Al comenzar las críticas al Gobierno de Pedro Sánchez, allá por el mes de marzo, a los pocos días del confinamiento, los ínclitos defensores de sus políticas decían que el Ejecutivo se enfrentaba a una situación novedosa y que, por lo tanto, había que comprender y disculpar los fallos, improvisaciones o continuas rectificaciones. A pesar de la demostrada incapacidad por parte de los gobernantes estatales de gestionar una crisis de las dimensiones por la que atravesamos, no cabe duda de que es cierto que nadie había estudiado para enfrentarse a un escenario tan enigmático como peligroso. Así que fue disculpable la vacilación en esos primeros momentos. Pero esa dispensa no puede perdurar en el tiempo, cuando observamos que se siguen cometiendo los mismos errores. Especialmente al intentar enfrentarse a esta batalla contra el Covid-19 y sus secuelas no solo sanitarias, sino económicas y sociales, solamente con argumentos ideólogos, frases rimbombantes, sacando asuntos colaterales para desviar la atención ciudadana sobre el verdadero problema y una total ausencia de gestión pública eficiente.
A lo mejor sería conveniente ahora recordar la frase machacona en el año 2014, del ahora vicepresidente del gobierno Pablo Iglesias, al entonces presidente del ejecutivo Mariano Rajoy, señalando que cuando un dirigente político se equivoca «no pide perdón, sino que dimite». Como han cambiado las tornas, donde dije digo, digo Diego y no pasa nada, porque todo les está permitido, estando por encima del bien y del mal o por lo menos así se lo creen.
Se inventaron lo de la nueva normalidad, por cierto, cada vez hablan menos de ella, intentando hacer tabla rasa con el pasado. No es un hecho novedoso de los actuales dirigentes, cuyos egos inflados y bastante abultados les inclinan a intentar pasar a la historia como próceres indiscutibles de la España del siglo XXI, aunque sea empobreciéndola y arruinándola. Les puede su vanidad y su excéntrica vanagloria. No quieren saber nada de lo sucedido políticamente en la historia contemporánea de nuestro país, ni aprender lo que significa consenso, acuerdo y dialogo sincero, que fue la seña de identidad de una transición ejemplar. En cambio, han implantado el frentismo, la posverdad, la corrección política, el pensamiento único, la sumisión, la mentira asumida con naturalidad, el miedo y la desconfianza. De esa manera los extremos del arco político cada vez tienen más voz, tanto por la derecha como por la izquierda, dejando al ciudadano medio y al centro político fuera de todo protagonismo. La nueva normalidad ha fracasado estrepitosamente, sólo unos meses han bastado para certificar la defunción de una política errónea, carente de responsabilidad y sobre todo, fuera de cualquier estándar europeo. En estos momentos nuestro país tiene, tristemente, el récord de ser el que peor ha gestionado y gestiona la crisis sanitaria en todo el continente. La imprevisión y la inacción han sido las líneas de actuación que nos están llevando a una catástrofe sanitaria, económica y social.
La iniciativa privada está acogotada por la falta de respuesta contundente por parte del Gobierno Central, que dice mucho, pero no hace nada. No saben, no pueden, no quieren, no tienen agallas para emprender un acuerdo con el tejido empresarial, único capaz de sacar adelante a este país y que no puede seguir soportando la dejadez, falta de previsión y la escasez de decisiones que posibiliten un desenvolvimiento ordinario de la actividad económica. Su ideología retrógrada les impide avanzar en la búsqueda de la unidad público-privada, como respuesta adecuada a la tesitura presente.
Un ejemplo es cómo están dejando agonizar al turismo. Somos un destino de primer orden a nivel global, siendo una de las principales actividades generadoras de empleo e incentivadoras de ocupación productiva en múltiples sectores económicos. En cambio, no se toman las medidas urgentes para minimizar los daños y potenciar el destino, que agoniza irremediablemente si seguimos sin tomar iniciativas operativas. España necesita un gobierno de unidad, fuerte, conformado con personas de demostrada capacidad profesional o de gestión y especialmente que sepa gobernar para todos, porque con los mimbres actuales no es que salgamos del hoyo, sino que nos entierran cada vez más, profundamente.