La gente está preocupada y con razón. Lo que perciben, por todos lados, son malas noticias para los tiempos que vienen. Hay una especie de pesimismo con respecto al año que viene. La economía de algunos grandes países, con los que tenemos relaciones comerciales importantes, apunta hacia un enfriamiento. Es el caso de Alemania. Y se teme que la pérdida de valor de la libra, con respecto al euro, provoque la merma del turismo que se recibe en las islas. Y a todo eso hay que sumarle que la recaudación por el consumo en Canarias, a través del bloque de impuestos propios de Canarias, ha caído ya en torno a los doscientos millones.
Ese escenario que nos están pintando dibuja una administración pública con menores ingresos, que afectarán a cabildos y ayuntamientos. Y nos avanza un frenazo al crecimiento, con una destrucción de empleo que viene a llover sobre mojado, porque en Canarias tenemos más de doscientas mil personas sin trabajo y a muchas miles más que solo cuentan con un trabajo precario, con infrasalarios que están muy por debajo de la media del Estado.
Es importante señalar que afrontrar estas circunstancias adversas no está en nuestras manos. El Gobierno de Canarias ha elaborado unos presupuestos para el próximo año que son un salvavidas. Y como todo salvavidas, es una medida extraordinaria que se toma para evitar la pérdida de vidas humanas. El esfuerzo presupuestario que se ha hecho no es más que el firme propósito de ayudar, a través de fondos sociales y el refuerzo de los servicios públicos, que los más débiles queden abandonados a su suerte si, como parece, se dan las peores circunstancias.
Pero para que las cosas cambien en las islas es necesario, es imprescindible, que España cuente con un Gobierno sensible a la realidad social de algunas comunidades que padecen situaciones muy diferentes a otras. Se habla, en estos tiempos, de que las ideologías no son importantes. Pero sí lo son. Para Canarias, como para otras comunidades que padecen enormes bolsas de pobreza, es fundamental que se produzca una transferencia de riqueza dentro del Estado. Hemos construido una sociedad del bienestar que funciona porque los que más ganan aportan más a las cuentas públicas de forma que la riqueza se pueda redistribuir hacia otras personas más necesitadas. Eso, que es la base del estado fiscal, es también la base del Estado de las Autonomías que se construyó en nuestra democracia.
El mayor problema que padecemos ahora mismo es la debilidad de un país tan fragmentado políticamente que resulta imposible pensar en un Gobierno fuerte, capaz de tomar las medidas de calado que necesitamos urgentemente. Resulta increíble que ante los problemas que nos amenazan, desde la quiebra del sistema de pensiones a la necesidad de aumentar los ingresos del Estado, los grandes partidos se resistan a entender la necesidad de anteponer a sus intereses políticos los grandes intereses de todos los ciudadanos españoles. La mayor amenaza que tenemos no son los graves problemas internacionales a los que nos enfrentamos, sino el espectáculo de desafecciones y de egoísmo político al que estamos asistiendo. La falta de responsabilidad de los dirigentes de las grandes fuerzas políticas que ponen la carreta de sus propios intereses de poder antes que los bueyes de la prosperidad de los ciudadanos.
Estos días me he llevado las manos a la cabeza oyendo hablar del Domingo de Ramos como una probable fecha para la celebración de unas elecciones. No puedo creerme, de verdad que no, que alguien esté pensando en una nueva convocatoria electoral. Porque sería la constatación de que hay algo irreparable en nuestra democracia. Y no es el sistema, que ha funcionado durante más de cuarenta años, sino las personas.
Soy de los que aún mantienen la esperanza en que la cordura y la responsabilidad regresen a la vida política de este país. Ningún partido con responsabilidad puede permitir que sigamos instalados en la provisionalidad y la incertidumbre o, aún peor, en las manos de fuerzas que solo piensan en la destrucción del estado de solidaridad y compromiso que hemos creado entre todos. Pero somos los ciudadanos, los que miramos con preocupación esos negros nubarrones que nos amenazan, los que debemos lanzar ese mensaje a todos los que nos representan. Con las cosas de comer no se juega. Con el futuro de nuestros hijos no se juega. Que lo entiendan de una vez.