En torno a la Bajada de la Virgen de Guadalupe se han tejido, a lo largo de los siglos, una serie de componentes religiosos y populares que la han convertido en una festividad plenamente asentada en el corazón de todos los gomeros. Ya no sorprende ver a emigrantes llegados de cualquier lugar del mundo por remoto que sea para cumplir con esta cita lustral.
La banda sonora que acompaña a la Virgen resalta aún más la emoción de este momento con las chácaras, los tambores, los bailes y esa particular forma de entonar las canciones que parecen llegar a nosotros desde tiempos ancestrales. A ello se suman otros ingredientes: encontrarse la ermita en un lugar un tanto alejado por lo que la cita es la ocasión de oro para el reencuentro. O los especiales sentimientos que despierta entre los mayores de todos los puntos de la geografía insular que pueden contemplar la talla frente a frente.
Para el presidente del Cabildo insular, Casimiro Curbelo, esta cita destaca en el calendario de los gomeros como una fecha imborrable en la que, además de reencontrarse con la Virgen, supone a su vez volver a disfrutar de los numerosos familiares y amigos que acuden a la Isla para ser partícipes, un lustro más de esta emotiva festividad.
“Particularmente, uno de los momentos más emotivos es la entrada de la Virgen en la Iglesia de la Asunción, en San Sebastián. El sonido de las chácaras y los tambores retumbando en las robustas paredes de la Iglesia, produce un sentimiento difícilmente explicable”, comenta emocionado. Asimismo, destaca que “estas fiestas son sinónimo de respeto, veneración, fervor, entrega y, sobre todo, amor por la imagen de la Virgen de Guadalupe”.
El lunes es el momento mágico en el que la Virgen entra en la Bahía de San Sebastián surcando el mar, tal y como hizo hace siglos, cuando fue encontrada por los aborígenes en una cueva, cerca del lugar donde luego se levantó la ermita de Puntallana. En principio, se decidió que la procesión se hiciera en un barco por las complicadas condiciones de la carretera que llega a la iglesia, pero al final éste se ha convertido en uno de sus signos distintivos de la procesión. Y además, el que escenifica a la perfección como aparecieron las patronas en las diferentes islas.
A partir de aquí, y hasta el 15 de diciembre, la Virgen recorrerá todos los rincones de La Gomera. Hace cinco años, el mal tiempo impidió que regresara a su santuario en el plazo previsto, significando en otras épocas, un signo inequívoco de que quería alargar un poco más su estancia en La Villa. De una forma parecida fue interpretado cuando hace siglos las tormentas imposibilitaron que unos marineros la sacaran de la Isla. A partir de entonces su presencia en La Gomera es considerada casi un dogma de fe y quedó ratificado su título de patrona.
Preparativos de hace meses
Todo está preparado desde hace meses. Sofía Brito acoge con emoción la que será su tercera Bajada como presidenta de la Cofradía. Lo que no garantiza que esté menos nerviosa que en la primera. “Las últimas jornadas han sido de vértigo”, comenta inquieta. Explica que la gente se ha acercado a ella planteando todo tipo de cuestiones y peticiones. Un aspecto especialmente delicado es elegir a las personas que van en el barco acompañando a la imagen. Pero la tradición es inamovible y limita el grupo de acompañantes al patrón, sus familiares, la junta de gobierno de la Cofradía, sacerdotes y, como novedad, un fotógrafo, encargado de elaborar el correspondiente reportaje. Un máximo de veinte pasajeros que tienen el privilegio de observar el recibimiento desde otro punto de vista; el de la propia patrona.
En cada edición, el barco elegido para transportar la talla es, normalmente, el primero cuyo dueño lo haya solicitado. Durante los días siguientes el recorrido se hará por tierra excepto algunos determinados trayectos como la llegada a Playa de Santiago y desde La Rajita a Valle Gran Rey. Y no siempre a pie, porque de lo contrario, se eternizaría la visita.
A lo largo del periplo, la Virgen irá ataviada con diversos mantos: los principales uno de plata y oro para el recibimiento y luego otro donado por el Cabildo en el que se ve un escudo de la Isla, el cual se considera el más apropiado para representar a La Gomera.
Euforia a su llegada
Durante las últimas ediciones, el esfuerzo se ha centrado en controlar la euforia con la que es recibida la imagen en San Sebastián y que se plasma en un chapoteo que salpica a la talla varias veces centenaria. Es una cuestión tanto de respeto religioso como de intentar evitar que la imagen de madera se deteriore por el agua. “Nos gustaría retomar el respeto anterior cuando la gente se mostraba más sosegada. Comprendemos que es un momento muy emocionante y que los sentimientos se desbordan pero sería deseable más contención”, matiza. Una vez que la Virgen pisa tierra se dirige a la Iglesia en medio del arrollador sonido de las chácaras y los tambores y las muestras arrebatadoras de cariño. Brito suele acompañar a la imagen durante todo el recorrido por la Isla, lo que la convierte en testigo de primera mano de los sentimientos que desata a su paso.
El mayordomo de la ermita, Pedro Antonio Rodríguez, tiene 66 años, de los que casi la mitad, los ha dedicado de forma incansable a cuidar tanto a la iglesia como a la patrona. Pese al tiempo transcurrido sigue sintiendo la misma emoción. Lógicamente en la primera Bajada la inexperiencia hizo que estuviera mucho más preocupado. Ahora ya puede disfrutar plenamente de la magia que rodea a todas las citas. “Aunque cada una es igual, la verdad es que siempre hay algo distinto”, señala.
El Mayordomo
Por razones personales recuerda cuando su compañero en las tareas de mayordomo, Manolo Aguilar, fallecido hace diez años, antes de morir pudo estar presente en la ermita por última vez. “Todavía me emociono al recordarlo sentado, porque ya se encontraba muy mal, mientras veía partir a la Virgen, en la que fue su despedida”, dice.
Su papel es estar pendiente de la imagen en todo momento pero no tiene ningún problema en que al llegar a cada pueblo otras personas también asuman esta responsabilidad. Es consciente de que se trata de la patrona de todos los gomeros “y no queremos dar la impresión de que sólo unos pocos la queremos acaparar”, dice. Coincide en que lo más emocionante es el recibimiento en La Bahía o constatar el esfuerzo que los emigrantes hacen para acudir a la cita. En la actualidad, debido a la crisis, los regalos han sido sustituidos por otros de mayor valor aún: seguir haciendo acto de presencia pese a los sacrificios económicos que trae consigo.
Es rotundo al asegurar que la devoción a la Virgen crece en cada edición, lo que a su vez trae aparejadas algunas consecuencias no muy deseables como la avalancha que tiene lugar en la playa. “Nos gustaría que todos colaboren y no tiren agua a la imagen”, indica.
Acto seguido recuerda que hace años los gomeros se vestían con sus mejores galas para acudir al reencuentro, sombrero, corbatas y chaqueta, incluidos. Como resumen del trabajo que han hecho en los últimos días para preparar a la talla no duda en señalar: “Está como una perla, preciosa…”. No quiere discriminar a ningún pueblo pero cree que en Chipude la visita se vive de una forma especial.
Breves apuntes históricos
En la Bajada se mezclan elementos centenarios con otros que se ha ido añadiendo con los años. La primera edición de la que se tiene noticias fue en 1868, aunque hay indicios bastante consistentes de que el origen de la tradición se sitúa a finales del siglo XVII. Seguramente para atajar los efectos de alguna epidemia o catástrofe. En las cercanías de la ermita existen grabados rupestres en los que se adivina la silueta de un barco que con toda probabilidad fue el que dejó la Virgen en una cueva de los alrededores.
La festividad no adquirió el carácter de lustral hasta 1943. Es la única que se lleva a cabo a través del mar y el término Bajada se justifica porque la patrona desciende desde el Norte. Las malas condiciones de las carreteras impidieron que su traslado por toda la Isla no fuera posible hasta 1973. Pero diez años antes ya la romería abarcaba a Hermigua, Vallehermoso y Agulo. A principios del siglo XX la festividad había prácticamente tomado la forma en la que se disfruta hoy. Las guerras mundiales y la civil supusieron un obligatorio parón.
El historiador Manuel Lino destaca ediciones como la de 1953, en la que la Villa disponía de una banda municipal de música o la de 1958, justo cuando San Sebastián estaba a punto de contar con su primer puerto en condiciones.
Por aquel entonces los programas de fiestas reflejan que, efectivamente, la Isla había hecho suya la celebración. La prueba inequívoca es que aparecen anunciantes de todos los municipios.
De forma paralela, se incrementa su vertiente más autóctona con exhibiciones de silbo, bailes tradicionales o la feria de ganado.
Las facilidades actuales en materia de comunicaciones han hecho que la llegada de visitantes desde el exterior sea masiva. A ello se une que “para la gente de aquí la Virgen es un talismán, un referente que despierta muchas emociones”, indica.