Desde hace ya dieciséis años, el Cabildo de La Gomera viene organizando los campamentos veraniegos de El Cedro por los que han pasado prácticamente la totalidad de los jóvenes de la Isla. Todos ellos, han podido disfrutar de una experiencia que ha marcado su vida en varios aspectos. En principio, porque suele ser la primera vez que salen de sus casas durante tanto tiempo, y segundo, porque a lo largo de cinco días tienen un contacto directo con la privilegiada naturaleza de La Gomera.
El presidente del Cabildo, Casimiro Curbelo, asegura que esta actividad ha sabido consolidarse con el paso de los años y ser una fecha señalada en el calendario de los jóvenes durante la época estival, convirtiéndose en un espacio para el ocio y la formación, principalmente, sobre la conservación y conocimiento de los valores naturales.
Con el paso de cada edición lo que no ha cambiado es el espíritu de inculcar entre los más jóvenes el amor a sus paisajes y aprender a convivir con los chicos de todos los rincones de la Isla. En este tiempo se han creado amistades que seguramente durarán toda la vida y vivido experiencias que siempre serán recordadas como irrepetibles.
Hace un lustro, esta actividad se abrió a los mayores de entre 18 a los 35 años con resultados igual de positivos. Durante todo este tiempo, se han inscrito en el campamento de El Cedro miles de chicos y chicas, a razón de 300 por edición. Lógicamente, no es una iniciativa única en el ámbito de Canarias, aunque sí se ha convertido en la más estable y de mayor continuidad. Y es que desde que se puso en marcha no ha fallado ni una sola edición y además, con el tiempo se han ido incorporando nuevas actividades.
Patricia Bethencourt es una joven de 24 años que participó en el campamento en siete ocasiones desde que tenía once. Los recuerdos que tiene de aquella época no pueden ser más agradables. La primera vez era muy vergonzosa y “la verdad es que me dio un poco de respeto ver a niños de tantos sitios diferentes pero luego todo fue maravilloso hasta el punto de que todos los años cuando acababa me iba llorando a casa”. De los campamentos en los que participó, del que tiene mejores recuerdos es del segundo porque ya había ganado en seguridad y conocía a más personas del año anterior. Si a ello se suma que los monitores eran los mismos, el resultado fue que se sintió “como si estuviera en casa”.
Le gustaban todas las actividades que se organizaban; nada le aburría, ni suponía esfuerzo alguno involucrarse y disfrutar con la programación que le ofrecían. Pero por lo que sentía más predisposición siempre fue por los juegos de orientación que consisten en buscar algún objeto que haya sido previamente escondido. Para ello a los chicos se les entrega un mapa, una brújula y una serie de pistas. En su época las excursiones tenían como destino las piscinas de Vallehermoso mientras que ahora se hacen a Valle Gran Rey. Pero se siguen organizando caminatas por el Parque Nacional, y en el Aula de la Naturaleza, los chicos reciben explicaciones sobre distintas cuestiones relacionadas con el medio ambiente.
En este tiempo hizo múltiples amistades, algunas de las cuales aún perduran. “Siempre he pensado que la idea es muy buena sobretodo para que los niños de la Isla se relacionen y socialicen con otros de su misma edad y con los monitores. Te ayuda a ser más autónomo y a no depender tanto de tus padres”. A todo ello se une que adquieren un valioso conocimiento sobre diversas cuestiones como el respeto a la naturaleza y a los compañeros.
Bethencourt dice que no participa en el campamento de mayores porque ahora reside fuera de la Isla. De lo contrario se lo pensaría. A su hermana que se apuntó este año por primera vez le dio varios consejos. Sobretodo insistió en que dejara de lado las dudas que inevitablemente siempre surgen en esos momentos. “Le dije que lo único que tiene que hacer es pasárselo bién”. El aviso dio resultado porque le encantó la experiencia y ya les ha dicho a sus padres que quiere repetir.
Antonio J. Darias con apenas 25 años es el coordinador del campamento infantil y trabaja también como monitor en el de mayores. Pero además cuenta con la ventaja de que en su momento fue un entusiasta participante de esta experiencia desde que tenía 16 años. Ha repetido tantas veces que ya perdió la cuenta.
Apunta que el campamento supone una experiencia impagable para que los jóvenes se diviertan y de camino aprendan sobre el rico patrimonio natural del Garajonay. De forma paralela, es un punto de encuentro y conocimiento entre ellos. “Tengo la suerte de hacer un trabajo bonito y de poder disfrutar viendo como se estrechan lazos de convivencia. Me parece que esta es una oferta de ocio única en Canarias”. Entre las actividades que se organizan están rutas guiadas teatralizadas, de orientación, senderismo y charlas sobre la naturaleza y la etnografía. “El objetivo final es que aprendan divirtiéndose”, apunta.
Hay algunas diferencias entre trabajar con los más jóvenes y con mayores. Por ejemplo, los primeros son exclusivamente de la Isla, mientras que los segundos llegan también desde otros puntos de Canarias e incluso de la Península, atraídos por la fama que ha ido adquiriendo el campamento. Con los adultos no se incide tanto en ofrecerles un aprendizaje porque se da por hecho que cuentan con la suficiente formación. Lo que se intenta es que disfruten de una semana dedicada al ocio y a conocer La Gomera.
Lógicamente los adultos son también más autónomos mientras que los menores requieren una mayor atención y cuidado, aunque este monitor indica que la tarea con los chicos siempre resulta más gratificante. “Nos hemos encontrado con que cuando vamos a San Sebastián algunos de los que han pasado por aquí nos regalan chucherías, nos reciben con globos o te dan collages de fotografías que ellos mismos han hecho. Para los chicos supone una experiencia brutal que los marca de por vida”.
En lo que sí coinciden los grupos de mayores y menores es en hacerlos responsables de las tareas diarias. El monitor, de todas formas, admite que su papel es sencillo porque los más jóvenes los ven como amigos cercanos que no les obligan a hacer exámenes ni a cumplir con más reglas de las estrictamente necesarias. “Tampoco todo es de color de rosa, siempre tienes que dar un toque de atención. Pero los castigos no pasan de hacerlos reflexionar o de que hagan algo con lo que compensar el posible daño que hayan causado.
Son muy contados los casos de expulsiones por incumplir las normas que aparecen claramente fijadas en la página web del Cabildo. Los nuevos tiempos han traído consigo conflictos añadidos como por ejemplo los que trae aparejado el uso de los móviles o de los dispositivos electrónicos. Para ello se fijan unos horarios para jugar y para que se puedan comunicar con sus padres. El año pasado el problema llegó al punto de que hubo un día en el que tuvieron que prohibir las llamadas. “Y al final lo agradecieron porque nos dijeron que así pudieron hablar más entre ellos”.
En su trabajo se mezcla la labor de profesor, con la de psicólogo. Las primeras noches suelen ser las más complicadas y en alguna que otra ocasión algún chico ha optado por abandonar el campamento. Entonces se habla con los padres y éstos al final tienen la última palabra. Normalmente intentan integrar a los más tímidos a base de darles más responsabilidades. El haber participado desde pequeño en esta experiencia le ayuda mucho y no le cuesta demasiado ponerse en el papel de los menores. “Todavía me acuerdo de lo mal que lo pasé la primera noche y por eso cuando veo que a algunos les ocurre lo mismo enseguida me identifico con ellos”.