*Manuel Herrera Hernández.- Hace noventa y nueve años España contempló sobrecogida la marcha definitiva de Galdós tras una larga agonía. Se conocía que su salud no era buena desde 1900. En 1905 sufrió una hemiplejía y desde entonces definitivamente tuvo que escribir con lápiz. Más tarde fue operado de cataratas, en 1911 del ojo izquierdo y en 1912 del ojo derecho, por el prestigioso oftalmólogo profesor Manuel Márquez Rodríguez pero que la mala evolución de su enfermedad le llevaría a la ceguera total en 1913. Se comentaba que padecía arteriosclerosis, pero, en realidad, esta enfermedad se añadía a la afección neurológica que le afligiría hasta el final de su vida. Mi opinión, como expuse en la Real Academia Nacional de Medicina, es que Galdós padeció sífilis terciaria (o tardía) manifestada por neurosífilis tabética y sífilis ocular, que fue la causa de su ceguera, y, además, arterioesclerosis con nefroesclerosis e hipertensión.
Cuando se inauguró su estatua en el Retiro de Madrid, el día 19 de enero de 1919, ya se presentía el fatal desenlace y fue preciso conducirle a su domicilio y subirle al dormitorio. El último paseo de don Benito fue el 22 de agosto de ese año sentado en un coche abierto de caballos que le llevaba por La Moncloa. A partir de ese mes se quedaba durante el día en su despacho adormecido en un sillón, sentado de espalda a la ventana, con frecuentes cefaleas, el carácter en ocasiones irritable, fumando y cada día enflaqueciendo más. Estaba enfermo y solo. Únicamente, en ocasiones, le visitaban Victorio Macho, Marciano Zurita y Ramírez Ángel. A Don Benito a veces se le escapaban algunas palabras, como «Quiero marcharme», que expresaban el deseo de que terminaran sus días. El día 13 de octubre tuvo la primera crisis grave del síndrome urémico y, entonces, tuvo que guardar cama definitivamente. Un mes después su estado era alarmante y se agravaba la insuficiencia cardiaca. Su voz era débil y su semblante muy pálido y no tenía apetito. En Las Palmas se conocía desde hacía tiempo que Don Benito estaba enfermo. Los periódicos «La Provincia» y «Diario de Las Palmas» publicaban las noticias que el telégrafo transmitía sobre su salud. También por sus familiares se tenían noticias sobre la enfermedad que se comentaba en el Gabinete Literario, en el Círculo Mercantil y en la Real Sociedad Económica de Amigos del País. Los amigos estaban intranquilos. El Ayuntamiento celebró el 29 de octubre de 1919 un pleno, presidido por el alcalde accidental Francisco Sánchez Torres y actuando de secretario Arturo Sarmiento, en cuya acta consta que la Alcaldía se interesaba por la salud de don Benito Pérez Galdós. A partir del 20 de diciembre sentía un gran decaimiento, anorexia, disnea de esfuerzo y aumentaba la somnolencia. Esa noche tuvo una hemorragia digestiva grave y la respiración era disneica. Desde entonces aumentó la somnolencia y no hablaba con nadie, únicamente cantaba canciones infantiles aprendidas en su tierra natal canaria y con frecuencia llamaba a su madre. También en su obnubilación creía ver sus paseos de niño por las calles de Triana y de Vegueta. Junto a estos recuerdos infantiles surgía su carácter de escritor infatigable. En los días anteriores a su muerte, en esos momentos en que a veces aparece una ligera lucidez, se le oyó decir con la voz empañada que quería ir al despacho. «Tengo mucho que trabajar, mucho… mucho». Nueve días más tarde, hasta finales de diciembre, don Benito empeoró de su enfermedad. Se agravó la hipertensión y la uremia con la aparición de unas hemorragias digestivas en forma de rectorragias y presentando una pericarditis. Tres días antes de fallecer el coadjutor de la parroquia de la Virgen de la Paloma hizo diligencias para que don Benito se confesara. Pero don Benito dijo a su hija María «¡Este es el único confesor, con el que confesaré, con él me estoy confesando hace tiempo!» refiriéndose al Cristo que tenía en lo alto de la cabecera de su cama.
Al amanecer el 1 de enero don Benito perdió el conocimiento. La inquietud de la familia era grande, aunque él aún tenía pequeños momentos de lucidez. Durante el día siguiente su enfermedad se complicó con una subida grave de su hipertensión arterial y una nueva hemorragia intestinal, fetor urémico y arritmias cardiacas. A esta compleja «catástrofe metabólica» se añadió un aumento de la obnubilación, náuseas y vómitos, debidos al progresivo aumento de la uremia crónica. El doctor Gregorio Marañón, que era médico de cabecera, le recetó por última vez el día 3 de enero a las 7 de la tarde y se continuó con las inyecciones de alcanfor. A las 9 de la noche se intentó darle un poco de alimento líquido y se le administró la medicina quedando Galdós adormecido. Entonces el doctor Marañón marchó a su casa para aliviar el cansancio de tantas noches al lado del enfermo. Se quedaron de acompañantes José Hurtado de Mendoza y Rafael Mesa. Un quejido angustioso rompió el silencio de la casa a las tres y veinticinco. Los familiares corrieron al lado de la cama de don Benito que se llevaba las manos a la parte anterior del cuello. En seguida su cabeza caía pesadamente sobre la almohada y se le vio morir plácidamente. Daba la sensación de haber padecido una grave enfermedad, estaba demacrado y su barba estaba crecida y blanca. Galdós murió en un chalet de estilo mudéjar que, en Madrid, en la calle Hilarión Eslava número 7 poseía su sobrino José Hurtado de Mendoza. Alrededor de la cama se hallaban su hija María y su yerno Juan Verde Rodríguez, su sobrino José Hurtado de Mendoza, Rafael de Mesa que era entonces su secretario, Victoriano Moreno, Rafaela González, hija del torero Machaquito, Carmen Lobo, Eusebio Feito, hijo del asistente de su hermano el general Ignacio Pérez Galdós, y su fidelísimo criado Paco Menéndez García. La capilla ardiente se instaló en el despacho del finado situado en la planta baja del chalet. El cadáver fue colocado, a los pies de un gran crucifijo, en una austera caja negra rodeada de blandones y envuelto en la bandera española. Sobre la bandera se desparramaron numerosos crisantemos blancos. Don Benito fue velado por su hija María Pérez-Galdós Cobián y numerosos amigos íntimos de la familia Pérez Galdós.
El alcalde accidental de Las Palmas, Francisco Sánchez Torres, recibió un telegrama de Rafael Mesa comunicándole que don Benito falleció a las tres y media en punto. Entonces el alcalde telegrafió al señor Lara, representante de este Ayuntamiento en Madrid, que «la Ciudad reclama el cadáver de Galdós. Hable con Matos, que represente especialmente en entierro la ciudad de Las Palmas. Ponga una corona de flores con dedicatoria que diga: Al ilustre Galdós, Las Palmas, su ciudad natal». El presidente de Cabildo Insular dirigió un expresivo telegrama de pésame a su familia, y otros a la representación en Cortes por Gran Canaria para que depositaran una corona en nombre de dicha Corporación y llevaran en el entierro la representación del Cabildo. El mismo día 4 empezó a recibirse de provincias numerosos telegramas de pésame a la familia. De las primeras personas en acudir al chalet de Hilarión Eslava a expresar la condolencia fue el diputado a Cortes por Las Palmas don Leopoldo Matos Massieu. En la casa mortuoria José Hurtado de Mendoza y Rafael Mesa deploraron que «por aquí no ha venido ningún escritor español, pero hemos recibido estos días muchos telefonemas y telegramas del extranjero». En la casa mortuoria, pronto, desfilaron muchos personajes oficiales y los amigos más leales. Durante las primeras horas de la tarde, del mismo día 4, estuvieron orando en la capilla ardiente la condesa de Pardo Bazán y la actriz Margarita Xirgu acompañada de Enrique Borrás y del poeta Marquina. También estaba muy afectado por la muerte de su amigo el diestro Rafael González (Machaquito). Y aquella tarde hicieron un bosquejo del cadáver el ceramista Daniel Zuloaga, el pintor Vázquez Díaz y el dibujante Aguirre. Victorio Macho emocionado sólo se atrevió a hacer un dibujo de don Benito.
En Las Palmas en la Real Sociedad de Amigos del País, momentos antes de la hora señalada para celebrar sesión el día 4, recibió el director accidental José Feo Ramos un telegrama de Juan S. López noticiándole el fallecimiento de Galdós. Abierta la sesión se acordó trasladarse la corporación en pleno a la casa de la familia de Pérez Galdós, donde hizo presente su pésame a Ambrosio Hurtado de Mendoza, sobrino del insigne finado. Igualmente, la Real Sociedad Económica acordó celebrar una sesión necrológica y encargar al grancanario Juan Alvarado Sanz, ex ministro de Gracia y Justicia, que representara a la Sociedad en el entierro y colocara una corona sobre su féretro. También la Sociedad Fomento y Turismo, presidida por Carlos Navarro Ruiz, se reunió el día 4 de enero al recibir la triste noticia del fallecimiento adoptando por unanimidad telegrafiar a Madrid dando el pésame a su familia y designar al marqués de la Vega Inclán y a los diputados a Cortes por el Grupo Oriental, para que representaran a la Sociedad en la procesión fúnebre y, asimismo, impulsar la idea de erigir a Galdós un monumento. También, Josefina de la Torre Millares, una de las grandes figuras de las letras españolas del siglo XX, que cuando Galdós murió era una adolescente, publicó en Las Palmas el poema «A Don Benito – El día en que se murió». El alcalde de Madrid, Luis Garrido Juaristi, hizo público un bando el mismo día 4 proclamando «madrileños, ha muerto Galdós, […]. Los que le admiraron en vida vengan a la Casa del Ayuntamiento para, ante su cadáver, poderle dar el último adiós». Asimismo, se sumaron al póstumo homenaje el gobierno y todas las corporaciones e instituciones culturales especialmente las madrileñas y canarias. Murió Galdós. Desengañado dijo también adiós. Después el sol desapareció en el horizonte durante casi tres décadas. Galdós fue olvidado así de nuevo, se mintió sobre su vida, sus creencias y su obra. Pero como dice José Saramago, sólo se muere alguien definitivamente cuando se olvida. Y entonces a Galdós muchos no le olvidamos.
*de la Asociación Internacional de Hispanistas