Existe una discusión sobre Canarias en el sentido de que su modelo de desarrollo no termina de erradicar la pobreza o la exclusión social, debido a un deficiente reparto de la riqueza que genera su principal actividad económica que es el turismo. En ese terreno, se han escrito ríos de tinta sobre la necesidad de diversificar la economía y cambiar el modelo productivo, objetivos bien fáciles de decir y bien difíciles de hacer.
Pero hay en paralelo un debate menos perceptible sobre la existencia de una Canarias de dos velocidades. Una sería la que se encuentra en las cuatro islas turísticas: Tenerife, Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria, y otra muy distinta la que representan las islas occidentales de esta provincia: La Palma, La Gomera y El Hierro. Encontrar la razón de esa brecha de riqueza es bien fácil: el desarrollo del turismo. Aquellas islas y municipios en donde esa actividad económica ha sufrido un auge importante —Adeje, Arona, San Bartolomé de Tirajana, Yaiza…— han registrado un crecimiento poblacional y económico que ha tirado de las rentas de las islas, ha impactado en la creación de infraestructuras viarias, vivienda o servicios públicos.
Es un hecho poco discutible que el turismo es el que crea riqueza, trabajo y desarrollo. Otra cosa es que ese fenómeno tenga sus aristas. La población de los municipios turísticos se ha disparado y la creación de empleo en todos los sectores que moviliza la industria turística ha sido explosiva. En las últimas décadas, islas como Fuerteventura y Lanzarote han multiplicado exponencialmente sus habitantes y han importado una enorme cantidad de mano de obra foránea.
Es el mismo fenómeno que ha ocurrido en la zona sur de las grandes islas.En Fuerteventura, por ejemplo, hay cincuenta mil residentes que no tienen derecho a voto en las elecciones autonómicas: o sea, que son de fuera. Un número algo menor en Lanzarote. Pero si miramos a las tres islas occidentales —La Palma, La Gomera y El Hierro— en los últimos cuarenta años la población ha crecido en apenas diez mil habitantes. ¿Qué es lo que ha pasado? Pues que no tienen turismo.
Frente al discurso de algunos de que ha existido “solidaridad territorial” y que las islas menores han tenido un desproporcionado peso político con su sobre representación en el Parlamento regional, la realidad se impone. No ha sido así. La “foto finish” del desarrollo social y económico de Canarias nos muestra hoy un Archipiélago muy distinto en función de donde ha existido éxito turístico y donde no.
Fuga de jóvenes talentos
Para las tres islas no capitalinas de la Canarias occidental, con un acelerado envejecimiento de la población, la fuga de jóvenes talentos y con una escasa masa crítica para atraer inversiones, su destino parece ser el de “islas geriátricos” o parques temáticos rurales para el turismo interior del fin de semana. Una imagen bucólica que en realidad encubre el despoblamiento y el atraso en el desarrollo.
La condición de insularidad hace que la prestación de los servicios sea más difícil y costosa. Vivir fuera de donde están los grandes hospitales, las sedes de las grandes empresas y los servicios, supone un handicap importante que se paga de mil maneras. Ninguna agradable. Eso que llaman el coste de la doble insularidad es un peso real sobre el bolsillo de algunos canarios.
Los mercados de las tres islas menos habitadas y menos desarrolladas plantean un problema de ausencia de masa crítica que produce que las empresas no encuentren rentable radicarse en estas islas, donde apenas hay estocaje y el costo de los productos sufre un sobreprecio muy importante. Esto tiene una traslación: cuando nuestros jóvenes acaban su formación profesional o universitaria —fuera de nuestras islas— deben elegir forzosamente radicarse allí donde pueden encontrar un futuro profesional. Estamos drenando lenta e irreversiblemente el talento de nuestra tierra con un forzosos exilio laboral que nos priva de tener el verdadero capital humano necesario para que nuestras islas reactiven sus economías.
Descentralizar servicios
Para transformar esa realidad es necesario descentralizar servicios e infraestructras, que es muy caro y exige una voluntad política solidaria. Y además es necesario producir un lento pero irreversible crecimiento de la actividad económica de éxito en Canarias: el turismo. Sin cometer los errores de otros, porque no estamos por la masificación y el impacto medioambiental, pero con el horizonte claro de que en este archipiélago no hay riqueza que no pase por la venta se servicios turísticos.
Pero esa no es la tendencia, sino la contraria. La pelea consuetudinaria por la importancia entre las dos grandes islas propende a concentrarlo todo en el oligopolio institucional que ejercen las dos cocapitales de Canarias. O las islas más pequeñas y pobres se suben al carro del turismo de masas o su destino será languidecer. El pez grande siempre acaba comiéndose al chico. La batalla de La Gomera por las comunicaciones y la conectividad es el primer paso para invertir esa tendencia. ASG ha luchado incansablemente por tejer una estrategia que nos transforme en una Isla bien conectada como paso previo e indispensable en la búsqueda de un destino mejor para nuestros ciudadanos.
Las campañas de promoción de nuestra isla van en esa dirección. Y avanzamos en la consolidación de una marca propia. La última que presenta La Gomera como destino de turismo de naturaleza ha generado más de 800 mil reproducciones del contenido audiovisual publicado en las redes sociales. Este anuncio coincide con la ocupación de agosto, que alcanzó unas previsiones del 90%. El aumento de la actividad turística ha provocado un efecto “tirón” en todos los sectores productivos y facilitará la creación de empleo, principalmente, en la hostelería y la restauración, donde se ha aumentado un 9,8% la contratación en el último año. Vamos por el buen camino.
Queremos una isla verde, ecológica y respetuosa con el medio natural, que explote un turismo de calidad, distinto al que gestionan de forma masiva otras localizaciones de nuestro entorno. Pero queremos riqueza, actividad y desarrollo. Y en el equilibrio entre estos dos valores está la mejor estrategia de La Gomera, siempre manteniendo nuestros valores y nuestra identidad, haciéndo énfasis a la vez, en otros sectores productivos como la agricultura, la industria y el comercio.