Manuel Herrera Hernández.– A mediados del siglo XIX la calle del Cano en Las Palmas era estrecha, de cantos rodados y, en el lado izquierdo, tenía una zanja  para conducir las aguas. El nombre se debe a que en esta calle, Antonio Francisco de Sosa, apodado “el Cano”, tuvo diversas propiedades y comercios. Esta calle empezaba en la calle comercial de los Malteses y terminaba en la plazoleta del convento de las Bernardas colindante con el barrio de pescadores de la Vica. La casa número 33, morada de los Pérez Galdós, tenía un frontis estrecho, en lo alto un balcón con celosías pintado de verde y, junto al balcón, una ventanuca. Abajo otra ventanuca y el portón del zaguán con el clásico postigo y campanillas cuyo repique anunciaba la llegada del visitante.

En su hogar Sebastián Pérez Macías y sus hijos permanecían en silencio expectante.  El parto tenía lugar en una habitación, destinada a cuarto de labor, porque era habitual en Canarias que la parturienta no diese a luz en su propia cama matrimonial, para evitar posibles deterioros, sino en un catre de tijera. En el piso alto se oía el ritmo acelerado de los pasos de Teresa, la sirvienta, que seguía las órdenes de la matrona. A continuación, se percibía el roce de la falda al correr escalera abajo hacia el patio llevando una palangana con agua hervida y caliente para lavar a la madre y, asimismo, poner paños calientes en el vientre con el fin de disminuir los dolores causados por las contracciones del útero en el parto. Así hasta que se oyó un grito de la parturienta Dolores Galdós Medina que llenó el silencio y, detrás, el vagido de un recién nacido. En aquel momento era la hora sexta en que el esquilón de la cercana Catedral llamaba a los canónigos a coro y un niño abría los ojos a la luz en la calle Cano. Al neonato, después de lavarlo, lo puso Teresa al lado del calor de su madre. Después se colocó al niño en su cuna, que tiene forma rectangular y con pies semicirculares, que cumplía la función de balanceo para facilitar el sueño del niño.

Aquel niño, andando el tiempo, observaría y retrataría la vida de España. Era la tarde del miércoles 10 de mayo de 1843. La primera vez que Dolores Galdós tuvo en brazos a su hijo, poco después del parto, lo puso al pecho y trató de tocar su labio superior con el pezón para estimular el reflejo que le hiciera buscar el pezón con la boca. El recién nacido tomó en seguida el pecho de su madre y, según testimonio familiar, no abandonó de modo definitivo la lactancia materna hasta los tres años de edad.

Benito Pérez Galdós era el décimo hijo del matrimonio formado por Sebastián Pérez Macías, de cincuenta y nueve años, teniente coronel del Regimiento de Las Palmas, y María de los Dolores Galdós Medina de cuarenta y tres años, cuya gestación fue controlada por ser una mujer multípara por el doctor José Rodríguez Suárez, que fue el primer médico de Las Palmas que en el siglo XIX estudió en Francia. El recién nacido fue recibido por los padres con preocupación por el porvenir de aquel niño. No obstante, para sus hermanas Soledad de diecisiete años, Tomasa de catorce, Carmen de trece y Concepción de diez años fue una gran alegría y lo recibieron con cariño maternal. En cambio Dolores, de cinco años, pensó que tenía otro hermano casi como un nuevo muñeco y Manuela, la menor de tres años, lo miró con recelo por el temor de que «Benitín» – así lo iban a llamar – le quitara todo el cariño que disfrutaba. Sus hermanos Domingo de diecinueve años, que fue el padrino en la ceremonia del bautismo, Sebastián e Ignacio, mostraron gran alborozo. El bautizo se realizó dos días más tarde en la parroquia de San Francisco de Asís de Las Palmas. El párroco era don Matías Padrón Fernández, que había nacido en la villa de Valverde, capital de la isla de El Hierro. Al reinstaurarse la parroquia en la iglesia conventual de San Francisco, el 16 de junio de 1840, fue nombrado cura Párroco ese mismo año por el obispo don Judas José Romo y Gamboa destacando en su labor durante la epidemia del cólera morbo que afectó en 1851 a un gran número de habitantes de la isla.

El viernes 12 de mayo la familia Pérez Galdós se trasladó a la parroquia de San Francisco de Asís de Las Palmas. Juan Cabrera, en «La Provincia» de 24 de agosto de 1968, transcribe un artículo de José Batllori Lorenzo indicando que «…un cortejo formado por señoras vestidas con basquiñas de tafetán y manto y saya; por caballeros de casaca azul entallada, pantalón blanco y ancho sombrero de copa, y por algunos oficiales del regimiento, amigos de la familia, que han puesto sobre sus uniformes las charreteras de gala, salen de la casa de D. Sebastián Pérez precedido por la vieja sirvienta que lleva en brazos envuelto en blancas mantillas, al recién nacido».

Luego subieron por la ascendente calle de los Malteses y entraron en la iglesia de San Francisco. La pila bautismal estaba en la capilla presidida por la imagen del siglo XVII de Nuestra Señora de la Concepción. En ese momento sonó el órgano, acompañando el gran canto litúrgico, que dio mayor solemnidad a la ceremonia religiosa. El joven Domingo Pérez Galdós se acercó a la pila con el recién nacido que cubría su pecho con la blanca estola sacerdotal. El sacerdote que ofició la liturgia del bautismo a «Benitin» fue fray Francisco María Sosa y Falcón, con licencia del párroco de la iglesia de San Francisco, don Matías Padrón Fernández, que también firmó el acta de bautismo. Continuando el ceremonial litúrgico el sacerdote fue derramando el agua bendita sobre la cabecita del neonato. Al final sonó solemne el Te Deum en el templo «para dar gracias a Dios» y las campanas repicaron insistentemente con toque vivo para expresar alegría. Al terminar el acto, que imprimió el carácter de cristiano a Benito Pérez Galdós, la familia e invitados regresaron a la casa de la calle del Cano sin saber que aquel bautizo sería recordado como un fausto acontecimiento histórico. Pero antes el presbítero don Francisco María Sosa se colocó ante la mesa del archivo y, abrió el Libro primero de Bautismos por el folio 64 vuelto, y escribió con letra clara y firme en el margen: N.° 582 – Benito María. A continuación dejó registrado el bautismo escribiendo en el libro de la parroquia toda una página de gloria: 

«En Can.a a doce de mayo de mil ochocs. cuarenta y tres. Yo él Presbo. don Francisco María Sosa, con licencia del infrascrito Cura del partido de Triana, bauticé, puse óleo y crisma a Benito María de los Dolores que nació el día diez del corriente a las tres de la tarde en la callé del Cano é hijo legítimo del teniente coronel del Regimiento provincial de Las Palmas don Sebastián Pérez, natural de Valsequillo y doña María Dolores Galdós, de esta ciudad: abs. pats. don Antonio Pérez y Doña Isabel Masías, de Valsequillo: mats. don Domingo Galdós, natl. de Vizcaya, Pro.a de España, y doña María Medina, de esta ciudad. Fue su padrino don Domingo Pérez, advertile su obligación y espiritual parentesco, y firmamos. Matías Padrón-Francisco María Sosa».

La vida y la obra de aquel niño serían en el futuro parte de la historia y de la literatura española. El mejor novelista español, como afirma Germán Gullón, no el segundo. Y, años más tarde, en julio de 1910, dentro de los recuerdos infantiles de Galdós, en la entrevista que le realizó Enrique González Fiol, conocido por el seudónimo «El Bachiller Corchuelo», en la revista “Por esos mundos”, al preguntar «El Bachiller Corchuelo» – ¿Dónde fue usted bautizado? Benito Pérez Galdós le contestó: «En la Iglesia de San Francisco, que fue un convento… Aguarde usted. Voy a decirle una cosa curiosa. Cuando he oído el tañido de sus campanas, siempre he sentido una emoción entre triste y dulce. Su son no lo confundiría con ninguno. Lo distinguiría entre cien que tocasen a un tiempo».

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Manuel Herrera Hernández

Manuel Herrera Hernández, es miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas