Por Pablo Jerez Sabater.- En 1975 Norman Foster ya se había ganado la fama de buen arquitecto. Lejos aún de los hitos que iría alumbrando en las décadas siguientes (Torre 30 St. Mary Axe, Londres; Mercado Central de Abu Dabi; Torre Cepsa, Madrid; entre otros), tuvo un encuentro con una realidad alejada de las metrópolis en las que dejaría su particular sello. Ese año planteó la utopía de un plan urbanístico sostenible para la isla de La Gomera.
Foster (Manchester, 1935) viajó a La Gomera aquel año por invitación directa de Fred. Olsen, compañía que por entonces estaba iniciando su idilio empresarial con esta isla. Poco tiempo antes había trabajado en un edificio de oficinas para la naviera en los muelles de Londres y fue tal el impacto que la empresa le cursó un reto novedoso e insospechado: hacer de una isla todavía atrasada el paradigma de la sostenibilidad ante el incipiente turismo que comenzaba a despegar en las Canarias.
Dicho y hecho. En ese año de 1975 se presentó un ambicioso plan urbanístico sostenible para la isla que buscaba una ordenación territorial sensata y ligada a su propia idiosincrasia. Lo primero que reparó fue en cómo encauzar la problemática del abastecimiento de agua en una isla con dos vertientes tan diferenciadas. Tengamos en cuenta que la compañía noruega había fijado su interés en la zona de sur de la isla y que era necesario hacer llegar el agua con fluidez a esta zona. Para ello, Foster propuso un sistema de captación en la parte más alta de la isla, en la zona limítrofe del parque con esta vertientes sur y usar, además, alambiques solares.
La novedad presentada era radical. Hoy, que La Gomera es Reserva de la Biosfera y que lucha por ser sostenible –aunque de momento más en papel que en práctica-, ya tuvo un plan sostenible cuarenta y tres años atrás. El propio Foster fue, incluso, un visionario. Se adelantó al proyecto de creación de un futuro aeropuerto insular acusando su profunda negativa al mismo y apuntando que la solución se encontraba en la creación de líneas marítimas entre La Gomera y Tenerife.
Pero también se opuso al proyecto de creación de una carretera de circunvalación por la isla, proponiendo en el mismo un sistema radial mediante vías que conectaran las diferentes bahías gomeras. Además, en su plan propuso incluso un sistema de depuración de aguas negras o la implantación de energías alternativas como la solar y la eólica.
El proyecto, finalmente, no llegó a ejecutarse. Como tantas cosas, se quedó en papel, en un sueño utópico para una isla que por entonces aún estaba buscando su propia identidad. Cuando aún el turismo no era el motor económico de La Gomera, sino lo era su tierra y su mar, un arquitecto inglés quiso poner sentido y cordura para preservar la identidad de esta isla tan agradecida. Hoy seguimos buscándole sentido a aquella utopía que puede consultarse en los fondos del archivo de la Norman Foster Foundation. A veces, el pasado tiene las respuestas que buscamos en este presente que es casi futuro.
*Profesor de Historia del Arte. EA Pancho Lasso