Vivimos una aparente crisis sanitaria global. Y hay pocas cosas que se puedan hacer ante una pandemia, salvo actuar con responsabilidad y con firmeza para garantizar en la medida de lo posible la contención de una enfermedad y el tratamiento adecuado de las personas que la han contraído. Pero todo eso no minimiza el impacto del miedo, que es en realidad el peor enemigo de cualquier grupo humano.
Canarias se ha situado en la geografía de ese miedo con personas contagiadas por el nuevo coronavirus que va apareciendo de forma dispersa por el mundo. Hablamos de numerosos casos en un país de cuarenta y seis millones de habitantes. Unos datos que por ahora no justifican el enorme despliegue mediático que acompaña a la noticia. Pero es la pulsión del temor la que se encarga de amplificar en la sociedad los ecos de una enfermedad que, por lo que se sabe, tiene una tasa de mortalidad parecida a la que produce la gripe común.
Va a ser difícil, por no decir imposible, que el mundo no se vea afectado por este nuevo virus. Ya hemos visto la suspensión de ferias y actividades que provocarían grandes desplazamientos de personas. Barcelona ha tenido un costo importante con la suspensión del Mobile World Congress. Milán, en la Lombardía italiana, está padeciendo los efectos de la crisis, lo mismo que ciudades tradicionales de turismo como Venecia. Los economistas señalan los efectos negativos que va a tener esta enfermedad en el comercio internacional y en los sistemas productivos de muchos países, especialmente los que viven de la venta de servicios turísticos. Y la pregunta es ¿qué podemos hacer?
Solo hay una respuesta posible. Actuar responsablemente y reforzar los mecanismos del estado del bienestar. Debemos tener la absoluta seguridad de que en unos pocos meses el coronavirus de origen chino será una pieza más del museo de la historia. Como lo son ya otros virus que provocaron la alerta y el miedo en el pasado, como aquella Gripe A, que nos sacudió con el mismo miedo exagerado, que originó un gasto público masivo en vacunas aparentemente inútiles. Todo regresará a la normalidad y al final lo que va a quedar será nuestra capacidad de reacción con las personas afectadas, con las familias atemorizadas y con la sociedad a la que servimos.
La Gomera, como todo nuestro Archipiélago, superará estos momentos difíciles. Sin duda. El temor causará efectos en el turismo que probablemente son imposibles de evitar. Es el precio que tendremos que pagar, junto a otros muchos destinos, por el clima de incertidumbre que está afectando ahora mismo a quienes leen informaciones exageradas o tremendistas en las redes sociales y medios escandalosos. No será fácil enfrentarse a estas consecuencias, que provocarán una caída en la facturación del turismo en las islas. Pero tarde o temprano volveremos a la normalidad.
De todo se puede aprender. Y en estos malos momentos también se puede y se debe. Una economía sana es aquella en la que todos los sectores productivos juegan un papel importante en la prosperidad social. Nuestra isla es un pequeño ejemplo de esa sociedad sana. Vivimos del turismo tanto como del comercio, de la agricultura de excelencia y de un incipiente sector industrial. No podemos despistarnos de ese camino. Mucho más peligroso que cualquier virus coyuntural es esa otra enfermedad insidiosa que afecta a veces a las cosas: el retraso en el desarrollo, el abandono de las medidas que fomenten el progreso, la existencia de bolsas de población que padecen condiciones de vida de peor calidad que las del resto.
En La Gomera, como en toda Canarias, estamos actuando con responsabilidad ante la mayor campaña de publicidad negativa que nos ha tocado vivir. En un mundo globalizado, donde se ha viralizado la información sin control y el alarmismo, es imposible no sufrir las consecuencias de los ataques de miedo mediático. Pero debemos tener la sensatez de saber que esto pasará. Que nuestra fortaleza consiste, hoy y siempre, en ser fieles a nuestro carácter, a nuestras esperanzas y ambiciones. Perseverar en el trabajo bien hecho, en la hospitalidad de una isla que avanza en el camino de la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente, es la mejor medicina ante las incertidumbres. El miedo pasará y nosotros seguiremos aquí, luchando para que nuestros hijos vivan en un mundo mucho mejor que el nuestro. Y todo lo demás no es que no importe, es que es inevitable. Y estoy seguro de que lo haremos lo mejor posible.