Conocí a doña María Lajera siendo un niño, a esas edades uno no intuía cual era el papel que representaba aquella señora de cabellos plateados, recogido hacia atrás dejando ver la cara que trajo al mundo a cientos de ersonas que conformaban la existencia de mi querido pueblo, Playa de Santiago. Un papel protagonista involuntario, pero a la vez crucial en la historia de este pueblo del sur de La Gomera. Recuerdo el aspecto casi reverencial con que los adultos se dirigían a ella, en aquella casa de Tecina. Todo el mundo la saludaba con sumo respeto, otorgándole el halago que se acercaba al de deidad capaz de otorgar vida. Allí, entre juegos, crecía yo sin saber la magnitud de esa figura menuda que con un pañuelo anudado al cuello sonreía y saludaba desde la distancia, ajena a los milagros que hacía con sus manos.
Pues sí, conocí a María “Lajera”, apodo que le viene de su marido que procedía del barrio de La Laja, en San Sebastián de La Gomera. Conocí a una mujer que con su pericia, destreza y sobretodo valentía trajo a este mundo, a un porcentaje altísimo de los niños y niñas nacidos en la comarca de Santiago, entre la década de los 40 hasta las postrimerías de los 70. Así era, de repente una mujer rompía aguas y al instante, fuera la hora que fuese, alguien golpeaba en la puerta de doña María para decir que necesitaban de sus servicios. Una mujer que nació en tierra de parteras, que vino al mundo en Pastrana, en 1902 en el Barranco de Santiago de manos de alguien de quien siguió sus pasos. Y allí, las crónicas nos hablan de mujeres valientes que cruzaban solas los caminos del monte con el afán de traer una vida más a este mundo en blanco y negro.
Lajera fue de esa estirpe de mujeres que ayudaba a otras mujeres a traer a sus hijos al mundo. Oficio de suma importancia ya que en los campos, medianías y pueblos pequeños la atención sanitaria era escasa o inexistente, un lujo al alcance de unos pocos. Esta labor pasaba de madres a hijas en una cadena que se pierde con los primeros habitantes de las islas. Y era tanto su valor, operatividad y atribución que en muchas ocasiones estas mujeres hacían el papel de “juezas” o de árbitros en disputas familiares o vecinales. Su palabra era ley, eso por el respeto que se les tenía. Ya que traer un ser a este mundo, y siguiendo con la costumbre de los antiguos gomeros, te convertía en un ser cuasi elegido por las divinidades celestiales. He recogido testimonios de como en medio de temporales de agua y viento, con un mísero candil, salían a ayudar a alguien y con su sola presencia calmar los ánimos. La mayoría no cobraba por sus servicios, pero nunca se iban con las manos vacías, salían con una gallina, huevos, verduras…
Hay todo un mundo litúrgico alrededor de los nacimientos donde las parteras eran sumos pontífices. En el momento del nacimiento, las costumbres de velar al niño antes del bautizo, las velas de paridas, los regalos a la parturienta, los bautizos, el zorrocloco, el papel de los padrinos; todos aspectos ya olvidados pero importantes en la fragua de nuestra identidad canaria. Las parteras hacían de yerberas, que con su conocimiento de las plantas naturales eran capaces de hacer jarabes y ungüentos para atajar muchos males, que a día de hoy se siguen usando. Ellas, eran lo más parecido a un ángel que había por estos lares. Hasta nuestros días llegan por tradición oral historias sobre madres e hijos que estando en peligro de muerte fueron salvados por las manos de estas avezadas mujeres.
María “Lajera” era una de estas mujeres. Primero ayudó en los domicilios donde era requerida y a partir de los años 50 en el “Hospitalito” de Tecina. Un centro médico que en aquellos años era un centro avanzado en la isla. Tenía paritorio y unos rayos x traído de Barcelona. Pues allí, en este hospital que duró hasta los 70, doña María continuaba obrando el milagro de la vida.
Gracias a una iniciativa del Ayuntamiento de Alajeró, con su Teniente de Alcalde Nicolás Rodríguez como cicerone de la idea, se va a reconocer a esta mujer amable, cariñosa y grande que ayudó con sus manos a cimentar el pueblo de Playa de Santiago. Somos los que somos, por hombres y mujeres que nos precedieron, y sin su historia, de todas las generaciones que nos anteceden, gente como yo no estaría escribiendo estas líneas o en el caso contrario, no te tendría como lector.
Vaya estas líneas para homenajear hoy , 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer a todas las parteras del mundo. Gente que a mano desnuda, alma inmensa y conocimientos casi innatos ayudaban en el trance más bonito por el que un ser humano pasa y ese no es otro que el de empezar a vivir.
Así que cuando pasen por la plaza que está al lado del centro médico y vean la placa de María “Lajera”, muestren su respeto ante una heroína hacedora de vidas.