Raúl Rejón.- « Está completamente destruida«. Así ha justificado esta semana el Gobierno tailandés el cierre de la célebre playa Bahía May. Tailandia cedió tras años de resistirse a esta medida por los 10,5 millones de euros que generaba el turismo. Rentabilizar los parques nacionales a base de turismo es una tentación que amenaza su propia conservación. Y en España ya hay avisos y consecuencias de esta tendencia que convierte la naturaleza protegida en atractivo comercial. 2017 supuso el tercer año consecutivo de máximos históricos de visitantes en la red.
Según eldiario.es, el año pasado se registraron 15,4 millones de visitantes: «Récord», constató el Ministerio de Transición Ecológica. El volumen ha crecido un 33% desde 2013 (en parte por la incorporación de la sierra de Guadarrama). La masificación de los espacios naturales de alta protección avanza. El más visitado año tras año es el Parque Nacional del Teide (Tenerife). También batió sus marcas con 4,3 millones de turistas el año pasado, según el Cabildo Insular cuyo balance revela que «llegan 81.400 coches al mes. El medio más usado». Le sigue el parque de Guadarrama (Madrid y Castilla y León).
Existen puntos calientes evidentes: en Picos de Europa, sus parajes más emblemáticos como la famosa ruta del Cares, los Lagos o Bulnes tienen picos de muchedumbre transitando. En el Teide, el volcán es un destino obligatorio de los paquetes turísticos especialmente la zona de acceso al monte.
En Ordesa (Huesca) el problema se centra en la entrada por Torla. En el Parque de las Islas Atlánticas (Pontevedra), en agosto de 2017, se destapó cómo cuatro concesionarias que daban servicio de acceso marítimo al entorno sobrepasaban el cupo máximo permitido: «Hay días que la isla parece una feria», contaban en plena campaña de inspección. La Sierra de Guadarrama fue promocionada desde un primer momento por el Gobierno de la Comunidad de Madrid como recurso turístico. Está a 40 kilómetros de la capital –y sus tres millones de habitantes, potenciales clientes–.
El turismo masivo repercute de varias maneras, según describe el Organismo Parques Nacionales: degrada el medio físico por el tránsito de miles de personas, vehículos o bicicletas que dañan el suelo y el sustrato rocoso, perjudican a la vegetación incluso de manera más visual y palpable, impacta sobre la fauna mediante la agresión, la alimentación o la introducción de especies exóticas. La lista sigue con la acumulación y gestión de residuos y la propia contaminación acústica y atmosférica. Una variedad de impactos.
El doctor del departamento de Biología de la Universidad de Cádiz y experto en gestión de espacios naturales, Gregorio Muñoz, explica que «la conservación actualmente no debe excluir el uso y la presencia humana». Y abunda en que «las visitas pueden ser una actividad, que bien regulada, no debería tener un impacto irreversible per se y menos cuando hay otras más lesivas como los residuos agrícolas en Doñana. Ahora bien. ¿Cómo regular?»
Muñoz entiende que «todos queremos ir a playas vírgenes, pero, entonces, ya no son vírgenes». El ejemplo de Tailandia ilustra este fenómeno, pero también la gaditana playa de Bolonia que se ha convertido en una autopista en algunos meses del año.