En muy pocas décadas, España se convirtió en un país moderno y puntero. Dejó atrás la incultura, el analfabetismo, la pobreza generalizada y la falta de libertades que había padecido durante muchos años. Fue un milagro edificado por millones de trabajadores que se formaron en mejores especialidades, por emprendedores que lanzaron negocios de éxito y por unas instituciones que pusieron a disposición de todos una nueva educación, una nueva sanidad y una nueva administración.
El éxito de esta nueva España fue la democracia y el Estado de las Autonomías. Fue comprender que había que acercar las administraciones al administrado. Acercar aquel poder lejano y centralista hasta el último rincón de un país diverso y complejo. Y ese acercamiento se hizo sobre la base de las corporaciones locales.
La vida de millones de ciudadanos cambió radicalmente cuando sus ayuntamientos asfaltaron calles, colocaron aceras, ordenaron los servicios de limpieza y recogida de basura, tendieron redes de abastecimiento de agua y plantaron alumbrado público. Los jóvenes que hoy disfrutan de todas estas ventajas como algo natural no saben que hace no muchos años no existían en todos lados. Que nuestras carreteras se encontraban entre las peores del mundo. O que no teníamos agua suficiente. Y que todas las ventajas que hoy disfrutamos fueron pensadas y ejecutadas por los Cabildos de cada Isla y por sus ayuntamientos.
Los Cabildos de Canarias carecen de impuestos propios. Se sostienen de las transferencias de dinero que se les da para ejercer sus competencias y de los ingresos de los impuestos del Régimen Económico y Fiscal de Canarias. Son instituciones que hunden su historia en la historia misma de las islas y en sus fueros fiscales, diferentes a los del resto de los españoles. La crisis que estamos afrontando con el coronavirus tendrá efectos económicos devastadores para Cabildos y Ayuntamientos. La caída de la recaudación de los impuestos del REF será superior a los mil cuatrocientos millones de euros y el apagón turístico provocará la ruina de miles de pequeños negocios y la pérdida de ingresos municipales por la caída de la actividad económica.
Cuando una familia está desesperada porque no puede llegar a fin de mes, cuando tiene problemas graves de subsistencia, donde primero va a llamar es a las puertas de su ayuntamiento. Los gobiernos hacen planes y diseñan ayudas económicas que luego se estancan en procedimientos eternos. El personal de las administraciones públicas no da abasto para responder a las erupciones de pobreza. Y la única manera eficiente en que se puede hacer es contando con los Cabildos y Ayuntamientos.
La verdadera manera de hacer que esas ayudas lleguen a los más necesitados, a los más débiles, es acercarse a quienes están más cerca. A los Cabildos que sostienen y atienden a los mayores de sus islas en redes de residencias, que saben dónde están y quiénes son. Que se coordinan con los Ayuntamientos para escuchar las señales de alarma de un caso e intervenir de inmediato cuando alguien necesita auxilio.
Los Cabildos y los Ayuntamientos de Canarias necesitan ya que se les permita usar los remanentes que se encuentran en los bancos. Todo el dinero que no se ha gastado se debe usar ahora para ayudar a los que peor lo están pasando y no existe ni una sola razón para que esa decisión se siga retrasando mientras hay cada vez más personas sufriendo.
Además de todo eso, deben permitir que nos endeudemos. Tenemos que acudir al mercado de los créditos para utilizar, dentro de unos meses, todos los recursos que tengamos disponibles. Porque si el turismo no remonta en invierno, muchos ciudadanos de nuestras islas van a pasarlo mal. Y será el momento en el que tendremos que echar el resto para que nuestra sociedad no colapse.
Hay que apostar por las obras públicas, por crear empleo útil, por hacer que todos aportemos y tengamos acceso a un salario digno en lo que atravesamos este nuevo periodo de dificultad. Y sobre todo, hay que conseguir que sean las administraciones que están más cerca de las personas las que se encarguen de gestionar los fondos suficientes para ayudarles. Si no se hace así fracasaremos todos. Pero lo más importante es que causará un sufrimiento mayor en aquellos que más necesitan nuestro auxilio.