He escuchado esta semana a una persona opinando sobre la declaración de Marruecos en torno a la ampliación unilateral de la jurisdicción sobre sus aguas territoriales. Era una persona de edad. Y decía que esto, en el franquismo, no habría pasado. Me callé, por respeto, pero sentí tentaciones de recordarle que precisamente con el franquismo se produjo la «marcha verde» y la vergonzosa retirada de España del Sáhara. El abandono a su suerte, precipitado e injustificable, de muchos ciudadanos españoles que vivían allí y de los intereses económicos y propiedades de miles de familias.
Marruecos nos ha acostumbrado a una política de hechos consumados, que luego constituyen una base de negociación posterior, de la que se suelen aprovechar. Los conflictos entre países tienen que afrontarse con serenidad, con paciencia y con extremo cuidado. España ha reaccionado, a pesar de la situación de provisionalidad de nuestro Gobierno, con contundencia. Ya se sabe que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. La declaración unilateral de Marruecos es más la expresión de una ambición que un hecho jurídico que pueda ser reconocido a nivel internacional. Así que mucha calma y mucha firmeza, que es lo que se necesita.
Pero en todo caso, este acontecimiento pone de relevancia una carencia histórica. Una que venimos arrastrando desde hace muchísimos años. Si el Sáhara no es hoy una provincia española es en buena medida porque algunos se equivocaron gravemente impulsando un proyecto de descolonización que les puso en manos de Marruecos. Salieron de las brasas para caer en la sartén. Y no es gratuito recordar los ametrallamientos a pesqueros españoles que realizaron desde el Frente Polisario.
Desde entonces hasta hoy, la situación se ha enquistado. Y desde el punto de vista de Canarias, lo que se ha producido es la profundización en un sólido estatus de relaciones comerciales y políticas entre la Unión Europea –y España– con el país marroquí. Hoy, de hecho y de derecho, existe un trato preferencial a las mercancías que se exportan desde Marruecos hacia la zona aduanera común. Y ello ha producido una importante deslocalización de empresas que se han marchado de nuestras islas para buscar mejores condiciones –salarios más bajos, menor imposición fiscal, mayores facilidades de implantación– en el país vecino. Ha pasado con el tomate. Y también con otras iniciativas empresariales.
Es importante que se defiendan los derechos de España sobre los posibles yacimientos de telurio y cobalto situados en los fondos marinos en la zona económica exclusiva de nuestro país. Pero me parece muchísimo más relevante que reflexionemos sobre el papel que se debe dar a Canarias en las relaciones de España y la UE con Marruecos. El desarrollo turístico del país vecino es una creciente realidad que supondrá, a medio plazo, un competidor muy potente en la misma zona geográfica. Y las cuantiosas inversiones europeas en grandes infraestructuras, por las que está apostando con inteligencia el gobierno marroquí, están creando un eje de desarrollo portuario e industrial en nuevas y potentes instalaciones cuyo despegue apenas está empezando.
¿Y qué pasa con Canarias? Nuestras islas deberían jugar el rol de una plataforma desde la que se operen todas estas nuevas políticas con el país más desarrollado del vecino continente. Promover el desarrollo social, cultural y económico de África en general y de Marruecos en particular no solo es importante, sino que es inevitable. Pero no se entendería que eso se produjera sin que Europa apostara por su territorio estratégicamente mejor situado para canalizarlo. Hablo del asentamiento de sedes de organismos europeos y españoles encargados de estas políticas o la focalización en las islas de encuentros internacionales e intercambios culturales y de conocimiento. Es ahí donde se encuentra, en el presente y en el inmediato futuro, el mayor yacimiento de riqueza y un mutuo beneficio para los canarios y los ciudadanos de los países cercanos. Y es ahí donde, precisamente, no se ha hecho nada.