El enorme esfuerzo que requieren sus obras, su dedicación plena, la vocación que las mueve y su respeto a la tradición, sin dar la espalda al futuro, bien merecen que se reconozca y premie la labor de quienes son mucho más que unas alfareras. El reconocimiento que van a tener el miércoles, 30 de mayo, es tan justo como merecido. La milenaria alfarería de La Gomera cuenta desde siempre con el respeto y la admiración de los canarios de las siete islas y de quienes han descubierto en sus piezas de arte una muestra singular de la huella que dejaron los habitantes prehispánicos de La Gomera.
No ha sido sencillo llegar hasta nuestro tiempo sin que por el camino perdiéramos el rastro a una manifestación artística de esta naturaleza y relevancia. No ha sido fácil impedir que un oficio milenario acabara devorado por la modernidad mal entendida. Sin embargo, el inmenso respeto que las mujeres y hombres de La Gomera tienen por su historia lo ha hecho posible. Gracias a generaciones de gomeros algo que tanto nos identifica y representa ha llegado hasta nuestros días en toda su plenitud.
Gracias al trabajo y a las enseñanzas que han ido pasando de abuelas a madres y de madres a hijas, hoy el barro de las loceras sigue en manos cargadas de sabiduría, manos que se han encargado de que las figuras sigan manteniendo su esencia más pura. Como ha ocurrido con el silbo, ha sido el pueblo el guardián del tesoro.
Llegar hasta aquí es el fruto de una labor diaria y constante. Ha hecho falta el compromiso y la dedicación de quienes con motivo del Día de Canarias recibirán la Medalla de Oro de nuestra región. Y, en lo que ha constituido un grano de arena tan humilde como necesario, también ha sido necesario que las instituciones de la Isla crean, sientan y defiendan la labor de quienes con su trabajo hacen realidad y elaboran estas piezas.
Siendo imprescindible poner en valor este legado, no es menos importante destacar el impulso económico de la alfarería, un empuje que sin duda se verá ahora reforzado con este reconocimiento institucional por parte del Gobierno de Canarias. No está de más recordar que muchas familias, a las que sus abuelas y madres transmitieron un conocimiento milenario, tienen en esta actividad una expresión artística pero también una oportunidad económica. A la belleza de las figuras hay que añadir el factor económico de una actividad artística y artesanal que atrae, justificadamente, el interés quienes visitan nuestra Isla. Hablamos de riqueza cultural, de tradición y de las raíces de un pueblo, pero también de futuro.
Hay oficios que ayudan a entender mejor la historia de los pueblos. Éste es el caso. Es el ejemplo que nos brindan quienes recorrían a pie kilómetros con las piezas que elaboraban para cambiarlas por otros productos básicos, con los que poder alimentar a sus familias. Mujeres que salían al amanecer cargando sobre sus espaldas todas las piezas que sus fuerzas les permitían, regresando muchas horas después con aceite, azúcar, millo, pescado o cualquier alimento que cubriera las demandas más elementales de los suyos.
Mujeres que a veces caían rendidas por el esfuerzo. Mujeres que se ponían las alpargatas solo al llegar al pueblo para evitar que se les desgastaran. Mujeres, nacidas en El Cercado, que no han temido ni temen al futuro porque hay técnicas que sobreviven a la revolución de los tiempos.
Mujeres cuya perseverancia y coraje ayudan a entender la historia de su gente, de La Gomera, de mujeres y hombres que aprendieron a convivir con una geografía exigente y con las dificultades añadidas de crecer en una isla no capitalina, insuficientemente atendida por las instituciones regionales y nacionales.
La medalla que este miércoles recibirán las protagonistas del milagro que ellas y su trabajo representan no será ni el primer ni el último reconocimiento, pero sin duda ayudará a incrementar el conocimiento y la admiración que despiertan. Y, sobre todo, es un homenaje a las manos que generación tras generación han hecho posible que ese trozo de historia no desapareciera en el tiempo. Es un premio a ese legado con el que los gomeros nos sentimos representados.