Dicen que el orgullo es un pecado capital. Pero tengo que confesar que me siento enormemente orgulloso de cómo se ha hecho frente a una situación de alarma en La Gomera. A las personas y a las instituciones se las conoce de verdad en los momentos de dificultad. Porque es en esos instantes en donde se pone en valor la sensatez, la prudencia y la fortaleza de las cosas y las personas.
Todo el mundo conoce ya la historia. En el contexto de una alarma mundial declarada por la Organización Mundial de la Salud a causa del coronavirus de Wuham, el primer caso de un contagio se conoce en nuestra isla. Y a partir de ahí comienzan a funcionar los protocolos de seguridad sanitarios que persiguen tratar a las personas afectadas, aislar la posible transmisión del virus y controlar a quienes hayan estado en contacto con las personas portadoras. Y en todo ese proceso, el comportamiento de nuestros responsables sanitarios, el trabajo de las instituciones de Salud y de las corporaciones públicas implicadas, ha sido ejemplar.
Nos ha tocado vivir una sociedad que cae muy fácilmente en las garras del alarmismo y la mentira. Con el coronavirus no ha sido distinto. Las redes sociales se han encargado de transmitir —con la impunidad que produce el anonimato— falsedades y exageraciones que retratan perfectamente la maldad y la irresponsabilidad que anida en algunas personas. Se han publicado fotos falsas —concretamente un montaje gráfico del año 2014 en homenaje a las víctimas de los campos de concentración nazi— en las que se enseñaban supuestos viandantes tirados en el suelo en medio de una gran ciudad, asegurando que eran fotos “prohibidas” por las autoridades chinas. Se han ofrecido remedios “milagrosos” para el virus gripal, que naturalmente no sirven para curar nada y que en algún caso suponen un peligro para la salud. Y las redes se han llenado de falsas noticias, como la aparición de un supuesto segundo caso en Galicia, cuando no directamente de burlas creadas por algunos miserables capaces de encontrar el humor en la peor de las desgracias ajenas.
Ese ha sido el peor rostro de la crisis del coronavirus. Pero existe otro opuesto. El de los profesionales sanitarios que se han implicado en el tratamiento de las personas afectadas a las que han dispensado todas las atenciones posibles. El de los equipos que se encargaron de realizar la investigación y detección de las personas que pudieron estar en contacto con los turistas en cuarentena, para descartar que pudieran estar afectados por el virus. El de los equipos del Gobierno de Canarias y del Cabildo de La Gomera que se pusieron al frente de la coordinación de todas las acciones, que se ocuparon de dar información veraz y constante y que transmitieron la tranquilidad de quienes están haciendo lo que hay que hacer ante situaciones como la que hemos vivido. El de los ciudadanos que han confiado en todo ese sistema puesto a su servicio, han colaborado con ellos y han mantenido la tranquilidad de sus vidas.
A día de hoy, podemos asegurar que la cuestión más importante, la salud de las personas afectadas y las de la población de nuestra isla, está garantizada. Hemos actuado con velocidad, con rigor y con eficacia. Pero en este tipo de acontecimientos hay otros factores negativos, mucho menos importantes que la salud de la gente pero que pueden causar daños reputacionales a una sociedad que vive también del turismo. Ni Canarias ni La Gomera los han sufrido. La tranquilidad que se ha demostrado en todo el proceso, la serenidad con que se ha actuado y la sensación de eficacia que se ha percibido, más que perjudicar nuestros intereses le ha demostrado a todo el mundo que tenemos un sistema de Salud de primer orden. Que somos un país europeo y moderno capaz de aplicar, sin estridencias innecesarias, los protocolos que exigen este tipo de alarmas que de vez en cuando nos ponen a todos en estado de alerta.
En un mundo interconectado, en donde un enfermo puede viajar en unas pocas horas de un lado al otro del planeta, la diferencia entre el éxito y el fracaso en la contención de una infección reside en la capacidad de reacción y de organización. Por eso hoy me siento orgulloso. Porque hemos demostrado que estamos preparados.