Tengo que confesar que hay momentos en que la actualidad política que vive España me produce unas sensaciones que van del bochorno al miedo. Y esto me ocurre cada vez con más frecuencia. ¿Para qué estamos en política? ¿Para qué existe la política? A mi no se me ocurre otra respuesta que para hacer una sociedad más justa para todos. Para transformar nuestro pequeño mundo en lugar mejor en el que vivir. Esa es el combustible con el que se alimentan los sueños de quienes un día decidimos dar el paso de representar a nuestros vecinos.
Pero viendo el espectáculo que están ofreciendo algunas fuerzas políticas y algunos políticos creo que se nos ha olvidado que esos eran nuestros objetivos. Esta pasada semana el nivel de crispación en el Congreso de los Diputados ha llegado a cotas inimaginables. No salimos de una para entrar en otra. Después de la vergonzosa negociación del reparto de sillones en el Consejo General del Poder Judicial nos ha tocado asistir a otra oleada de insultos de los independentistas catalanes, que ha terminado con el famoso escupitajo de uno de ellos a un político de la talla y la moderación de Josep Borrell.
Cuando alguna persona de las muchas con las que hablo me dice que tiene miedo de lo que está pasando, porque le recuerda a aquella otra España de la Guerra Civil, intento convencerle de que estamos muy lejos de ser aquel país. Pero en el fondo tengo que confesar que a veces también siento miedo del nivel de intolerancia en el que nos hemos instalado. Hay partidos políticos que se han colocado de forma permanente en la negación a todo y a todos. Hay fuerzas que sueñan con debilitar la democracia para iniciar un proceso revolucionario y autoritario. Y los grandes partidos, más sensatos, no hacen más que dar razones, un día sí y otro también, para que la ciudadanía se desencante y pierda la confianza y la ilusión en ellos.
Hay personas, muchas personas, que un día decidimos estar en política para hacer algo por nuestra gente. Y a pesar del tiempo que llevamos en esa aventura aún no se nos ha olvidado a quiénes representamos de verdad. Las personas que hablan con nosotros todos los días quieren que su vida mejore. Quieren becas para que sus hijos puedan estudiar en la universidad. Quieren que los transportes públicos funcionen mejor. Quieren que se administre bien el dinero de sus impuestos, porque les cuesta mucho esfuerzo ganar lo que tienen que pagar. Lo que no quieren es que las corporaciones públicas se conviertan en un gallinero. Lo que no quieren es que un alcalde sea tan miserable que sea capaz de impedir con malas mañas que un adversario político haga una gran obra que beneficiaría a todos sus vecinos. Lo que no quieren es que los partidos y las ideologías sean un fin en sí mismo.
La gente es lo primero. No hay más. No existe otro objetivo de la vida pública y la democracia que el de representar a las personas para solucionar sus problemas y gestionar su futuro. Por eso, causa tanto desasosiego ver cómo se deshace el prestigio de la política española hasta el punto de que muchísimos jóvenes de talento o profesionales de éxito no quieran saber nada de tener una responsabilidad pública.
España necesita unas elecciones lo antes posible. Borrón y cuenta nueva, para ver si somos capaces de emprender un proyecto de regeneración política. El pueblo tiene que mandar un mensaje alto y claro, para que se enteren bien quienes se pasan la vida entre las bambalinas. Tenemos que salir de este pozo sin fondo en el que nos hemos metido y que cada vez se vuelve más oscuro. La democracia se fortalece votando y nuestro país necesita coger fuerzas para volver por el buen camino.