Tal día como hoy de hace 160 años una joven caminaba desde Toledo hasta Guadamur, junto a su madre y su padrastro, cuando vio algo brillante en el suelo: así se descubrió el tesoro visigodo de Guarrazar, un maravilloso conjunto de coronas de oro y piedras preciosas del que parte se conserva entre Madrid y París.
Tras una fuerte tormenta.
El día anterior a aquel miércoles 25 de agosto de 1858 cayó una fuerte tormenta en la zona -60 litros en una hora- y el agua dejó al descubierto las losas de dos tumbas visigodas. En un hueco de una losa vio Escolástica el tesoro.
La joven, de 21 años, quería ser maestra -llegó a serlo en Gerindote (Toledo)- y después de haber hecho una prueba preparatoria en Toledo regresaba a Guadamur -un paseo de algo más de dos horas a pie- cuando se detuvo en el paraje de Guarrazar, al pie del cercado de lo que mil años antes había sido un cementerio visigodo.
Estando agachada vio lo que parecía un anillo, pero al cogerlo se dio cuenta de que estaba sujeto a unas cadenas de oro.
Francisco Morales, su padrastro, y María Pérez, su madre, acompañaban a Escolástica en el camino, y Francisco sí pudo levantar la losa y coger un puñado de esas joyas.
Se marcharon con ellas y volvieron más tarde, ya de noche, con un farol, para extraer el resto del tesoro de la tumba.
Lo que cogieron fue un conjunto de coronas votivas de oro, piedras preciosas, perlas, cruces, cálices y otros objetos (siglo VII) ocultos en una arqueta de 70 por 70 centímetros y algo más de un metro de profundidad.
El tesoro estaba en un terreno que llevaba diez años abandonado, por lo que un vecino hortelano, Domingo de la Cruz, se sorprendió al ver luz de noche y movimientos en la parcela y cuando la familia se marchó, se acercó para curiosear.
De esta forma encontró una segunda losa con un tesoro muy similar.
Esta aventura la ha narrado a Efe, cómo si la hubiera vivido en persona, Pedro Antonio Alonso, responsable del centro de interpretación del tesoro de Guarrazar y autor del libro El tesoro escondido, que está basado en aquellos hechos históricos.
La mayor parte del tesoro hallado por Domingo lo fue vendiendo, desmembrando piezas, a joyeros toledanos, que fundieron el oro para tallar otras nuevas.
«Me voy a casar con las yoyas del tesoro».
De hecho, Alonso ha conocido a personas que han heredado de madres y abuelas joyas hechas con el oro del tesoro de Guarrazar: «Me voy a casar con las joyas del tesoro, son de mi abuela; tengo unos pendientes y un anillo que voy a llevar el día de mi boda», recuerda Pedro Antonio que le comentó una joven hace un par de años.
La parte del tesoro que encontraron Francisco, María y Escolástica (nueve coronas) es la que se conserva, aunque su trayectoria también es novelesca: a comienzos de 1859 un joyero vendió el lote al Gobierno de Francia que todavía conserva tres coronas en el Museo de Cluny.
Casi un siglo más tarde, en 1941, regresaron a España seis coronas, que se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional, entre ellas la corona votiva del rey Recesvinto.
El centro de interpretación de Guarrazar, en Guadamur, tiene réplicas de estas piezas.
Otro apunte histórico que también tiene mucho de aventura guarda relación con la alcaldesa de Guadamur desde hace 19 años, Sagrario Gutiérrez, que el 8 de octubre de 2014 encontró un zafiro que formaba parte del tesoro junto a un manantial.
Todo tiene conexión, porque ya en su día Francisco declaró que al sacar los colgantes y piedras lo lavaron todo en una fuente próxima antes de llevárselo a casa: la fuente en la que la alcaldesa encontró el zafiro.
Las investigaciones arqueológicas de Guarrazar, que dirige el arqueólogo Juan Manuel Rojas, apuntan a que el tesoro perteneció a una rica e influyente basílica vinculada a los reyes visigodos Suintila y Recesvinto, un santuario «de primerísimo orden», ha señalado Rojas a Efe.