Por ALBA MARRERO.- Hace ya algunas semanas hablaba con un buen amigo sobre las cosas que se hablan con los buenos amigos: la vida. Con este tipo de conversaciones siempre suelen ocurrir dos cosas: o que me apetezca escribir sobre algo de lo que hemos hablado o que la otra persona me lo sugiera. Me lo sugirió y claro. Esas cosas pillan de improviso y cada vez que ocurre, mi cabeza necesita darle la vuelta al mundo entero hasta que considero que tengo algo para aventurarme a escribir sobre el tema. Me sugería un texto en el que hablara con los hombres —de tú a tú— sobre el papel de éstos en el movimiento feminista. «A veces me siento perdido», me decía. ¿Cómo podía saber él cuándo estaba desembocando en una actitud machista, molesta y desigual que había adoptado como la interacción natural? ¿Cómo podría saber si tiene o no que cambiarse de acera a las once de la noche para que la chica que va delante de él no sienta que está en peligro?, ¿Cómo podría, tanto él como a cualquiera que le preocupara la lucha por la igualdad, no caer en los clichés de un sistema que grita, incomoda y maltrata a la mujer? Mencionó la palabra y la necesidad de un «manual», lo cual me chirrió un poco pero se lo estoy diciendo ahora por primera vez y a él —de alma bonita— se lo perdono casi todo.
Como hereditaria de este sistema patriarcal —y de mierda— empecé a pensar en la sugerencia de mi amigo, dividiendo la preocupación en dos: «ellas» y «ellos». Buscaba la manera, la lógica y la necesidad de que ellos sintieran la frustración que genera ser una «exagerada»; como cuando los hombres usan esas máquinas que simulan los dolores del parto. «Exagerada». Y es que eso es lo que es una mujer, a día de hoy, cuando se queja de un comentario machista y desafortunado; cuando exige ser llamada por su nombre y no «señorita»; cuando tiene que recordar dónde están sus ojos; cuando le molesta que le pregunten por su vida sentimental en el trabajo; cuando tiene que llevar las llaves o cualquier elemento punzante en las manos de camino a casa; cuando le canta las cuarenta al tío que «cortésmente» le ha tocado el culo en una fiesta; cuando le perturban los celos «repletos de amor» de su pareja; cuando defiende sus derechos, cuando denuncia una violación o cuando grita mientras le asesinan. «Exagerada». Pero, ¿En qué nos ayudaría a nosotras que ellos se sintieran frustrados por la condición de su sexo? ¿En qué me ayudaría a mí que mi amigo se sintiera «exagerado» para que identifique el machismo en la interacción social?
Esto me llevó a deambular en otras preguntas. ¿Soy yo más feminista que él si yo sé que tengo que llevar un elemento punzante en las manos a las once de la noche? ¿Soy yo más feminista que él si soy yo la que tiene el riesgo de ser asesinada por una cuestión de género? ¿Tengo yo el derecho a ser más feminista que él porque es mi género el que ha sido machacado por el suyo?¿No tendría más sentido que si los dos creemos en la igualdad, nos pidiéramos consejos mutuamente? ¿Y que dejáramos de creer que es la mujer la que tiene todas las respuestas y que es el hombre el que necesita ser guiado? ¿Acaso no reconocemos ambos la crueldad de un asesinato? ¿Acaso no denunciamos ambos la violencia de género? ¿Y la brecha salarial? ¿Acaso no sabemos ambos que muchas veces la calle es incómoda para la mujer? ¿Acaso no caí yo también en un cliché patriarcal al dividir en géneros la primera respuesta que quería darle a mi amigo? ¿Acaso no soy también hereditaria de este sistema patriarcal y, por tanto, acaso no puedo caer yo también en actitudes machistas? ¿No hemos sido ambos, acaso, herederos de un sistema patriarcal que le ha hecho creer a él que yo le puedo dar consejos sobre actitudes igualitarias y a mí creer que puedo dárselos?
Llegué pues a la reflexión de que mi reflexión hasta ahora había sido una bazofia. Es lo bonito de las reflexiones; que lo remueven todo. ¿Qué hubiese pasado si en aquella mesa, mi amigo y yo, no hubiésemos sido los representantes de «ellos» y «ellas» sino tan solo dos personas como éramos?El feminismo es eso. Es hablar de la gente. Es hablar de personas. La igualdad no es un red de narcotráfico que divide la vida en bandos con realidades y contextos distintos. No hablamos de camorras y clanes. Estamos en un mismo planeta, en un mismo sistema que nos hace mover al mismo ritmo. Si yo soy persona y mi amigo también, si yo no soy de Venus ni él de Marte, y a los dos nos preocupa la injusticia de la desigualdad, ¿por qué yo tendría que saber identificar más actitudes machistas que él? ¿En qué irradiaría la diferencia? ¿En que yo esté más expuesta al peligro y a la injusticia del machismo que él? Si fuera así, ¿No es igual de peligroso ser asesinada que ser asesino? ¿Maltratada que maltratador? ¿Violada que violador?
Entonces, no sé cuál será mi respuesta dentro de un tiempo porque La Tierra gira y las personas lo hacemos con ella pero a la pregunta de cómo podría saber él cuando está desembocando en una actitud machista, molesta y desigual, mi respuesta es otra pregunta más. « ¿Y cómo lo podríamos saber nosotras?».