La conocida en Valle Gran Rey como «Guerra del Agua» hace referencia a un conflicto por el uso y gestión de este recurso vital, que alcanzó su punto culminante en 1948 y en el que, tras una dura lucha, y haciendo frente a los intereses de la clase agroexportadora y los poderes públicos que los amparaban, los pequeños propietarios del Valle Alto consiguieron mantener sus derechos sobre el agua del Risco de Guadá.
La importancia de lo sucedido radica en que, en unos tiempos duros, de miseria y opresión política, una comunidad entera se alzó en defensa de lo que consideraban justo, como reflejaba un cantar popular en aquellos días: «Por el agua del Risco / damos la vida / porque de ella depende / nuestra comida»[1]
Los conflictos en torno al agua son, básicamente, una expresión del problema de la tierra, de la contraposición entre la pequeña propiedad frente a la grande y de sus intereses, casi siempre, antagónicos. En La Gomera, a finales del siglo XIX y principios del XX, la gran propiedad va a introducir dos nuevos cultivos demandados en el circuito agrocomercial internacional: el tomate y el plátano. El capital extranjero va a controlar la comercialización, mientras que la terratenencia local ejercerá de intermediaria.
La consecuencia va a ser la sustitución del sistema tradicional de riego, la dula, en favor de otro que respondía mejor a los intereses de la clase agroexportadora: el turno de horario. Como marco legal para este cambio entran en escena las comunidades de regantes, organismos de gestión del agua controlados por los grandes propietarios de tierras y amparados por el poder político, que tenía en el caciquismo su principal método de control.
La resistencia a estos cambios dio lugar a luchas por el agua en diversas partes de La Gomera.
Nacientes y acequias: el reparto tradicional
Las aguas que nacen del Risco de Guadá han sido determinantes para la explotación agraria de Valle Gran Rey a lo largo de su historia. Los nacientes están en la cabecera del barranco, en el Risco de Guadá y cauce del encajado barranco del Agua, un acuífero sobre una capa impermeable de basaltos antiguos, cubierta por las lavas de un material más reciente. Las aguas que discurren por el barranco se emplean para el riego de las fincas de la zona, en riguroso orden, siendo las acequias, tomas a diferentes alturas del terreno de ese canal principal que sería el barranco.
El agua corresponde a los regantes del Valle Alto a partir de «romper el alba» (una hora antes de la salida del sol), que es el momento de encender el farol y «entrar el agua» para hacer los repartos por las distintas acequias que, a diferente altura, la conducen horizontalmente por las dos laderas del Valle Alto, para regar por turnos los terrenos con un agua pública y socializada. En la ladera izquierda (mirando al mar), y desde el nivel más alto hasta el más bajo, las principales acequias son: los Chorros, los Manantiales, el Molino y Cerco Rey. En la banda derecha: la Alta, la Fábrica y las Chocitas.
Por la tarde, el quebrador las «quebra» o «tumba», es decir, se cierran las tornas hacia el cauce del barranco para que discurran hacia el Valle Bajo. La hora viene determinada por el momento en que la sombra del risco de La Mérica llega a la ermita de Los Reyes. En ese momento se tumban desde la acequia de la Casa de la Seda hacia arriba, siguiendo hasta la acequia de Cerco Rey, que se tumba llegando la sombra a la misma torna. El resto de las acequias, de dicho punto para arriba, se tumban cuando las sombras llegan hasta el centro del barranco. Así ha sido siempre el reparto tradicional que los terratenientes del Valle Bajo quisieron modificar.
Antecedentes del conflicto por el riego: finales del XIX
En Valle Gran Rey, el origen del conflicto se remonta a 1894, con la denuncia que presenta Manuel Trujillo contra Pastor Casanova y otros regantes por impedirle regar unos terrenos en Borbalán, propiedades que había adquirido a los descendientes de los antiguos señores de la isla. Los denunciados alegaban que esos terrenos no tenían derecho a riego por no haberse regado nunca. El litigio se alarga hasta 1897, y en la resolución del mismo, el Gobernador Civil ordena la restitución del riego al denunciante, introduciendo una cuestión que va a ser constante durante todo el conflicto: instar a los ayuntamientos de Arure y Vallehermoso a la creación de una comunidad de regantes, argumentando la «mala gestión de las aguas y la apatía de los propietarios».[2]
Comunidad de regantes: un segundo intento (1928-1929)
Al calor del auge de los cultivos de exportación, Valle Gran Rey asiste a la transformación de su plataforma sedimentaria costera, con la roturación de nuevas tierras para los cultivos demandados, en sustitución de los cereales, construyéndose infraestructuras de riego (norias y pozos) y portuarias (en Vueltas se construiría un pequeño embarcadero en 1907).
En 1928 un grupo de propietarios insta al alcalde a que impulse la creación de una comunidad de regantes, siguiendo el modelo de las que ya se habían fundado en Hermigua (1916) y Agulo (1928). No resulta ajeno a este hecho la segregación de Guadá (y de toda la margen izquierda bajando del barranco de Valle Gran Rey) del municipio de Vallehermoso y su incorporación al de Arure en 1927, conseguido con el apoyo en Madrid del diputado Leoncio Bento, máximo exponente de la gran propiedad en Agulo e impulsor de su comunidad de regantes. En su argumentación se apostaba claramente por generalizar los cultivos de exportación y se señalaba que, todos aquellos que se oponían, lo eran debido a su «espíritu atrasado». La tensión creada entre agroexportadores y pequeños propietarios del Valle Alto se aplaca provisionalmente con la visita del Gobernador Civil en octubre de 1929, que preside una reunión entre las comisiones de ambas zonas y propone unas bases para lograr un acuerdo en la gestión del agua de riego.
En la propuesta se introducían una serie de apartados que iban ligados a los intereses de los agroexportadores que, de esta manera, pretendían dejarlo todo bien atado a sus objetivos. El más evidente es que en las comunidades de regantes, el voto era proporcional a la superficie que se poseyera, al tamaño de la propiedad. Esto abría la posibilidad a que las decisiones de los mayores propietarios fracturasen por completo las costumbres locales como, por ejemplo, autorizar a regar terrenos que hasta ese momento no tenían derecho a riego. Hay que tener en cuenta que el único espacio agrícola que se podía ampliar era el ubicado en la plataforma costera, ya que en Guadá eso era imposible. Además, la inclusión de la disposición de informes técnicos que debían tener en cuenta las condiciones ambientales (suelo y clima) suponía otra concesión a los regantes de la zona baja, ya que los mejores suelos se encontraban en la plataforma sedimentaria (costera), siendo también la zona más árida.
Por un lado, se encontraba el marco legal terrateniente y, por otro, el derecho consuetudinario del agua, empleado y gestionado por el pequeño campesinado y sus policultivos de autoconsumo (papas, batatas, millo, ñames…). El convenio no terminó de convencer a una mayoría de regantes de la zona alta porque eran sabedores que lo recogido en el mismo suponía la antesala a un cambio en el sistema de riego, que conduciría a la pérdida de sus derechos adquiridos por los «usos y costumbres». Así que, siguieron organizando el riego mediante el sistema tradicional: la dula. La semilla del conflicto estaba sembrada.
La clase agroexportadora toma el mando
Durante el período de la República la situación permaneció sin cambios, y sería a partir de la finalización de la Guerra Civil, con un régimen político favorable a sus intereses, tanto a nivel nacional como local, cuando la oligarquía de Valle Gran Rey tome la iniciativa. Las primeras medidas van encaminadas a restricciones en materia de riegos, que llevan a que numerosos regantes del Valle Alto sean multados en el verano de 1940 acusados de quebrantar el turno de aguas de riego.
El año de 1941 arranca con la aprobación del cambio de nombre del municipio, que pasará a llamarse Valle Gran Rey, en lugar del oficial hasta entonces, Arure. En el mes de mayo, la alcaldía dictamina, unilateralmente, la alteración de los horarios tradicionales de riego, alegando la necesidad de ordenar los mismos, el de ser confusos y el supuesto abuso en el uso de las aguas públicas. Con ello cumplía con la exigencia de los agroexportadores locales de adaptar el suministro de agua a los ciclos del plátano, usurpando con ello dos horas de riego a los pequeños propietarios de Guadá. Al mismo tiempo se ponen en marcha todos los mecanismos administrativos para constituir una comunidad de regantes: informe técnico, visita del Gobernador Civil.[3]
Estas medidas se van a encontrar con la oposición de los regantes de la zona alta. El resultado se traduce en multas, que oscilaban entre las 25 y las 2.000 pesetas para los «elementos más destacados» y la detención y arresto en la prisión de San Sebastián para un grupo de vecinos y vecinas de la parte alta (siete hombres y siete mujeres). Los argumentos esgrimidos por las autoridades para estas duras medidas son el «dar un ejemplar castigo a quienes se oponen a la ordenación del riego, desafiando el principio de autoridad y estar en estado de casi rebeldía». En todo caso, las denuncias y las multas no acababan de amedrentar a los regantes, ya que en agosto más vecinos iban a ser denunciados.
La noche del 30 de octubre del año 1941, un terrible temporal se desató en Valle Gran Rey, y sobre La Gomera entera, causando pérdida de vidas humanas y cuantiosísimos daños materiales. Si ya antes de esta tragedia la situación socioeconómica de la isla era crítica, por las duras condiciones de la posguerra y la imposibilidad siquiera de emigrar, este desastre natural vino a poner a los gomeros en un escenario desesperado. El 11 de noviembre la alcaldía comunica al Gobierno Civil las pérdidas sufridas por los multados. Sin embargo, lejos de suponer la condonación de las multas, el Gobernador Civil, como única concesión, les amplía en quince días el plazo para abonarlas:
El enfrentamiento no era sólo con los regantes del Valle Alto. La modificación de los horarios de riego y el impulso del plátano, dio pie a que, en 1943, algunos propietarios de la zona baja, miembros destacados de la clase agroexportadora, acondicionaran nuevos terrenos de cultivo e intentaran dar riego a terrenos que eran de secano. La oposición del resto de regantes de la zona baja que no estaban dispuestos a que se les sustrajera agua para regar unos terrenos que nunca se habían regado, ni tenían derecho a la misma, contó con el respaldo del Gobernador Civil, teniendo como resultado que estas iniciativas no prosperasen.
El «golpe de Estado»: 1947
Una vez finalizada la II Guerra Mundial, y con la reactivación del negocio frutero, se reiniciaron con más vigor las exportaciones y la necesidad de ampliar la superficie dedicada a estos cultivos, especialmente el plátano. En Valle Gran Rey esto se traduce en un aumento de la presión a las instituciones públicas para que pusieran orden en el riego, ya que desde el sector agroexportador se consideraba un sabotaje que los usuarios de la zona alta no respetaran los horarios «acordados»; estando en juego cuantiosas inversiones económicas.
A lo largo de este duro período de postguerra, en Valle Gran Rey se vive una latente tensión social que acaba estallando en junio de 1947. En un contexto de penuria, de extremo minifundismo, cada gota de agua se convierte en vital, en medio de una sequía que aún habría de durar. Los regantes de Guadá van organizando «Juntas», siempre de noche, primero al lado del cementerio, y luego en la conocida como Toca o Tosca de la Loma, o Montaña de la Romera, en donde muestran su determinación por recuperar las dos horas de riego que consideran les han arrebatado injustamente el año 1941, y volver a los usos y costumbres tradicionales en cuanto al riego.
En una de esas Juntas, el maestro pedrero Claudio Pérez, natural de Granadilla, Tenerife, dice: «Vamos a dar el golpe de Estado el día de San Antonio de Padua, que es la fiesta de mi pueblo, y si ganamos la pelea, compramos un San Antonio». El 13 de junio es la fecha acordada y pasan a la acción. Los regantes de las aguas del Risco de Guadá se distribuyen por las diferentes acequias, así, cuado el quebrador llega al tanque de los Rodaderos se encuentra con un grupo de hombres que no le dejan tumbar el agua, lo mismo en Cerco Rey, en Las Chocitas… impidiendo que el agua fuera para el Valle Bajo hasta que las sombras no llegase a las marcas tradicionales.
Las semanas siguientes son de gran tensión: se concentra la Guardia Civil en el pueblo, creándose un ambiente de terror, con palizas, arrestos y hasta algún tiroteo intimidatorio. En las acequias se producen sabotajes para acusar de los mismos a los regantes de la zona alta. Se nombran comisiones de ambas partes y se mantienen reuniones, pero sin llegar a alcanzar ningún acuerdo. A instancias del Gobernador Civil llega a Valle Gran Rey un ingeniero de Obras Públicas para elaborar un Informe con una propuesta de solución al conflicto.
En agosto la situación se complica más aún. El día 9, los vecinos se concentran en torno a las acequias, sobre todo mujeres y niños, para impedir el paso del agua hasta las horas convenidas, siendo conminados por la Guardia Civil a que cesaran en su actitud y se disolvieran, llegando incluso a hacer un disparo al aire. Las mujeres, inquebrantables, permanecían y sólo, lentamente, se iban yendo con el objetivo de trasladarse a otros lugares de la acequia donde, nuevamente, cortaban el agua. Tras los hechos, un buen número de vecinos de Guadá fueron detenidos y trasladados a la prisión de San Sebastián, mientras que seis de ellos, los considerados cabecillas, son enviados a la prisión provincial de Tenerife. De la voluntad inquebrantable de los vecinos de Guadá dejá constancia el informe elaborado por el Brigada de la Benemérita «describiendo» lo sucedido el día 13, cuando se personaron a las 15:00 horas en Guadá, para supervisar el cumplimiento de la orden de dejar pasar el agua para la zona baja [subrayados nuestros]:
«… empezaron a sonar desde diferentes puntos unos toques producidos con un cuerno o caracol llamado “Bucio”, que sin duda era la señal para reunir al vecindario, saliendo precipitadamente de sus casas cuantos hombres, mujeres y niños había en ellas, estableciéndose los primeros en la zona más alta a uno y otro lado del barranco, y las mujeres y niños apiñados en las acequias sobre las tornas para impedir la bajada del agua, sumando entre todos más de setecientas personas.
Llegada la hora de las 16:30 que es la señalada para cortar las aguas a la zona baja, se procuró por todos los medios llevarlo a efecto, pero como colocados sobre las bocas de riego se encontraban en primer lugar mujeres embarazadas, otras con niños de pecho en brazos y gran número de muchachos que se metían y sentaban en el agua para impedirlo, se trató de desalojarlos de forma enérgica, teniendo que desistir ante la decidida obstinación de mujeres y niños, y la actitud de los hombres que desde todas las alturas las alentaban a que fueran valientes y ninguna se moviera, limitándose todos a decir que preferían morir en masa para que regaran con su sangre al día siguiente sus propiedades los de abajo antes de consentir que les quitasen lo suyo, ya que no hacían otra cosa que defender lo que era de ellos, siendo inútiles cuantos consejos y razonamientos se les hicieron para convencerles del error en que se encontraban y lo perjudicial de su actitud rebelde que no podía ser tolerada ni dejada sin sanción.
Ante esta actitud inquebrantable, que solo por la fuerza de las armas podía haberse reducido, si bien teniendo que causar buen número de víctimas sin conseguir otra cosa que la rotura de las atargeas puesto que por la gran extensión de las mismas, de más de dos kilómetros, y las doce tornas o bocas de riego que existen a lo largo de la acequia no podía defenderse con la fuerza de que se dispone, hubo de desistirse de toda actuación violenta y, al llegar la sombra del denominado “Rumbazo del Tío Méndez”, voluntariamente se retiraron todos y dejaron discurrir las aguas a la zona baja».[4]
Este informe, que tiene un valor documental extraordinario, recoge un aspecto que interesa resaltar, y es que los regantes de la zona alta no estaban en contra de que los de la zona baja tuvieran agua, sino que no aprobaban la hora fijada; de ahí, que cuando la sombra llegó al lugar señalado se retiraron.
Esto no amedranta a los propietarios de la zona alta, que crean su propia comunidad de regantes del Valle Alto. El alcalde es relevado de su cargo y el mando es tomado por el Delegado del Gobierno en La Gomera, que, como primera medida, ordena investigar el motivo por el cual el suministro de los productos de racionamiento no ha llegado a los comercios de Guadá.
Portada de las Ordenanzas de la Comunidad Zona Alta de Valle Gran Rey (Gomera)
Sello de la Comunidad de Regantes de la Zona Alta. Valle Gran Rey (Gomera)
A partir de los sucesos de agosto, y los pasos que se habían dado: el cambio en la alcaldía, la toma del mando por parte del Delegado del Gobierno y la puesta en libertad de los presos gubernativos, con motivo de la consagración del nuevo obispo, Domingo Pérez Cáceres, parecían haber aportado elementos de distensión al conflicto. Sin embargo, se trataba de una tensa calma social, donde los elementos de fricción permanecían latentes y se manifestaron en los meses siguientes. A principios de septiembre se volvieron a presentar denuncias contra regantes del Valle Alto por discrepancias por el riego; el 30 de este mismo mes un numeroso grupo de vecinos presenta una denuncia contra el que había sido alcalde, Alfredo Horas de la Vega; se vuelve a instar al cumplimiento de la disposición de la Dirección General de Obras Hidráulicas sin que los propietarios del Valle Alto la acaten; y se produce la impugnación de los regantes de la zona alta a la disposición dictada por la Jefatura de Obras Públicas en materia de riegos.
El desenlace: 1948
El año 1948 es conocido como el «El año de la seca». Un informe municipal se hace eco de ello en los siguientes términos: «La pertinaz sequía y los violentos vientos y calores desproporcionados que vienen sucediéndose». En marzo estamos en antesala de la tragedia. La alcaldía convoca una reunión de regantes de la zona baja el día 8, donde deciden constituir la comunidad de regantes de la zona baja de Valle Gran Rey e iniciar los trámites para la redacción de las ordenanzas y reglamentos.
Mientras tanto, los regantes de la zona alta constituyen una Sociedad Civil de Riegos, también con la finalidad de administrar las aguas de los manantiales del Risco de Guadá, tomando la resolución de que, a partir del 1 de abril, comenzara el corte de las aguas de riego hacia la zona baja, hasta que las sombras lleguen a las marcas tradicionales.
Por su parte, desde los poderes municipales se toma partido por los intereses de los agroexportadores, informando al Delegado del Gobierno que los regantes de la zona alta están en un estado de desacato y rebeldía. Ante esta situación, el 26 de marzo se concentra en Valle Gran Rey el Sargento Comandante de la Guardia Civil de San Sebastián con cinco números. La tragedia está lista.
El 31 de marzo de 1948 va a convertirse en una jornada dramática cuando la Guardia Civil tirotea, por dos ocasiones, a una multitud de vecinos concentrados en el Lomo del Moral, que, según versión del cuerpo armado, les insultaban y tiraban piedras. El tiroteo deja como resultado una mujer muerta y otras tres heridas. La fallecida fue Ruperta Cruz Chinea, de 62 años, vecina de Lomo del Moral, según reza el informe del médico Manuel Chinea Rolo «por peritonitis, por perforación de proyectil en el estómago, que le atravesó el vientre».
A raíz de estos trágicos sucesos y con la mediación del obispo Domingo Pérez Cáceres, el Gobernador Civil toma las riendas del conflicto, propone una tregua, se crean comisiones componedoras en ambas zonas y envía un técnico para ayudar en la mediación. El 22 de abril se consigue el acuerdo de todas las partes y se constituye, de modo provisional, la comunidad de regantes de las zonas alta y baja de Valle Gran Rey, que entraría en vigor definitivamente el 21 de junio de ese año y que reconoce a los vecinos de Guadá sus derechos tradicionales sobre el riego.
Sin embargo, la clase dominante aún se resiste. El 30 de abril, ante el acuerdo alcanzado y la normalidad existente en Valle Gran Rey, el Gobernador Civil ordena la desconcentración de la totalidad de fuerzas en el pueblo, pues ya no considera necesaria su presencia. Esto no es visto con buenos ojos por los grandes propietarios, quienes permanecen inquietos por los términos alcanzados en la resolución del conflicto, y no dudan en presionar al alcalde para que moviera los hilos necesarios y mantuviera el contingente de la Guardia Civil en la localidad, solicitando, además, que extendiera su presencia a través de la creación de un puesto permanente de la misma. Argumentaban para ello la necesidad de restablecer el respeto a la autoridad y las leyes, garantizar la vigilancia y el cumplimiento de los acuerdos, y que la solución que se ha dado al régimen de las aguas de riego, tome carácter firme y definitivo. El ayuntamiento está dispuesto, incluso, a realizar el gasto económico que se genere, llegando a elevar un escrito al Gobernador Civil. La solicitud no sería atendida, puesto que la Guardia Civil acabó retirándose de Valle Gran Rey y tampoco se instaló un puesto permanente de la misma en la localidad.
En agosto de 1948 se pone el punto final cuando queda constituida, definitivamente, la comunidad de regantes de las zonas alta y baja de Valle Gran Rey. Desde entonces, el riego quedó bajo la gestión de la recién creada comunidad de regantes, con la particularidad de que en Guadá se mantuvo el sistema de riego tradicional más acorde con sus necesidades hortícolas y en la zona baja se practicó el turno horario.
La promesa cumplida: San Antonio de Padua
La construcción de la ermita de San Antonio es una consecuencia de la promesa hecha por los vecinos de Guadá, en un terreno cedido por María Barroso, en el mismo lugar en donde habían tenido lugar las Juntas. En aquella montaña alta y de tosca viva estuvieron trabajando, de forma voluntaria, picando por turnos, cavando un zanjón para construir la ermita. La madera vendría del monte, bajada a escondidas por el camino de la Tranquilla. En el año 1951 se termina la ermita y en 1952 se celebra, por fin, la primera fiesta en honor a San Antonio de Padua: cantaron los tambores «San Antonio sin espada / ganó la guerra pasada». Y así hasta hoy, cada 13 de junio los vecinos de Guadá celebran su fiesta, renovando la promesa realizada en aquellos lejanos días.
Epílogo
Lo sucedido con la «Guerra del Agua» es un indicador de los primeros síntomas del agotamiento del modelo de gestión territorial explotado bajo el sistema de producción terrateniente, que mantenía a una población, mayoritariamente campesina, en condiciones de pobreza. La situación del campo gomero era insostenible y comienza el abandono generalizado. La emigración arranca de nuevo, con una fuerza inusitada, inicialmente para el Sur (de Tenerife). Entre 1948 y 1949 llegaron los primeros contingentes de gomeros a trabajar al tomate en Rasca. Luego, hacia Venezuela.
En un contexto, dominado en lo económico por un sistema de producción terrateniente; en lo social, por relaciones de dependencia y coerción; y en lo político, por una dictadura, en la que el enfrentamiento al poder significaba represión, cárcel o muerte, toda una comunidad, la constituida por los regantes de Guadá, fue capaz de rebelarse contra la injusticia para defender sus derechos sobre el agua de riego que los terratenientes locales habían alterado unilateralmente en su propio beneficio. Tras una dura lucha, los pequeños propietarios del Valle Alto consiguieron mantener los usos y costumbres tradicionales del agua de riego del Risco de Guadá. Pero no fue este un derecho recuperado por las buenas, sino que, fue conquistado en una desigual disputa, en la que sus armas fueron la unión y la solidaridad para defender un bien del que dependía su propia subsistencia.
Las interpretaciones interesadas y la desmemoria intencionada han querido dejar enterrados en las cunetas de la historia estos hechos que necesitan ser reivindicados y conocidos, para respetar y honrar a unas personas que supieron luchar, en unos tiempos muy duros, por la defensa de sus derechos y de lo que consideraban justo.
«Viva Guadá y La Calera / Bajo la misma bandera» [5]
Notas
[1] La poesía popular sirvió como válvula de escape y de expresión, componiéndose coplas que eran cantados a ritmo de isa o de ranchera como: «Viva la media naranja / viva la naranja entera / que el agua no se la llevan / los ricos de La Calera». O también pies de romances como: «Dónde están los que decían / que los presos no volvían» cuando liberaron a los detenidos en septiembre de 1947.
[2] Borbalán, junto con toda la banda del Risco de Guadá formaba parte del ayuntamiento de Vallehermoso, habiendo pertenecido previamente, hasta 1854, al de Chipude. La otra mitad del barranco de Valle Gran Rey pertenecía al municipio que se llamaría Arure hasta 1941.
[3] La zona alta regaba entre semana en la época de estiaje (que se extiende de abril a octubre), desde el amanecer hasta que la sombra de la montaña de «La Mérica” se proyectaba sobre el ribazo de “Tío Méndez” (en Los Reyes), en cuyo momento todas las aguas se hacían seguir para el riego de la zona baja». El cambio de horario suponía para la zona alta, la pérdida de dos horas de agua, ya que el aprovechamiento de las aguas pasaba a ser desde las 4 de la mañana, hora solar (en lugar de «desde el amanecer») hasta las 4 de la tarde (en vez de «hasta que la sombra de la montaña de La Mérica se proyectase sobre el ribazo de tío Méndez» alrededor de las 17:30), a cuya hora deberían seguir todas las aguas para el riego de la zona baja.
[4] Informe del Brigada Jefe de la Fuerza de la Guardia Civil.Destacamento de Valle Gran Rey José H. Gallo al Delegado del Gobierno,San Sebastián de La Gomera. 14 de agosto de 1947. Fondo: Gobierno Civil de Santa Cruz de Tenerife, Delegación Insular de La Gomera. Caja 1; Sección: Bienes, obras y servicios; Asunto: aguas (AHPSCT).
[5] Pie de romance popular.
Bibliografía
• Hernández Méndez, M. A. (2001). La memoria del Tambor. Valle Gran Rey: Agrupación Folklórica Chácaras y Tambores de Guadá.
• JEREZ DARIAS, L. M. (2017). Causas y consecuencias del atraso socioeconómico de La Gomera contemporánea (1900-1980). Tenerife: Densura.
• Reyes Aguilar, A. (1989). Estrategias hidráulicas en la isla de La Gomera. Hermigua, Agulo y Valle Gran Rey (1900-1980). Tenerife: Cabildo Insular de Tenerife y Cabildo Insular de La Gomera.
Archivos
• Comunidad de Regantes de Valle Gran Rey.
• Archivo Municipal de Valle Gran Rey.
• Archivo del Juzgado de San Sebastián de La Gomera.
• Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife.
Autores: Miguel Ángel Hernández Méndez (químico y docente), Luis Jerez Darias (geógrafo) y Juan Montesino Barrera (biólogo). Centro de Estudios e Investigaciones Oroja (CEIO).
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