Algunos expertos internacionales consideran que lo que se ha hecho en países como España o Italia con el coronavirus ha sido “una práctica medieval”. Opinan que es una locura paralizar la sociedad y encerrar a todo el mundo en sus casas, porque los daños que se causa a la economía son tremendos. Y ponen de ejemplo otros países en donde se ha contenido la pandemia sin encierros masivos, a través del comportamiento responsable de los ciudadanos y de las medidas de protección individual (aunque también han pagado su correspondiente costo en pérdida de vidas humanas).
Hacer profecías después de que las cosas hayan pasado es una profesión de mucho éxito. Y cada día hay más gente trabajando en ello. Pero la realidad, dicha en términos coloquiales, es que “el bicho se nos fue de las manos”. El coronavirus se expandió demasiado rápidamente en nuestro país —como pasó en otros de Europa— y hubo que adoptar medidas excepcionales jamás vistas en nuestra democracia. Medidas que recortaban la libertad de los ciudadanos y que lesionaban derechos fundamentales. Dolorosas, pero imprescindibles para salvar vidas.
Es importante que tengamos claro todo esto. La pandemia se frenó con un costo en vidas humanas, en sacrificios personales y en tragedias familiares de personas que no pudieron despedirse de sus seres queridos. Y además de todo ello, el colapso en la producción y el consumo producido por el largo confinamiento, ha causado un daño económico muy profundo del que nuestro país tendrá que recuperarse lenta y dolorosamente.
Pero lo que debemos aprender, ahora, es que tenemos que convivir con el virus. Hasta que no haya una vacuna o hasta que no tengamos un tratamiento, nuestro comportamiento individual y colectivo debe estar basado en una “nueva normalidad”. La misma que se ha seguido en esos países que, como Suecia, ha demostrado que se puede trabajar y funcionar sin miedo al contagio, si se es responsable. Tenemos que aprender a vivir y a producir adoptando algunas saludables medidas de prevención. Nuestra vida tiene que seguir adelante. Y el deber de las instituciones es estar vigilantes para actuar rápidamente ante el menor caso de contagio detectado. Como ya hemos aprendido a hacer en el pasado y cómo tal vez tengamos que hacer alguna vez en el futuro. Ojalá que no sea así, pero estaremos preparados y se contendrá de manera rápida y eficaz cualquier peligro.
Canarias, que es uno de los destinos más seguros de Europa, necesita que el turismo regrese. Y lo que debemos difundir no es miedo, sino confianza. Tenemos los mejores centros hospitalarios de una de las mejores sanidades públicas del mundo. Tenemos una población perfectamente mentalizada y unos profesionales de la hostelería y la restauración perfectamente preparados para cumplir con todos los protocolos que garantizan la seguridad de sus clientes. Debemos empezar la desescalada de la desconfianza y de los temores.
No debemos engañarnos. La recuperación será lenta y costosa. Pero cuanto antes empecemos a caminar, antes empezaremos el camino. Ojalá tuviésemos millones de visitantes este verano y este próximo invierno. Seguramente no será así, pero debemos prepararnos para que lo sea. Y empezar a rodar nuestros mecanismos de información sanitaria, de prevención y de control. Debemos hacer que todas las personas que nos visiten cuenten a los suyos que se han sentido atendidas y seguras en Canarias. Porque ese ha sido siempre el secreto del éxito de estas islas: el cliente satisfecho. Los viajeros que regresan a sus países hablando de este destino tranquilo, seguro y placentero.
Es hora de empezar a dejar el miedo atrás. Hay que seguir adelante con una nueva cultura de la responsabilidad, pero sin temores paralizantes. Logramos que nuestra capacidad hospitalaria no se colapsara y hoy estamos en condiciones de atender a todos los que lo necesiten. Superada la crisis sanitaria, debemos afrontar la económica en dos frentes: conseguir la financiación pública que necesitamos del Estado y conseguir reactivar los sectores productivos de la economía privada.
Tengan ustedes por seguro que vamos a demostrar, en esos dos frentes, la misma firmeza y la misma convicción con la que luchamos en la batalla contra el virus. Ni nos venció la enfermedad, ni nos vencerá la amenaza de la pobreza.