Llevo casi 40 años compartiendo la pasión de educar con miles de docentes de Canarias, de escuelas rurales y urbanas, de barrios y de pueblos, de todos los niveles educativos. Amo profundamente la que considero todavía mi profesión, siempre me he sentido orgullosa de pertenecer al colectivo docente, que ha tenido que reinventarse continuamente, adaptándose a los cambios vividos en la escuela y en nuestra sociedad, sin demasiada ayuda por parte de su empresa. Dejé “formalmente” la docencia hace unos meses, muy satisfecha por todas las “buenas escuelas” que compartí, en las que proporcionamos a nuestro alumnado experiencias educativas enriquecedoras, implicando siempre a las comunidades educativas. En todas ellas me encontré con muchas mujeres y hombres, “portadores de sueños” como los llama Gioconda Belli, que como ella dice “como laboriosas hormiguitas no dejaban de soñar y de construir hermosos mundos, de hombres y mujeres que se llamaban compañeros, que se enseñaban unos a otros, que se consolaban en las muertes, se curaban y cuidaban, se querían, se ayudaban en el arte de querer y en la defensa de la felicidad”. Por ello, tengo el atrevimiento de escribir estas reflexiones sobre la labor realizada por el profesorado “portador de sueños” en este periodo de confinamiento.
Docentes en tiempos de confinamiento
Si algo ha puesto de relieve el confinamiento es la importancia de los servicios públicos, y en concreto de la escuela pública, sobre todo para los colectivos más vulnerables, con menor nivel socio-económico-cultural, que no disponen de las herramientas para suplir sus funciones, manifestándose como uno de los pocos espacios para garantizar la igualdad de oportunidades a la ciudadanía, siempre que las administraciones correspondientes faciliten los recursos humanos y materiales necesarios. En estos días he pensado mucho en las dificultades que nos encontramos en la educación pública para ofrecer esa equidad en una sociedad tan desigual como la nuestra. Y lo he hecho porque el confinamiento nos ha facilitado una nítida imagen de los déficits de un sistema educativo incapaz de garantizar una educación inclusiva, de no dejar a nadie atrás y de dar una respuesta coordinada ante una situación excepcional, más allá de lo que cada centro educativo y, a veces cada docente, ha sido capaz de ofrecer. También ha dejado en evidencia que no se puede sostener virtualmente y desde el encierro un sistema que fue pensado fundamentalmente para la presencialidad, en una realidad que cuenta con una significativa brecha social. Por eso me ha llamado poderosamente la atención que no se haya señalado suficientemente y de forma pública la labor realizada por miles de docentes, perdiendo una valiosa ocasión de reconocer la labor docente, muchas veces invisibilizada e incomprendida y socialmente poco valorada.
Lo cierto es que la mayoría del profesorado ha hecho una labor silenciosa e inmensa en “primera línea” (a distancia, con las dificultades que esto conlleva) de atención al alumnado y a sus familias, pues se han reencontrado con los problemas que tenían en la enseñanza presencial, pero aumentados por la distancia: dificultades de una educación personalizada por ratios muy altas, problemas para atender las diversidades presentes en las aulas por falta de profesionales de apoyo y orientación con quienes coordinarse y trabajar conjuntamente, limitaciones para desarrollar una educación on line por falta de medios digitales (del profesorado y alumnado) y de formación de las comunidades educativas, e impotencia ante la incapacidad para atender al grupo de menores y familias desconectadas, que se han quedado sin acceso a la educación.
Hemos estado confinados, confinadas, también el profesorado. Y en este confinamiento, sin más recursos que los que cada docente tenía, el profesorado ha tenido que poner en marcha, sin apenas tiempo, una enseñanza a distancia, que “sustituyera” la enseñanza presencial que desapareció inesperadamente. Con su ordenador, su móvil y su internet, mañanas, tardes, incluso algunas noches, muchos docentes han intentando localizar y atender al alumnado y a sus familias, han creado tareas para la diversidad presente en sus grupos, agudizando su creatividad e imaginación, han resuelto dudas, han buscado y elaborado recursos y actividades divertidas para que su alumnado disfrutara en compañía de sus familias, han corregido tareas que llegaban por correo electrónico, whatsapp o alguna de las diversas plataformas educativas, han hablado con las familias, buscando su colaboración y ofreciéndose a ayudar en lo que pudieran, han participado en reuniones con el ciclo, el claustro… y escrito multitud de mensajes entre compañeros y compañeras dando y buscando ideas y recursos, pidiendo y proponiendo soluciones a los problemas que iban surgiendo, y han completado los informes, encuestas y actas solicitados por la administración educativa; siempre sin horarios. Especial mención me gustaría hacer del profesorado de educación infantil, etapa educativa no obligatoria, no siempre suficientemente considerada, y en la que el acompañamiento emocional, el mantenimiento de los vínculos que necesitan los niños y las niñas con su maestra, con su maestro, es fundamental y especialmente difícil. Muchas son las compañeras y compañeros de esta etapa, que siempre han destacado por su pasión, dedicación y profesionalidad, que durante muchas horas al día han estado colgadas a su teléfono hablando con cada niño, con cada niña y orientando a las familias, diseñando actividades creativas, grabándose contando un cuento, programando videoconferencias para que su grupo se viera, se escuchara, se sintiera…, con un agradecimiento gigantesco a las familias que canalizaban y colaboraban con sus propuestas.
Pero no olvidemos que este profesorado también convive con su familia y que tiene que hacer las tareas de cuidado en su hogar, acompañar a sus hijos e hijas, ayudarles en sus tareas escolares, atender a sus mayores, enfermos y dependientes, algunos en casa y otros en la lejanía. Este profesorado también tiene que compartir sus recursos digitales, soporta dificultades tecnológicas y algunos problemas de cobertura. Este profesorado vive el agotamiento, el miedo, la tristeza y la angustia que los días de confinamiento van provocando en todos los seres humanos. Así que permítanme que agradezca y felicite la enorme capacidad, esfuerzo y empatía que he visto en muchos compañeros y compañeras con quienes sigo conectada, muestra del profesorado canario, para afrontar esta situación, con un apoyo anecdótico por parte de las administraciones educativas. Les aplaudo con todas mis fuerzas, pero más que aplausos, reclamo, –reclamamos–, devolver la educación pública al lugar que le corresponde.
Devolvamos la educación pública al lugar que le corresponde.
Lo cierto es que se ha echado de menos una política educativa distinta, más valiente, capaz de atender a las necesidades de aprendizaje de los sectores más desfavorecidos, ha faltado un seguimiento más cercano de los centros educativos para ver qué necesitaban y aportar soluciones. La situación es compleja y con deficiencias importantes heredadas, es evidente que se trata de una tarea complicada. Aún así, la información, las medidas e instrucciones han sido confusas, poco transparentes, lentas y tímidas. Pero, lo cierto es que muchos docentes han asumido su autonomía profesional y han puesto en marcha propuestas de atención alentadoras, experiencias pedagógicas ilusionantes, sin esperar ni subordinarse a las comunicaciones del aparato de gestión del sistema educativo. Esperemos que esta crisis colabore en que el profesorado estreche sus relaciones, se cuide y se cohesione como colectivo, una cohesión necesaria para poder afrontar, cuando se vuelva a los centros, el reto de garantizar el derecho a la educación -no el de la mera escolarización- a toda la población. Cuando los centros educativos vuelvan a abrir sus puertas, el profesorado tendrá una tarea ingente por delante para intentar compensar las desigualdades acrecentadas. Habrá que tener en cuenta el alumnado que llega con mayores carencias curriculares, personales y sociales, al que no se ha podido contactar, o a quienes han tenido vivencias especialmente complejas, para dar la mejor respuesta a sus necesidades. Cuando se regrese a las aulas el alumnado necesitará conversar, expresarse, relacionarse, cuidarse… Habrá que facilitar espacios seguros y tiempos, sin la presión de los contenidos, los deberes, las evaluaciones, los resultados…, con calma y tranquilidad.
Y para poder llevar a cabo esta educación segura, lenta, reposada, inclusiva, donde se pueda personalizar el proceso de aprendizaje y atender a la diversidad, es necesario comenzar el curso próximo con ratios más bajas y con recursos humanos suficientes para hacer frente a programas de apoyo educativo, personal y social. Tras una larga etapa de recortes en educación, es necesario comprometer a los poderes públicos para que se dote a los centros educativos de los recursos necesarios para desarrollar una educación pública de calidad, que contemple la opción de una verdadera formación online como una realidad para todos los centros y no un privilegio de aquellos que tengan más medios. Es necesario que, en situaciones cotidianas, habituales y en las excepcionales, todos y todas puedan disfrutar de las mismas oportunidades. La tecnología ha sido necesaria en el periodo de confinamiento, pero lo más importante han sido y son los equipos docentes, que en colaboración con las familias, han trabajado en una idea común de escuela pública, en la que preparamos al alumnado para que sea capaz de ser protagonista de su propia vida y de participar y convivir en una sociedad democrática, en un mundo que es posible mejorar y que está en sus manos hacerlo. Por ello es imprescindible visibilizar la importancia de la función de la educación y de sus docentes, mucho más en tiempo de coronavirus.