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Quieren callarme, pero nací gritando

Oscar Izquierdo foto Diario de Avisos

La quietud del que no molesta, del que no levanta polvo, porque no hace ni dice nada; aquel que no se sale del camino preestablecido y sigue puntualmente lo que marcan las normas, parece ser, que es el que se beneficia de las prebendas del poder político. Por cierto, que no hacen falta para vivir dignamente. El que mantiene la boca callada, a cambio de vaya usted a saber qué; goza de la predilección o cariño de los mediocres, que necesitan del silencio, para que no se sepa públicamente el desastre de gestión pública que protagonizan. Se trata entonces de amordazar al criterio crítico, al que es capaz de denunciar lo que no funciona, de decir y levantar la voz, clamando por lo que es necesario arreglar. No interesa que se le oiga, porque pone en peligro la credibilidad de los gestores públicos ineptos. En Tenerife estamos acostumbrados al “silencio sonoro”, vergonzante, de instituciones, organizaciones, entidades o personas con relevancia social o económica, que no son capaces o no pueden, cada cual sabrá el por qué, o peor, no le dejan, reclamar lo que la isla requiere, anteponiendo sus intereses particularistas y egoístas, al beneficio generalizado de toda la sociedad. Les viene bien la sentencia de Francisco de Quevedo “el valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor.”

Un ejemplo son las colas en nuestras carreteras. En Tenerife las tenemos de todos los colores, de las más variadas tendencias, en todas las zonas, a cualquier hora; incluso ya le hemos puesto nombres propios:  la cola del viernes para el norte, la cola para Santa Cruz, la cola del sur, la cola de madrugada, la cola de…cada cual le puede poner su identidad, seguro que acertará. Lo cierto no puede esconderse con discursos vacíos de contenido, es una realidad desagradable, cotidiana, que nos rodea y envuelve inexorablemente. Sin visos de solución a corto plazo y cada vez más saturadas, lentas e insufribles, están ahí, no es un invento maléfico de algún desaprensivo. Es el resultado del fracaso de la política de carreteras y movilidad en la isla. Nos pasa como a Neil Gaiman en el El océano al final del camino: “tenía la sensación de haber viajado atrás en el tiempo. Aquella carretera estaba exactamente como la recordaba, a diferencia de todo lo demás”.  Es la descripción ideal de lo que padecemos en Tenerife, estamos igual que hace treinta años, con las mismas carreteras viejas, inseguras, insuficientes y deficientes. No se ha hecho casi nada o mejor dicho, no han comenzado las obras que permitan contar con unas vías seguras, rápidas, eficientes y sostenibles. Se ha perdido el tiempo en ocurrencias varias, ruedas de prensa fantasiosas, planes de movilidad inservibles, promesas agotadas o caducas. Es la decepción de todos, porque vemos que Tenerife se queda en la cola y nunca mejor dicho, dentro de nuestro Archipiélago.  Lo estamos diciendo desde hace muchos años y cada vez que vienen elecciones, quieren ahogar este grito que no podemos, ni debemos dejar de hacer. Ya no vale, prometer la ejecución de las obras para después de los comicios, tiempo se ha tenido y se ha perdido. Ahora es cuando podemos exigir a pecho descubierto, votando en las próximas elecciones autonómicas y locales del mes de mayo, para que salgan adelante las obras de carreteras, sin más dilación, ni más cuentos, con responsables públicos resolutivos.

Reclamar lo que corresponde a Tenerife, tiene que ser misión irrenunciable de todos los que queremos a nuestra isla, por el contrario, los que son capaces de venderla, sin escrúpulos, merecen desprecio, ya decía Shakespeare: “hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos.” Tiempo al tiempo, algún día se descubrirán.

 

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