte, decidió dejar la vida política.
Reportaje remitido por el Cabildo de La Gomera