Este 8 de marzo, como cada año, se conmemora el Día Internacional de la Mujer, declarado como tal en 1975 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en memoria de aquellas mujeres que lucharon por los derechos de todas.
Sin embargo, me pregunto cómo es posible que llevemos ya más de cuarenta años reivindicando algo tan sumamente justo y éticamente necesario como la igualdad entre hombres y mujeres, y aún no hayamos sido capaces de superar los obstáculos que hacen del 8 de marzo una fecha aún señalada en el calendario.
Me pregunto si no hemos avanzado todo lo que debiéramos en esta materia, o si la sombra de una sociedad eminentemente patriarcal y machista es tan larga y profunda que no nos deja todavía alcanzar la luz.
¿Saben? Me temo que, un año más, asistiremos a una jornada cargada de discursos, de gestos y acciones simbólicas que ocuparán las portadas y abrirán los informativos del día después, y que luego todo habrá pasado a un segundo plano.
Creo que como sociedad del siglo XXI ya nos toca dar un paso que vaya más allá de la mera oratoria.
Como representante público en el Senado y siendo, además, portavoz de Igualdad por parte del Grupo Parlamentario Nacionalista, he puesto sobre la mesa temas como la igualdad salarial entre hombres y mujeres; la erradicación de la publicidad y de programas sexistas de los medios de comunicación; la inclusión de contenidos de igualdad en los curriculum educativos; un nuevo enfoque del concepto “violencia de género” en la Ley General de la Comunicación Audiovisual, entendiéndola como cualquier tipo de conducta que vaya encaminada a perpetuar la dominación del hombre sobre la mujer; o el impulso de campañas de sensibilización sobre la necesidad de alcanzar la igualdad en todos los ámbitos y en todas las edades.
Sé que muchas personas, al leer este artículo, opinarán que hay aspectos mucho más importantes de los que preocuparse como responsable público. Y yo les digo que particularmente sí, si reflexionamos desde lo local, pero globalmente no, si lo hacemos como ciudadanos de un mundo que está, cada vez más, patas arriba. Porque alcanzar la igualdad real beneficiará a las mujeres y a los hombres de este país, también a los de nuestra tierra. Y repercutirá en todas las esferas de nuestra vida diaria.
La IGUALDAD, así en mayúsculas, no es sólo justicia: es un mandato insertado en el Derecho Internacional y en nuestra Constitución, es construir un nuevo marco de desarrollo social, político y económico; es una nueva óptica para enfrentarnos al futuro y es, en definitiva, calidad de vida.
Por eso, apelo, en primer lugar, a la unidad, al consenso y al diálogo, y a la no politización de esta lucha trascendental.
Apelo también a la generosidad y a la justicia para construir un planeta, una Canarias y una isla de El Hierro capaz de afrontar los retos que nos aguardan en armonía y en posiciones igualitarias; uno al lado del otro en la línea de partida, porque tanto ellas como ellos serán imprescindibles para alcanzar la meta.
Mi recuerdo y mi aplauso sincero a tantas mujeres valientes que a lo largo de la historia han luchado para vencer las barreras que las han distanciado de sus legítimos derechos, como aquellas 120 valientes de la fábrica textil Cotton Textil Factory, en Nueva York, que perdieron la vida en un fatal incendio mientras reivindicaban un salario justo y el cese de la explotación laboral.
Gracias a las que secundarán la huelga este 8 de marzo por mantener viva la llama de la reivindicación.
Porque, efectivamente, hace falta mucho más que palabras para derribar el muro de la desigualdad, para saltar las barreras de la injusticia; para combatir la discriminación.
Actuemos y hagámoslo, entre todos, de una vez y por todas.
Pablo Rodríguez Cejas
Senador por la isla de El Hierro