Por Salvador García.- El insularismo ha vuelto. Muchos dirán que, en realidad, nunca se fue del todo; pero ahora reaparece con fuerza para desvertebrar la sociedad canaria, para fragmentarla, para mermar la Canarias posible, aquella que inspiraba el nacimiento de la Comunidad Autónoma, para arrinconar el latir de un solo pueblo que son siete sobre el mismo mar.
El insularismo ha vuelto para que todo se resuelva en claves de el territorio primero. Ya no es la rivalidad, ya no es el pleito interinsular, ya no son las diferencias… Parecía la primera relegada a competiciones deportivas o murgueras, pero, hasta eso, ha recobrado pujanza en los discursos políticos y en los egoismos más o menos revelados, más o menos disimulados… En cualquier sector social. Demasiados resabios, muchos recelos para pensar y tolerar, qué más, hasta para tender puentes y transar.
Creíamos algunos, ilusos, que la autonomía y la madurez democrática propiciarían otro pueblo, mejor dicho, otro enfoque, otra mentalidad. Qué va. Hay un retroceso evidente: el ensimismamiento, la endogamia, la isla por encima de todo. Y dentro de la isla, también mitad contra mitad, el centralismo capitalino versus comarcas, el acaparamiento de las áreas metropolitanas o de la conurbación. Los monstruos, absorbe que te absorbe, autofortaleciéndose, somos los mejores y por qué todo se lo llevan para allá.
La canariedad es, en realidad, insularismo. Pensar, hacer, actuar en claves de comunidad integrada, globalizada, es poco menos que imposible. La solidaridad queda para las emergencias, para las catástrofes. Para lo cotidiano o lo doméstico, priman los agravios, las comparaciones y los rechazos sin argumentación, solo por ser de allí, de enfrente, de la otra orilla. Hasta la bonanza económica juega en contra.
Hay poco que ayude a igualar, a gestar sentimientos que luego se compartan. Algo late en el interior de cada canario para no identificarse como tal. Y miren que ha habido ganchos, hasta medios de comunicación o de transporte que sirvieron para acercar con alcances y coberturas que hacían estar más cerca unos de otros. Y fórmulas como las de la hora menos repetidas (necesariamente) hasta la saciedad en el momento de recordar en qué momento del día nos encontramos.
Canarias es un espejo de desconfianza, de no me gusta porque es de tal terriorio. Los poderes económicos pugnan entre sí pero les da igual si, al final, lo suyo, los intereses de ellos, están a buen recaudo. Venga, que se pelee el pueblo, que se entretenga con colores, carreteras, asignaciones menores y calificaciones varias mientras la producción y los negocios sigan estando en las mismas manos, en las de unas pocas manos. Ya habrá tiempo y modos de manipulación.
El insularismo prima aquí, allá y en todos lados. Y ya no quedan, o no hay, líderes sociales capaces de ofrecer y mantener un discurso creíble. Hay que repensar Canarias o eso es lo que sugiere la realidad de fechas como la que venimos padeciendo. “Peor que el centralismo de Madrid, es el centralismo de (tal isla)”, se llegó a escuchar en el congreso de una organización política. Con tal de agradar, o de ver quién decía las cosas más gruesas, en defensa de la sacrosanta causa insular, valía cualquier cosa.
Mientras tanto, mucho talento desaprovechado, muchas risas en foros y cenáculos divirtiéndose con la eterna división de los canarios, muchos debates estériles, muchas energías malgastadas… Más limpiadito. El insularismo, en fin, condicionándolo todo. No tenemos remedio. En serio, repensar Canarias.